Se sentaron en una sala pequeña y cálidamente acogedora en el piso que Daniel compartía con dos compañeros de la fundación. Carlos dejó la mochila en el suelo y se sentó al lado del joven en el sofá, mientras Iván guardó la distancia quedándose en un sillón junto a ellos.
Daniel seguía dando vueltas a la foto de María que Fermín le había entregado. Se volvió hacia el cocinero y habló en voz baja.
- ¿La quieres mucho?
A Carlos Almansa le escocieron los ojos y su lista de errores volvió a pesarle en el estómago. Fermín sólo sonrió.
- Sí. Mucho. Por eso quiero sacarla de ahí. Si realmente estuviera enferma, yo querría que se quedara para que se pusiera bien. Pero no lo está, Dani.
Daniel se quedó en silencio un segundo, mirando hacia el suelo. Parecía estar sopesando si realmente le estaban contando la verdad. Un instante después, se levantó y se subió las gafas.
- ¿En qué puedo ayudar yo?
Carlos asintió y abrió la mochila que tenía entre las piernas. Acto seguido, empezó a colocar objetos delante de la pequeña mesa de café que tenían delante. Cogió una especie de canica negra y se la enseñó a Daniel.
- Esto es una webcam inalámbrica. Necesito que la coloques en la habitación de María, en cualquier parte donde yo pueda ver quién entra y quién sale de ese cuarto. – Señaló la parte de arriba, una superficie lisa que coronaba el objeto. – Esto es un imán. Puedes usarlo para colocarla en cualquier sitio, mira.
La dejó caer sobre la mesa y el imán se asió al metal con ansiedad.
- Esto es un teléfono móvil y dos baterías. Para que la cámara funcione, el móvil debe estar cerca de ella. La batería sólo dura veinticuatro horas, así que cada mañana, cuando llegues, tendrás que cambiarla y cargar la que se ha gastado.
Carlos se paró en seco al ver la expresión de Daniel. Miraba los objetos con extrañeza, y movía los ojos alternativamente de la cámara a las baterías, y de ahí, al hombre que le hablaba.
- Dani, ¿me entiendes?
El joven levantó la vista y se quedó fijo en él, como si aquella pregunta fuese la más disparatada en aquel preciso momento.
- No soy idiota.
Iván tuvo que reprimir una carcajada cuando vio al cocinero palidecer.
- Bien… vale. Empezarás mañana, ¿dónde vas a colocar el teléfono?
- La habitación de María está junto al cuarto de la limpieza donde guardo mi carrito. Puedo dejarlo en el conducto del aire.
- Genial.
Se despidieron unos minutos más tarde. Y mientras Carlos e Iván se marchaban desconcertados y expectantes, Daniel se sintió, por primera vez en su vida, como el último héroe de ésas sagas que veía de niño por televisión.
Daniel seguía dando vueltas a la foto de María que Fermín le había entregado. Se volvió hacia el cocinero y habló en voz baja.
- ¿La quieres mucho?
A Carlos Almansa le escocieron los ojos y su lista de errores volvió a pesarle en el estómago. Fermín sólo sonrió.
- Sí. Mucho. Por eso quiero sacarla de ahí. Si realmente estuviera enferma, yo querría que se quedara para que se pusiera bien. Pero no lo está, Dani.
Daniel se quedó en silencio un segundo, mirando hacia el suelo. Parecía estar sopesando si realmente le estaban contando la verdad. Un instante después, se levantó y se subió las gafas.
- ¿En qué puedo ayudar yo?
Carlos asintió y abrió la mochila que tenía entre las piernas. Acto seguido, empezó a colocar objetos delante de la pequeña mesa de café que tenían delante. Cogió una especie de canica negra y se la enseñó a Daniel.
- Esto es una webcam inalámbrica. Necesito que la coloques en la habitación de María, en cualquier parte donde yo pueda ver quién entra y quién sale de ese cuarto. – Señaló la parte de arriba, una superficie lisa que coronaba el objeto. – Esto es un imán. Puedes usarlo para colocarla en cualquier sitio, mira.
La dejó caer sobre la mesa y el imán se asió al metal con ansiedad.
- Esto es un teléfono móvil y dos baterías. Para que la cámara funcione, el móvil debe estar cerca de ella. La batería sólo dura veinticuatro horas, así que cada mañana, cuando llegues, tendrás que cambiarla y cargar la que se ha gastado.
Carlos se paró en seco al ver la expresión de Daniel. Miraba los objetos con extrañeza, y movía los ojos alternativamente de la cámara a las baterías, y de ahí, al hombre que le hablaba.
- Dani, ¿me entiendes?
El joven levantó la vista y se quedó fijo en él, como si aquella pregunta fuese la más disparatada en aquel preciso momento.
- No soy idiota.
Iván tuvo que reprimir una carcajada cuando vio al cocinero palidecer.
- Bien… vale. Empezarás mañana, ¿dónde vas a colocar el teléfono?
- La habitación de María está junto al cuarto de la limpieza donde guardo mi carrito. Puedo dejarlo en el conducto del aire.
- Genial.
Se despidieron unos minutos más tarde. Y mientras Carlos e Iván se marchaban desconcertados y expectantes, Daniel se sintió, por primera vez en su vida, como el último héroe de ésas sagas que veía de niño por televisión.
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