Amistades peligrosas (Capítulo III)

Habían acabado frente a un edificio de doce pisos en pleno centro de Barcelona. María no pensaba que Fermín tuviese familia. Es cierto que una vez mencionó a su madre, pero estaba segura que eso era mas bien una tapadera para justificar una de sus misteriosas escapadas. Le sorprendió mucho, por tanto, la reacción de la mujer mayor que les abrió la puerta del ático.

Al principio parecía no conocer a Fermín, pero después de estudiarle durante unos segundos, su confusa expresión se convirtió en reconocimiento, y luego en sorpresa. Una muy agradable sorpresa, al parecer.

_ ¡Carlos! ¡Dios Santo, pero. . . ¿Eres tú?

_ Hola Gloria, _ dijo Fermín con una sonrisa que María llevaba días sin ver.

La anciana puso sus manos a cada lado de la cara de Fermín. Parecía estudiar cada detalle de su rostro. Sus ojos brillaban con nostalgia, con anhelo. Ni siquiera cuestionó el corte de su ceja, ni el moretón de su mandíbula.

_ Pensé que nunca te volvería a ver, _ dijo dándole un sonoro beso en la mejilla. _ ¡Pero pasad, pasad! ¿Tenéis hambre? Parecéis cansados. . .

El piso tenía mucha luz y estaba bien amueblado, con un ambiente clásico y acogedor. En la sala principal había un cuadro con colores tan vivos que parecían salirse del lienzo. María se quedó mirándolo, hipnotizada por su belleza.

_ Se llama Paisaje Rocoso, _ dijo Fermín acercándose a ella por detrás. _ Es una de las obras menos conocidas de Seurat.

María parecía recordar ese nombre. Se había topado con él varias veces mientras intentaba averiguar información sobre el dichoso Tríptico de la Epifanía.

_ Es precioso, _ susurró María.

Fermín parecía conocer la casa como la palma de su mano. En el tiempo que tardaron en ir desde la entrada a la cocina, María se enteró que el marido de Gloria, un tal Abraham, había fallecido hacía un par de años, y que el estado de la madre de Ferín estaba "igual que siempre".

¡Vaya! Así que Fermín tenía madre. ¡Ella había estado tan convencida de que le había estado mintiendo todas esas veces que se escaqueaba del internado!

Gloria era una mujer de baja estatura, pero de gran presencia física. María no pudo evitar pensar en Jacinta. La anciana no dudó en ofrecerles la habitación de huéspedes, incluso antes de que Fermín pudiese pedírselo. Lo hizo gratuitamente, sin pedir ningún tipo de explicación a cambio.

El cuarto sólo tenía una cómoda, una pequeña cama y acceso a su propio baño. Tras soltar la mochila sobre la cama, Fermín extrajo el pendrive del bolsillo lateral y se dirigió a María.

_ Quédate aquí, yo vuelvo en un par de horas.

_ ¿A dónde vas?

Fermín levantó la mirada, titubeó un momento y luego respondió: _ Al cibercafé más cercano. No te preocupes. Nadie nos ha seguido hasta aquí.

María había aprendido a no bombardearle con preguntas. Era una de las cosas que más le había costado aceptar de Fermín. Pero también tenía idea de lo que podría encontrar en ese pendrive. Sabía que la identidad de esos hombres sería la clave para averiguar lo que fuese que Fermín estuviese buscando. Y aun así, ¿De verdad merecía la pena arriesgarse?

_ ¿Tan importante es para ti saber a qué se dedicaban esos hombres? _ preguntó María intentando comprender su motivación. _ Están muertos, Fermín. ¿Qué más da quienes fuesen? La policía ya nos debe estar buscando. Si te viesen. . .

_ No estamos huyendo de la policía. La policía no va a poder conectarnos con esas muertes, te lo aseguro. Nos la estamos jugando con gente bastante peligrosa, María. Deben estar pisándonos los talones. Y no van a parar hasta que nos encuentren. Cuanto más sepamos de ellos, mejor podremos evadirles.

_ Pero, ¿Quiénes son? _ preguntó María confusa, asustada. _ ¿Qué es lo que quieren?

_ Eso es lo que pienso averiguar.

Fermín sacó la pistola de la mochila y se la guardó detrás de la espalda. A María le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Todavía podía escuchar el sonido del cañón, el olor a metal ardiendo, a pólvora, el silencio ensordecedor que esperaba no volver a escuchar nunca más.

_ Ten cuidado, _ fue lo único que pudo decir.