
El día transcurrió sin ningún percance. Carlos y María se incorporaron al trabajo empujando a un lado tanto ansiedad como miedo. Nadie hizo muchas preguntas sobre su ausencia. La relación entre Iván y María, que había sido algo tensa antes de su partida, no sólo comenzaba a enmendarse, sino que Iván, marcado por la muerte de su padre adoptivo, parecía haber echado de menos a María estos días. También le había afectado la muerte de Toni. Le estaba siendo difícil asimilar ambas pérdidas, y por muy extraña que fuese su relación con la limpiadora, no pudo rechazarla como su madre.
Dadas las circunstancias Héctor había convencido a Elsa para que el muchacho permaneciese en el internado durante las vacaciones de verano. María aprovechó la oportunidad para acercarse a él, tratándole con frecuencia como un domador de fieras trata a una bestia arisca.
Un sábado por la mañana, tras una explosiva conversación en el patio, Iván logró por fin descargar toda su amargura sobre María en una retahíla de insultos y groserías al principio, y culminando en una cascada de sollozos en su regazo al final. Curiosamente, María consideró ese momento uno de los mas felices de su vida. Nunca pensó que Iván pudiese sincerarse con ella de tal manera. Y ella por su parte se moría de ganas de contárselo todo, absolutamente todo—sobre Carlos, el embarazo, cómo murió su padre en realidad. . . Especialmente porque Iván seguía desconfiando de Carlos, y eso era algo que no dejaba de expresar cada vez que tenía la oportunidad. Frente a Carlos o a sus espaldas, el odio de Iván iba creciendo día a día. Por mucho que María intentase suavizar las cosas, hablar del tema siempre terminaba por amargarles.
María estaba desnuda en la cama junto a Carlos, saciada de besos y caricias. Su cabeza reposaba sobre el pecho de él, mientras sus dedos revoloteaban por el pelo que cubría su piel.
_ ¿Qué te pasa?
_ Ojalá Iván pudiese verte de la misma forma que lo hago yo, _ suspiró ella.
_ ¡Uy, no sé yo! Creo que me daría mucho corte meterme en la cama desnudo con él. Podrían acusarme de corrupción de menores.
María soltó una carcajada y Carlos la besó la boca, de forma larga y profunda.
_ No te preocupes, _ susurró con esa voz de dormitorio que tanto la excitaba. _ Algún día terminaré camelándomelo.
_ Eso espero, _ respondió María con otro largo suspiro. _ ¿Oye, no tendrías chocolate por aquí, verdad?
_ No. Pero ahora mismo voy a la cocina y te lo traigo, princesa.
A María se le iluminaron los ojos. _ ¿En serio? ¿No te importa?
Carlos sonrió, se puso los vaqueros y salió por la puerta con un guiño.
Una vez a solas María volvió a darle vueltas a la situación entre Iván y Carlos. Estaba dispuesta a encontrar la manera de acercarles aunque fuese lo último que hiciese. El problema era Iván. Ni siquiera sabía cómo le iba a contar la noticia del embarazo.
Cuando oyó el picaporte de la puerta sus labios se curvaron hacia arriba.
_ Pues si que te has dado prisa, no te has—
Pero al darse la vuelta se encontró cara a cara con el cañón de un revólver.
Dadas las circunstancias Héctor había convencido a Elsa para que el muchacho permaneciese en el internado durante las vacaciones de verano. María aprovechó la oportunidad para acercarse a él, tratándole con frecuencia como un domador de fieras trata a una bestia arisca.
Un sábado por la mañana, tras una explosiva conversación en el patio, Iván logró por fin descargar toda su amargura sobre María en una retahíla de insultos y groserías al principio, y culminando en una cascada de sollozos en su regazo al final. Curiosamente, María consideró ese momento uno de los mas felices de su vida. Nunca pensó que Iván pudiese sincerarse con ella de tal manera. Y ella por su parte se moría de ganas de contárselo todo, absolutamente todo—sobre Carlos, el embarazo, cómo murió su padre en realidad. . . Especialmente porque Iván seguía desconfiando de Carlos, y eso era algo que no dejaba de expresar cada vez que tenía la oportunidad. Frente a Carlos o a sus espaldas, el odio de Iván iba creciendo día a día. Por mucho que María intentase suavizar las cosas, hablar del tema siempre terminaba por amargarles.
María estaba desnuda en la cama junto a Carlos, saciada de besos y caricias. Su cabeza reposaba sobre el pecho de él, mientras sus dedos revoloteaban por el pelo que cubría su piel.
_ ¿Qué te pasa?
_ Ojalá Iván pudiese verte de la misma forma que lo hago yo, _ suspiró ella.
_ ¡Uy, no sé yo! Creo que me daría mucho corte meterme en la cama desnudo con él. Podrían acusarme de corrupción de menores.
María soltó una carcajada y Carlos la besó la boca, de forma larga y profunda.
_ No te preocupes, _ susurró con esa voz de dormitorio que tanto la excitaba. _ Algún día terminaré camelándomelo.
_ Eso espero, _ respondió María con otro largo suspiro. _ ¿Oye, no tendrías chocolate por aquí, verdad?
_ No. Pero ahora mismo voy a la cocina y te lo traigo, princesa.
A María se le iluminaron los ojos. _ ¿En serio? ¿No te importa?
Carlos sonrió, se puso los vaqueros y salió por la puerta con un guiño.
Una vez a solas María volvió a darle vueltas a la situación entre Iván y Carlos. Estaba dispuesta a encontrar la manera de acercarles aunque fuese lo último que hiciese. El problema era Iván. Ni siquiera sabía cómo le iba a contar la noticia del embarazo.
Cuando oyó el picaporte de la puerta sus labios se curvaron hacia arriba.
_ Pues si que te has dado prisa, no te has—
Pero al darse la vuelta se encontró cara a cara con el cañón de un revólver.
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