… hasta hoy.
- ¡Iván! ¡Ha venido papá!
Carlos se reía a carcajadas mientras tiraba del pantalón de su hermano. No se dio cuenta hasta que no estuvo en el aire de que su madre le había cogido en brazos y se lo llevaba del salón.
- Me parece que ha llegado la hora del baño, caballero…
Empezó a agitar las piernas y los brazos, sin entender por qué su madre se lo llevaba precisamente ahora que podían estar todos juntos.
- ¡Mamá!¡Por favor!
Dejó de suplicar cuando vio a su padre ponerse de pie y dirigirse a él.
- Oye Carlos, vamos a hacer un trato ¿vale? Mamá te baña y cuando termines, te quedas aquí un rato con Iván, con Julia y conmigo, ¿quieres?
Su hijo le respondió con una sonrisa enorme, mientras asentía con la cabeza. Julia emergió de la espalda de Iván y se paró delante de Fermín, que para ella, no había dejado de serlo nunca. Le rodeó el cuello con los brazos y se dejó abrazar por aquel hombre, que empezó a ser importante para ella justo cuando dejó de verle.
- Me alegro de que estés aquí. – Se separó dejándole una sonrisa, que a él se le antojó idéntica a la de la niña de dieciocho años que pululaba por el internado, y se volvió hacia Carlos. - ¿Qué te parece si yo también voy contigo? Con lo grande que eres, seguro que tu madre necesita ayuda…
Sus voces se perdieron por el pasillo y el clic de la puerta del baño al cerrarse marcó el último vistazo al pasado al que ambos debían enfrentarse.
Se miraron en silencio, dibujando la imagen de dos pistoleros que se dan la vuelta en el duelo definitivo al alba, separados por los diez pasos de rigor. Carlos entendió que debía ser él el que iniciara el camino contrario, culminando el sacrificio empezado seis años atrás para ganarse ese momento. Cuando estuvo a su altura, se detuvo un segundo para ponerle una mano junto al cuello, tanteando la disponibilidad de Iván. Como en un espejo, le vio a él también levantar una mano y ponerla sobre su hombro. Entendió el gesto como un sí, y tiró de él para atraerle hacia su cuerpo. No fue un abrazo propiamente dicho. En el primer contacto, sus cuerpos entrechocaron con fuerza para después, sujetarse mutuamente. A Iván le escocieron las lágrimas que acudieron a sus ojos después de años sin saber de ellas. A Carlos ya no le estorbaban, porque ese día había sido creado para exorcizar todos sus demonios a través de un llanto que se guardó demasiado tiempo.
- Gracias…
Dos sílabas entrecortadas, que lo decían todo, y que fueron el último bálsamo, la medicina definitiva para curar todas las heridas. La respuesta fue silenciosa, una imperceptible intensificación del abrazo.
Cuando se separaron, Carlos no pudo resistir la tentación de revolverle el pelo con una mano, como si aún fuese el crío que dejó atrás para poder salvarlo. Quizá lo era, o al menos, eso se desprendía de la sonrisa con la que le correspondió. Y de su voz, acunada por la emoción, que volvía a recurrir a las frases neutrales para escudarse.
- Yo creo que nos hemos ganado una cerveza ¿no?
Carlos asintió con la cabeza, y caminó tras él hasta la cocina.
- ¡Iván! ¡Ha venido papá!
Carlos se reía a carcajadas mientras tiraba del pantalón de su hermano. No se dio cuenta hasta que no estuvo en el aire de que su madre le había cogido en brazos y se lo llevaba del salón.
- Me parece que ha llegado la hora del baño, caballero…
Empezó a agitar las piernas y los brazos, sin entender por qué su madre se lo llevaba precisamente ahora que podían estar todos juntos.
- ¡Mamá!¡Por favor!
Dejó de suplicar cuando vio a su padre ponerse de pie y dirigirse a él.
- Oye Carlos, vamos a hacer un trato ¿vale? Mamá te baña y cuando termines, te quedas aquí un rato con Iván, con Julia y conmigo, ¿quieres?
Su hijo le respondió con una sonrisa enorme, mientras asentía con la cabeza. Julia emergió de la espalda de Iván y se paró delante de Fermín, que para ella, no había dejado de serlo nunca. Le rodeó el cuello con los brazos y se dejó abrazar por aquel hombre, que empezó a ser importante para ella justo cuando dejó de verle.
- Me alegro de que estés aquí. – Se separó dejándole una sonrisa, que a él se le antojó idéntica a la de la niña de dieciocho años que pululaba por el internado, y se volvió hacia Carlos. - ¿Qué te parece si yo también voy contigo? Con lo grande que eres, seguro que tu madre necesita ayuda…
Sus voces se perdieron por el pasillo y el clic de la puerta del baño al cerrarse marcó el último vistazo al pasado al que ambos debían enfrentarse.
Se miraron en silencio, dibujando la imagen de dos pistoleros que se dan la vuelta en el duelo definitivo al alba, separados por los diez pasos de rigor. Carlos entendió que debía ser él el que iniciara el camino contrario, culminando el sacrificio empezado seis años atrás para ganarse ese momento. Cuando estuvo a su altura, se detuvo un segundo para ponerle una mano junto al cuello, tanteando la disponibilidad de Iván. Como en un espejo, le vio a él también levantar una mano y ponerla sobre su hombro. Entendió el gesto como un sí, y tiró de él para atraerle hacia su cuerpo. No fue un abrazo propiamente dicho. En el primer contacto, sus cuerpos entrechocaron con fuerza para después, sujetarse mutuamente. A Iván le escocieron las lágrimas que acudieron a sus ojos después de años sin saber de ellas. A Carlos ya no le estorbaban, porque ese día había sido creado para exorcizar todos sus demonios a través de un llanto que se guardó demasiado tiempo.
- Gracias…
Dos sílabas entrecortadas, que lo decían todo, y que fueron el último bálsamo, la medicina definitiva para curar todas las heridas. La respuesta fue silenciosa, una imperceptible intensificación del abrazo.
Cuando se separaron, Carlos no pudo resistir la tentación de revolverle el pelo con una mano, como si aún fuese el crío que dejó atrás para poder salvarlo. Quizá lo era, o al menos, eso se desprendía de la sonrisa con la que le correspondió. Y de su voz, acunada por la emoción, que volvía a recurrir a las frases neutrales para escudarse.
- Yo creo que nos hemos ganado una cerveza ¿no?
Carlos asintió con la cabeza, y caminó tras él hasta la cocina.
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