- Mamá, te vas a poner mala…
Ella sonreía, tumbada de lado sobre la cama, mientras Carlos revolvía su armario de arriba abajo, e iba lanzando prendas sobre el suelo.
- A mi siempre me secas el pelo enseguida, porque si no me puedo resfriar…
Le oía hablar sin parar, pero no le escuchaba. Su hijo, a diferencia de su padre, solía parlotear cuando estaba nervioso. Pero a excepción de pequeñas actitudes como aquella, más bien provocadas por lo que uno ha vivido que por el propio carácter, Carlos era un espejo pequeño donde se reflejaban las virtudes y defectos de su padre. Podía ser terriblemente introvertido y taciturno, pero a la vez, inteligente y avispado. Sus ojos, almendrados, parecían tener vida propia, y María era capaz de saber en qué estado se encontraba su hijo simplemente con asomarse a ellos. Por eso, a veces, le miraba y no podía despegar los ojos de él…
Mamá…
Mamá…
¡Mamá!
- ¿Qué?
- No me estás escuchando…
- Perdóname cariño. – Se levantó de la cama, aún envuelta en la toalla, con el pelo húmedo, y se agachó frente a él para mirarle directamente. - ¿Qué pasa?
- ¿A papá le gustará la chupa?
Sostenía en las manos una cazadora de cuero, regalo de su hermano Iván, que ya hacía más de un año que le quedaba pequeña. Ella miró hacia arriba, como sopesando la respuesta, y torció los labios en un gesto que a su hijo siempre le arrancaba una sonrisa.
- Pues no lo sé… ¿Tú qué crees?
- No lo sé…
Por primera vez desde que supo que su padre volvía, ella pudo percibir un deje de tristeza en su voz.
- Eh, ¿qué pasa?
- No sé si le gustaría a papá, no sé qué le gustaba…
- ¿Sabes qué? Creo que papá le gustará cualquier cosa que te pongas, porque tiene muchas ganas de verte.
Él sonrió, conmoviéndola por la semejanza con ésa sonrisa que llevaba grabada en cada rincón del cuerpo, y le vio lanzar la cazadora al montón de ropa que ya había sido descartada.
Le dejó solo, debatiendo consigo mismo, y se dirigió a su dormitorio. Había planchado en los días previos media docena de vestidos, pero terminó poniéndose un jersey y unos vaqueros. Se secó el pelo despacio, en su última batalla porque él lo encontrara todo tal cual lo había dejado.
Ella sonreía, tumbada de lado sobre la cama, mientras Carlos revolvía su armario de arriba abajo, e iba lanzando prendas sobre el suelo.
- A mi siempre me secas el pelo enseguida, porque si no me puedo resfriar…
Le oía hablar sin parar, pero no le escuchaba. Su hijo, a diferencia de su padre, solía parlotear cuando estaba nervioso. Pero a excepción de pequeñas actitudes como aquella, más bien provocadas por lo que uno ha vivido que por el propio carácter, Carlos era un espejo pequeño donde se reflejaban las virtudes y defectos de su padre. Podía ser terriblemente introvertido y taciturno, pero a la vez, inteligente y avispado. Sus ojos, almendrados, parecían tener vida propia, y María era capaz de saber en qué estado se encontraba su hijo simplemente con asomarse a ellos. Por eso, a veces, le miraba y no podía despegar los ojos de él…
Mamá…
Mamá…
¡Mamá!
- ¿Qué?
- No me estás escuchando…
- Perdóname cariño. – Se levantó de la cama, aún envuelta en la toalla, con el pelo húmedo, y se agachó frente a él para mirarle directamente. - ¿Qué pasa?
- ¿A papá le gustará la chupa?
Sostenía en las manos una cazadora de cuero, regalo de su hermano Iván, que ya hacía más de un año que le quedaba pequeña. Ella miró hacia arriba, como sopesando la respuesta, y torció los labios en un gesto que a su hijo siempre le arrancaba una sonrisa.
- Pues no lo sé… ¿Tú qué crees?
- No lo sé…
Por primera vez desde que supo que su padre volvía, ella pudo percibir un deje de tristeza en su voz.
- Eh, ¿qué pasa?
- No sé si le gustaría a papá, no sé qué le gustaba…
- ¿Sabes qué? Creo que papá le gustará cualquier cosa que te pongas, porque tiene muchas ganas de verte.
Él sonrió, conmoviéndola por la semejanza con ésa sonrisa que llevaba grabada en cada rincón del cuerpo, y le vio lanzar la cazadora al montón de ropa que ya había sido descartada.
Le dejó solo, debatiendo consigo mismo, y se dirigió a su dormitorio. Había planchado en los días previos media docena de vestidos, pero terminó poniéndose un jersey y unos vaqueros. Se secó el pelo despacio, en su última batalla porque él lo encontrara todo tal cual lo había dejado.
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