¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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Amistades Peligrosas (Capitulo II)



Era un cuarto con poca luz, las paredes empapeladas en tonos granate y una mesa enorme antigua en el centro, rodeada por ocho sillas a juego. Había seis hombres a su alrededor, seis pares de intrusos ojos, seis sonrisas diabólicas. . . María intentaba cubrirse púdicamente, pero cuantos más esfuerzos hacía por liberarse de las manos que la sujetaban firmemente por los brazos, más fuertes eran las carcajadas de los espectadores. Uno rompió a toser con gran estruendo, y continuó riéndose, observando, disfrutando.

Las súplicas de María caían en oídos sordos al igual que sus sollozos. Una poderosa rodilla se abrió camino entre sus piernas, y el corazón de María comenzó a latir todavía más deprisa. El peso de Noiret era aplastante, agobiador. Esos ojos fríos y penetrantes parecían bailar al ritmo del pánico que se había apoderado de ella.

_ ¡No, por favor! ¡No!

_ ¡NO!

_ ¡María! ¡María tranquilízate! Estás a salvo. Estás a salvo. . .

María emergió de la pesadilla gradualmente, y con la misma desesperación que un pez cuando sale del agua, jadeando para poder llenar los pulmones de oxígeno. Al principio luchaba por deshacerse de los brazos que la rodeaban, invadida una vez más por el pánico. Cuando por fin consiguió distinguir la voz que susurraba en su oído, la tensión de su cuerpo se fue diluyendo.

_ Fermín, _ suspiró María, su voz casi inaudible.

En la penumbra del cuarto María sólo podía distinguir su silueta. Estaba sentado a su lado en la cama, sus manos reposaban sobre las de ella. María no estaba segura si continuaba soñando o si estaba despierta. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pudo ver la cara de Fermín, una mezcla entre preocupación y cansancio.

_ Son las cinco, _ dijo él levantándose. _ Ya que estas despierta, más vale que nos pongamos en camino. Tienes tiempo para darte una ducha rápida si quieres.

María había pasado mas de media hora bajo el agua de la ducha la noche anterior, pero aun así tenía la necesidad de ducharse de nuevo. Por mucho que se restregase, todavía podía oler a Noiret en su cuerpo, sentir sus sucias manos sobre su piel. Y, al igual que anoche, el agua caliente sólo consiguió mezclarse con las lágrimas que recorrían sus mejillas.

Si Fermín no hubiese llegado a tiempo, si ella no hubiese entrado en la ermita. . .

Cubierta sólo por una toalla, María salió del baño y vio una camiseta de “Cuenca” y unos pantalones de chándal grises sobre la cama. No tenia ni idea de cómo ni cuándo habían llegado esas prendas hasta ahí. Fermín estaba metiendo la ropa ensangrentada de ayer en una bolsa de plástico. Desnudo de la cintura para arriba, María se horrorizó al ver los cardenales y cortes que decoraban su torso y su espalda, y en el sótano de su memoria, pudo escuchar el chasquido de un látigo.

_ Fermín, _ dijo con voz temblorosa.

Por alguna extraña razón, María era incapaz de llamarle por su verdadero nombre.

_ Vístete, _ dijo él ignorando su incrédula mirada. _ En veinte minutos salimos. Hay una manzana en la mochila si tienes hambre.

En media hora ya estaba duchado, vestido e incluso afeitado. Y aunque hoy se parecía un poco más al Fermín que María conocía, los círculos oscuros bajo sus ojos delataban lo poco que había dormido esa noche, lo poco que llevaba durmiendo últimamente.

Ya había amanecido cuando entraron en carretera, pero no sin antes “coger prestado” un coche diferente. María se asombró ante la destreza de Fermín para abrir la puerta de un Renault y hacer un puente poniendo el coche en marcha. Para mayor seguridad, había cambiado la matricula del Renault por la de otro coche.

Un accidente en la carretera tardó un par de horas en despejarse, pero una vez en la autopista, la cosa se aligeró bastante. Iban dirección noreste, María no sabia muy bien cuál sería su destino, tampoco se atrevía a preguntar. Fermín no había estado de humor para preguntas desde ayer, y ella estaba demasiado cansada para entablar una conversación. Se limitaba a mirar el paisaje, evitando fijar la vista en las marcas moradas y amarillentas de sus propios antebrazos. Para el mediodía, la manzana que se había comido a las cinco y media de la madrugada estaba ya en la punta de su pie, y su estómago le recordaba incesantemente que ya era hora de que le hiciese caso.

_ Ya casi estamos, _ dijo Fermín después de oír el rugido de sus tripas por enésima vez. _ Ahora comemos algo.

_ Pero no tenemos dinero, _ dijo ella. _ ¿Cómo vamos a pagar?

_ Por eso no te preocupes.

El coche paró en el bar de un pequeño pueblo a las afueras de Zaragoza. El pueblo en si debería tener menos de 500 habitantes. María no vio ningún cartel indicando su nombre. Se preguntaba si el lugar aparecería en algún mapa. El bar estaba oscuro y fresco, un agradable contraste con el calor infernal del exterior. Cuando entraron, una chica rubia les hizo una señal con la cabeza, y ella y Fermín se sentaron a su mesa.

_ Llegas tarde, _ le reprochó. Sus enormes ojos azules se agrandaron cuando vio la cara de Fermín. _ ¿Qué te ha pasado?

Él le ofreció una media sonrisa forzada, pero no contestó a la pregunta.

_ Nos hemos tragado un tráfico saliendo de Madrid de casi dos horas. María, esta es Silvia, _ dijo mientras intentaba ubicar al camarero. _ Silvia, María.

Silvia estudió a María detenidamente, sus labios curvados en una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

_ Carlos, ¿Puedo hablar contigo a solas un momento? _ dijo Silvia poniéndose de pie.

Fermín miró a María, asintió con la cabeza diciendo sin palabras “discúlpame un momento” y la siguió hasta la barra del bar. Mientras hablaban, Silvia enviaba miradas furtivas a María. Fermín se dio la vuelta y miró hacia la mesa donde estaba sentada y sintiéndose como una intrusa en una fiesta a la que no había sido invitada.

Un hombre mayor comenzó a toser en la mesa del fondo y María dio un brinco. Con el corazón a mil, sus ojos rastrearon el local, volviéndose a fijar en Silvia y Fermín junto a la barra. Tras intercambiar unas cuantas palabras mas, Fermín le dijo algo al camarero y regresaron a la mesa con tres cañas.

La mirada que Silvia dirigió hacia María pasó desapercibida por Fermín. En realidad, hubiese pasado desapercibida por cualquier hombre, por muy sagaz que éste fuese. Era la típica mirada que sólo otra mujer podía reconocer. María la había captado al vuelo. Eran celos.

_ ¿Has traído lo que te pedí? _ preguntó Fermín tomando un trago.

Silvia sacó un pendrive de su bolso y se lo entregó. _ Aquí esta toda la información sobre esos nombres que me diste. Es bastante limitada. Muchos de los archivos son reservados a niveles muy altos. Yo no tengo acceso a ellos.

_ ¿Puedes conseguirlos de alguna manera?

_ ¿Te parece poco arriesgarme a que me echen del cuerpo? Ya te he concedido dos deseos hoy, _ dijo, una vez más mirando a María. _ No soy tu hada madrina, ¿sabes?

_ Es algo de vida o muerte, Silvia. Esta gente. . .

Fermín dejó de hablar cuando llegó el camarero con varios platos de tapas. María prácticamente se abalanzó a coger un trozo de pan y una rodaja de jamón. Estaba que casi se desvanecía del hambre.

_ Esta gente actúa al margen de la ley y no hay forma de procesarles. La más mínima información puede ser de ayuda. ¡Lo que sea!

_ Si, pero es que yo ya estoy harta de ponerte en peligro. Mira lo que pasó la última vez que intenté ayudarte.

_ Cometí un error. Le pudo haber pasado a cualquiera.

_ ¡Ahora podrías estar muerto! _ susurró Silvia entre dientes. _ ¿Tú te has mirado al espejo últimamente? ¿Cómo puedes pedirme que te envíe derecho a la boca del lobo cuando. . .?

Las emociones de Silvia flotaron a la superficie, y no fue capaz de continuar. Parpadeó un par de veces para secar las lágrimas que habían aparecido de repente en sus ojos. Fermín bajó la mirada, visiblemente incómodo. María masticaba en silencio, pretendiendo ser invisible, evitando mirarles a la cara.

_ Sabes que haría lo que fuese por ti, _ murmuró Silvia tras una larga pausa. Con un suspiro que denotaba una paciencia infinita, añadió. _ Dame un par de días. Te llamaré en cuanto sepa algo más.

Fermín asintió en silencio, le ofreció una sonrisa amarga y se reclinó en la silla, dando el asunto por zanjado. La conversación a partir de ese momento fue escueta, incomoda y superficial. Tras un almuerzo que se le hizo a María eterno, pero que le supo a gloria, se despidieron de Silvia, entraron en el coche y volvieron a meterse en carretera.

_ ¿Una antigua novia? _ preguntó María, intentando ocultar el tono acusatorio de su voz.

_ ¿Quién, Silvia? _ dijo Fermín levantando las cejas. _ Es una buena amiga.

_ Pues no le ha hecho mucha gracia verte conmigo.

Fermín se encogió de hombros. _ Siempre ha sido algo reservada.

_ ¿Reservada? _ María soltó una carcajada sarcástica. _ A ella lo que le pasa es otra cosa.

_ ¿Qué quieres decir?

María miró a Fermín. Le parecía increíble como podía ser tan perspicaz y tan intuitivo para algunas cosas y tan sumamente ciego para otras.

_ Nada, _ dijo María moviendo la cabeza de lado a lado. _ Olvídalo.

_ No te lo tomes a mal, María. Lo que pasa es que te ha reconocido. Sabe que el verano pasado te escapaste de un hospital psiquiátrico_. Antes de que la súbita ola de pánico le permitiese a María responder, Fermín continuó. _ No te preocupes, mujer. No te va a denunciar. Confía en mí.

Y, esta vez, a María no le quedaba otro remedio que confiar en él.

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