Saúl les recibió en el aparcamiento subterráneo del edificio que albergaba a la sede. Rebeca quitó el contacto y sacó el arma que escondía bajo el volante. En la parte de atrás, los ocupantes bajaron despacio, Julia por un lado, Teodora y Carlos por el otro.
Daniel, por su parte, asistía emocionado al espectáculo de luces, armas y persecuciones que se había desplegado ante sus ojos, ansioso por demostrar que aquello también tenía ya que ver con él.
Subieron en un ascensor descomunal que les llevó hasta la primera planta, donde caminaron, en orden, por un pasillo enorme sólo iluminado por las luces de emergencia.
Saúl abrió una puerta en la que se leía “Privado” y la sostuvo para que entraran. Carlos reconoció de inmediato la sala como aquella en la que una vez, su contacto la partió el labio a puñetazos tras un viaje interminable en maletero. No pudo evitar murmurar un “joder” cargado de sorpresa.
- ¿Un banco suizo? Menuda tapadera…
Rebeca agarró con firmeza a Teodora por el brazo y la obligó a sentarse en una silla. Julia y Daniel se sentaron en un pequeño sofá de cuero colocado al final de la sala. Carlos se quedó de pie frente a la mujer, asumiendo el mando de lo que estaba por venir. Saúl dejó sobre la mesa dos carpetas y un ordenador portátil y salió de la estancia sin mediar palabra.
- Estos papeles son el informe de María, firmado por ti. En la última página tienes un modelo de alta en el que se reconoce que hubo un error médico y que no hay motivo para prolongar su ingreso. Fírmalos. Una copia para el centro y otra para la interesada, por si acaso.
La mujer permaneció impávida, recta, en silencio. Carlos no insistió. Rodeó la silla y encendió el ordenador que había sobre la mesa. Unos segundos después, la cara de Hugo emergió de la nada, con el cañón de la Walther pegado a la sien.
Teodora se estremeció y cerró los ojos. Carlos se acercó y le habló al oído.
- Tu creación está a punto de recibir un tiro, ¿lo habías olvidado? Lo que tanto os costó alcanzar a ti y a tu amado Ritter Wulf va a tener el cerebro hecho papilla en dos minutos si no firmas ésos papeles.
La mujer tragó saliva y habló por primera vez desde que salieron de San Antonio.
- Nos vais a matar de todas formas.
Carlos negó lentamente con la cabeza.
- En La Organización no son unos asesinos, y lo sabes. Si te portas bien conmigo, te entregaré y te dejaré en paz. Pero yo no soy uno de ellos, yo soy un sicario Teodora. A mí no me importa matarte a ti, o a él…
- ¿Qué quieres? Podemos arreglarlo, el Proyecto tiene…
- El Proyecto la arrancó a su hijo a la mujer que quiero. Luego experimentó con ella, hizo que enfermara y la encerró. La persiguió y la volvió a encerrar. ¿De verdad piensas que podéis comprarme?
Rebeca se acercó y le entregó un bolígrafo a Teodora Raüber, que usó para firmar ambos documentos sin replicar. Carlos los recogió y les pidió a Julia y Daniel que se levantaran. Cuando pasó por delante de ella, Julia se detuvo a degustar la derrota de la mujer que le hizo la vida imposible durante casi medio año de su vida. Daniel la miró con curiosidad, y ella le devolvió una mirada de desprecio incapaz de disimularse. Una vez en el pasillo, Carlos decidió bajar solo por las escaleras.
Al llegar a la primera planta subterránea, pasó por delante del cuarto de Hugo. Saúl salió al pasillo con la Walther aún en la mano.
- Buen trabajo, Carlos.
- ¿Quién era?
- Se llamaba Isaac. Sus padres murieron en el campo de extermino de Auschwitz en el 43 y él terminó en manos del proyecto Géminis. Le usaron para estudiar el ADN durante seis años hasta que la Organización le rescató. Le provocaron más de una cuarentena de enfermedades distintas que le dejaron secuelas irreversibles, pero siempre quiso morir ayudando a destruir el proyecto.
Por alguna extraña razón, Carlos no sintió nada. Sólo era un nombre más en la larga lista de seres humanos que el Proyecto Géminis había segado. Y en su mente, en aquel instante, sólo había un nombre capaz de arañarle las convicciones. María.
En el coche, nadie habló de Isaac, ni de Teodora, ni de organizaciones y proyectos. En el asiento de atrás, la conversación distendida de Daniel y Julia lo inundaba todo, trayéndoles de vuelta de una pesadilla.
- Sí me ha mirado mal.
- Que no, Dani. Esa mujer es mala, sólo eso.
- Me ha mirado mal porque soy especial.
Julia se echó a reír y le agarró la mano.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- Lo dice mi madre. Y también los de la asociación. Dicen que todos somos especiales, pero yo más.
- Bueno, yo también soy un poco especial, pero eso no es necesariamente malo.
El viaje transcurrió en calma, sintiendo todos y cada uno de ellos la misma extraña sensación que debió sentir David cuando la piedra que lanzó su honda golpeó en la cabeza a Goliat.
Al llegar al internado, todos caminaron instintivamente hacia el cuarto de Fermín, el cuartel habitado en los últimos días. Para Rebeca, Julia y Daniel, la guerra había terminado. Para Carlos, aún quedaba por librar su batalla más importante.
Daniel, por su parte, asistía emocionado al espectáculo de luces, armas y persecuciones que se había desplegado ante sus ojos, ansioso por demostrar que aquello también tenía ya que ver con él.
Subieron en un ascensor descomunal que les llevó hasta la primera planta, donde caminaron, en orden, por un pasillo enorme sólo iluminado por las luces de emergencia.
Saúl abrió una puerta en la que se leía “Privado” y la sostuvo para que entraran. Carlos reconoció de inmediato la sala como aquella en la que una vez, su contacto la partió el labio a puñetazos tras un viaje interminable en maletero. No pudo evitar murmurar un “joder” cargado de sorpresa.
- ¿Un banco suizo? Menuda tapadera…
Rebeca agarró con firmeza a Teodora por el brazo y la obligó a sentarse en una silla. Julia y Daniel se sentaron en un pequeño sofá de cuero colocado al final de la sala. Carlos se quedó de pie frente a la mujer, asumiendo el mando de lo que estaba por venir. Saúl dejó sobre la mesa dos carpetas y un ordenador portátil y salió de la estancia sin mediar palabra.
- Estos papeles son el informe de María, firmado por ti. En la última página tienes un modelo de alta en el que se reconoce que hubo un error médico y que no hay motivo para prolongar su ingreso. Fírmalos. Una copia para el centro y otra para la interesada, por si acaso.
La mujer permaneció impávida, recta, en silencio. Carlos no insistió. Rodeó la silla y encendió el ordenador que había sobre la mesa. Unos segundos después, la cara de Hugo emergió de la nada, con el cañón de la Walther pegado a la sien.
Teodora se estremeció y cerró los ojos. Carlos se acercó y le habló al oído.
- Tu creación está a punto de recibir un tiro, ¿lo habías olvidado? Lo que tanto os costó alcanzar a ti y a tu amado Ritter Wulf va a tener el cerebro hecho papilla en dos minutos si no firmas ésos papeles.
La mujer tragó saliva y habló por primera vez desde que salieron de San Antonio.
- Nos vais a matar de todas formas.
Carlos negó lentamente con la cabeza.
- En La Organización no son unos asesinos, y lo sabes. Si te portas bien conmigo, te entregaré y te dejaré en paz. Pero yo no soy uno de ellos, yo soy un sicario Teodora. A mí no me importa matarte a ti, o a él…
- ¿Qué quieres? Podemos arreglarlo, el Proyecto tiene…
- El Proyecto la arrancó a su hijo a la mujer que quiero. Luego experimentó con ella, hizo que enfermara y la encerró. La persiguió y la volvió a encerrar. ¿De verdad piensas que podéis comprarme?
Rebeca se acercó y le entregó un bolígrafo a Teodora Raüber, que usó para firmar ambos documentos sin replicar. Carlos los recogió y les pidió a Julia y Daniel que se levantaran. Cuando pasó por delante de ella, Julia se detuvo a degustar la derrota de la mujer que le hizo la vida imposible durante casi medio año de su vida. Daniel la miró con curiosidad, y ella le devolvió una mirada de desprecio incapaz de disimularse. Una vez en el pasillo, Carlos decidió bajar solo por las escaleras.
Al llegar a la primera planta subterránea, pasó por delante del cuarto de Hugo. Saúl salió al pasillo con la Walther aún en la mano.
- Buen trabajo, Carlos.
- ¿Quién era?
- Se llamaba Isaac. Sus padres murieron en el campo de extermino de Auschwitz en el 43 y él terminó en manos del proyecto Géminis. Le usaron para estudiar el ADN durante seis años hasta que la Organización le rescató. Le provocaron más de una cuarentena de enfermedades distintas que le dejaron secuelas irreversibles, pero siempre quiso morir ayudando a destruir el proyecto.
Por alguna extraña razón, Carlos no sintió nada. Sólo era un nombre más en la larga lista de seres humanos que el Proyecto Géminis había segado. Y en su mente, en aquel instante, sólo había un nombre capaz de arañarle las convicciones. María.
En el coche, nadie habló de Isaac, ni de Teodora, ni de organizaciones y proyectos. En el asiento de atrás, la conversación distendida de Daniel y Julia lo inundaba todo, trayéndoles de vuelta de una pesadilla.
- Sí me ha mirado mal.
- Que no, Dani. Esa mujer es mala, sólo eso.
- Me ha mirado mal porque soy especial.
Julia se echó a reír y le agarró la mano.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- Lo dice mi madre. Y también los de la asociación. Dicen que todos somos especiales, pero yo más.
- Bueno, yo también soy un poco especial, pero eso no es necesariamente malo.
El viaje transcurrió en calma, sintiendo todos y cada uno de ellos la misma extraña sensación que debió sentir David cuando la piedra que lanzó su honda golpeó en la cabeza a Goliat.
Al llegar al internado, todos caminaron instintivamente hacia el cuarto de Fermín, el cuartel habitado en los últimos días. Para Rebeca, Julia y Daniel, la guerra había terminado. Para Carlos, aún quedaba por librar su batalla más importante.
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