- ¿Cuánto tiempo llevas así, contemplándome?- preguntó Sara.
- Una eternidad maravillosa.- contestó David.
- Deja de hablar en verso.- le regañó quitándole una pestaña que yacía vencida igual que todo lo que pertenecía a su dueño.
- No, no. Es prosa romántica.- y se rió.- ¿Qué haces, cirujana?
- ¿Cómo está la pierna?
- La pierna no lo sé, el resto mejor que nunca. Pero dejemos eso. Solo quiero hablar del hoy y estirar tu sonrisa hasta el infinito pero sé que se trata de un imposible.
- Pero que cursi eres.- David le dedicó una carcajada llena de despreocupación. Acarició el pómulo de ella y como en un deja vu creyó haberlo hecho cientos de veces sintiendo la misma conmoción.
- David, cuéntame cosas de ti. De tus raíces, de donde vienes.- indagó Sara.
- No es digno de este momento. Confía en mí, ya habrá un después.- Y ella dejó que su nariz descansara en su frente cansada. De pronto pareció albergar la idea de separarse mínimamente y observó el pequeño objeto que había estirado de él la noche anterior.- No debería estar aquí. No quiero obtener miedo por culpa de él a que te pase algo. El desconsuelo de no tener nada no se podría comparar con el de tenerte y perderte.
Sara se mofó en un intento de quitar hierro al asunto. Su risa se oyó cristalina traspasando los recovecos más escondidos de David.
- No seas tan exagerado. Fue la primera vez que probé el robar sin saber que los hurtos verdaderos son otros. ¿No quieres competir en poesía? Yo te ganaría.- pero David ya se había aproximado para robarle el beso consciente que estaba deseando tomarle prestado. Se acercó al mueble donde se encontraba el huevo y lo cogió con tal suavidad que parecía que le tuviese miedo.
- Ven, Sara. Te voy a contar la historia.- dijo plantando los deslavazados pantalones en el suelo con ayuda.- Ella se sentó al lado y apoyó la cabeza en el hombro mientras miraba extrañada el objeto acurrucado en la palma pensando que importancia podría tener.- En Rusia la Pascua tiene una categoría mucho mayor que aquí. El zar Alejandro III estaba casado con una mujer de ascendencia danesa de una belleza inigualable, bueno este tipo de cosas las adornaré yo porque para mí no te ganaría- y comprobó satisfecho que ella se reía.- y el soberano decidió hacerle un regalo que le recordase a sus raíces. Así pues, le encargó a un joyero que cada año para esa festividad diseñara uno para la zarina como regalo. Con una condición, que cada uno fuese único en su diseño y contuviese una sorpresa. Su hijo continuó con la tradición pero al ser el último zar esta se vio abruptamente finiquitada… se dice que fabergé hizo 69 pero hoy en día solo quedan 61, entre ellos el que tú tienes entre las manos. Me temo que no podré darte uno cada año.- y sonrió.- pero este es el símbolo de mi amor, más allá de anillos.
- Me gustan más tus palabras que el huevo. Pero cuando lo vea me acordaré de ellas y de ti.- La expresión serena de David se lo confirmó.- ¿Por qué llegó eso a tu casa?
- Oh, no fue la mía. A la de mi abuelo, él tenía mucho dinero y por qué no decirlo era en exceso sentimental. Así que se lo regaló a mi abuela como prueba de su pasión pero desconozco cómo se hizo con él. Y eso es como fue y por eso yo te lo doy a ti. ¡¿Y tú?! ¡¿Me vas a decir como te colaste en la casa de los Errera?! Ladrona- jamás una palabra tan fea fue dicha con más socarronería. Pero el temor apareció en el iris de Almansa por si ella contraatacaba con la información que ya había recibido con anterioridad.
- Ahora no.- susurró Sara.- Va a haber mucho por delante.
David descansó sobre el colchón de la confianza de ella que le era ofrecida por primera vez. Y volvió al paraíso para no alejarse de él.
- Una eternidad maravillosa.- contestó David.
- Deja de hablar en verso.- le regañó quitándole una pestaña que yacía vencida igual que todo lo que pertenecía a su dueño.
- No, no. Es prosa romántica.- y se rió.- ¿Qué haces, cirujana?
- ¿Cómo está la pierna?
- La pierna no lo sé, el resto mejor que nunca. Pero dejemos eso. Solo quiero hablar del hoy y estirar tu sonrisa hasta el infinito pero sé que se trata de un imposible.
- Pero que cursi eres.- David le dedicó una carcajada llena de despreocupación. Acarició el pómulo de ella y como en un deja vu creyó haberlo hecho cientos de veces sintiendo la misma conmoción.
- David, cuéntame cosas de ti. De tus raíces, de donde vienes.- indagó Sara.
- No es digno de este momento. Confía en mí, ya habrá un después.- Y ella dejó que su nariz descansara en su frente cansada. De pronto pareció albergar la idea de separarse mínimamente y observó el pequeño objeto que había estirado de él la noche anterior.- No debería estar aquí. No quiero obtener miedo por culpa de él a que te pase algo. El desconsuelo de no tener nada no se podría comparar con el de tenerte y perderte.
Sara se mofó en un intento de quitar hierro al asunto. Su risa se oyó cristalina traspasando los recovecos más escondidos de David.
- No seas tan exagerado. Fue la primera vez que probé el robar sin saber que los hurtos verdaderos son otros. ¿No quieres competir en poesía? Yo te ganaría.- pero David ya se había aproximado para robarle el beso consciente que estaba deseando tomarle prestado. Se acercó al mueble donde se encontraba el huevo y lo cogió con tal suavidad que parecía que le tuviese miedo.
- Ven, Sara. Te voy a contar la historia.- dijo plantando los deslavazados pantalones en el suelo con ayuda.- Ella se sentó al lado y apoyó la cabeza en el hombro mientras miraba extrañada el objeto acurrucado en la palma pensando que importancia podría tener.- En Rusia la Pascua tiene una categoría mucho mayor que aquí. El zar Alejandro III estaba casado con una mujer de ascendencia danesa de una belleza inigualable, bueno este tipo de cosas las adornaré yo porque para mí no te ganaría- y comprobó satisfecho que ella se reía.- y el soberano decidió hacerle un regalo que le recordase a sus raíces. Así pues, le encargó a un joyero que cada año para esa festividad diseñara uno para la zarina como regalo. Con una condición, que cada uno fuese único en su diseño y contuviese una sorpresa. Su hijo continuó con la tradición pero al ser el último zar esta se vio abruptamente finiquitada… se dice que fabergé hizo 69 pero hoy en día solo quedan 61, entre ellos el que tú tienes entre las manos. Me temo que no podré darte uno cada año.- y sonrió.- pero este es el símbolo de mi amor, más allá de anillos.
- Me gustan más tus palabras que el huevo. Pero cuando lo vea me acordaré de ellas y de ti.- La expresión serena de David se lo confirmó.- ¿Por qué llegó eso a tu casa?
- Oh, no fue la mía. A la de mi abuelo, él tenía mucho dinero y por qué no decirlo era en exceso sentimental. Así que se lo regaló a mi abuela como prueba de su pasión pero desconozco cómo se hizo con él. Y eso es como fue y por eso yo te lo doy a ti. ¡¿Y tú?! ¡¿Me vas a decir como te colaste en la casa de los Errera?! Ladrona- jamás una palabra tan fea fue dicha con más socarronería. Pero el temor apareció en el iris de Almansa por si ella contraatacaba con la información que ya había recibido con anterioridad.
- Ahora no.- susurró Sara.- Va a haber mucho por delante.
David descansó sobre el colchón de la confianza de ella que le era ofrecida por primera vez. Y volvió al paraíso para no alejarse de él.
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