
Estaba el Fermín simpático, el cocinero agradable que siempre tenía una palabra amable para todo el mundo. Detrás de la primera pared, se hallaba Carlos, el hombre peligroso, el que quemaba cuadros, encontraba viejos tesoros y guardaba una pistola en el armario. Este era reservado y se hallaba siempre a la defensiva. Tras él, la esencia. El atormentado, el dolorido, el enamorado.
Esa noche era una mezcla del segundo y del tercero. Pero aún así, aferrado al vaso, no podía evitar sonreír como un crío cuando la veía llegar.
Se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
- ¿Qué te pasa?
La miró sin borrar ésa sonrisa y la agarró por la muñeca, para tirar de ella y dejarla sentada encima de él.
- Ahora ya nada.
Ella sonrió y le pasó el dedo índice por la mejilla, yendo a parar a sus labios. Le besó con un roce suave y se dispuso a hablar. Ya no podía soportar más la espera.
- Fermín, tengo… tengo que decirte algo.
- No me asustes, María.
Negó con la cabeza y le miró, preguntándose si realmente era buena noticia teniendo en cuenta las circunstancias en las que estaban.
- Estoy embarazada.
Él abrió mucho los ojos y se le escapó una sonrisa enorme e incrédula.
- ¿Qué?
María se limitó a asentir, escrutando ésa mirada para saber cuánto había de alegría y cuánto de miedo en ella.
No necesitó descifrar nada. Él se levantó, dejando que ella se escurriera hasta el suelo y quedara de pie delante de él. La besó en un impulso, como aquella primera vez, elevándola del suelo. Luego la abrazó largamente, con fuerza, con suavidad, con firmeza, con ternura. Unos minutos después, sin mediar palabra, la cogió de la mano y se la llevó al dormitorio.
Fue la última vez que hicieron el amor.
Y la penúltima que él le dijo al oído lo mucho que la quería.
Recordaba toda aquella noche con dolorosa exactitud, cada hora, cada minuto, cada gesto. Apenas habían dormido, como si por alguna extraña premonición se sintieran obligados a grabar aquellos momentos en la retina y en la mente. Pasaron horas mirándose, hablando de todo y de nada, tocándose, sonriéndose. Ella no podía decir por qué, pero supo que pasaría mucho, mucho tiempo, hasta que volviese a ser tan plenamente feliz como lo era aquella noche.
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