- David ¿está usted aquí? A veces lo siento tan lejos ¿Por qué ha vuelto? No siente nada por mí.
Quizás fue aquella la primera vez y la última que David la vio como la persona que era. Más allá de su expresión de porcelana pensó que la había juzgado con demasiada ligereza puesto que qué era aparte de una niña que quería liberarse de la carga que le habían impuesto y que él había hecho suya. Haciendo aquello traicionaba a su madre y cumplía las palabras de su padre dividiendo sus afectos y pesares. Pero más allá de eso, era pretender no experimentar por lo que ellos habían pasado.
“- …Prométeme una cosa hijo, cuando te cases hazlo con alguien que no te quiera. Es lo mejor.”- le había dicho él. Una oferta cruel que no puede ponerse sobre los hombros de una conciencia aún por formar. Y David la había hecho suya sin rechistar, por aquella tarde de lluvia y dolor.
- Esto no tiene nada que ver conmigo. Es solo un negocio.- dijo sabiendo que cada una de las palabras caerían como cuchillos en la inocencia de Eva Errera transformándola para siempre.
- Podría haber sido usted más delicado.- dijo mientras la furia le acompañaba por cada uno de sus poros. Se había levantado y sostenía el huevo de fabergé. Lo miró largamente como sopesando si estaría bien usarlo como un arma hacia el destino de su malestar. Pero…- Supongo que al serme ofrecido la decisión de aceptarlo o rechazarlo me pertenece completamente. Este es un regalo, y como tal lo quiero.- anunció.
Sí, definitivamente no había tenido ni remota idea de cómo era Eva Errera. Había ido a dar y había hecho diana de pleno.
- No creo que su padre esté de acuerdo.- dijo mientras se ponía de pie.- Eso que sostiene es propiedad mía, así que exijo que me sea devuelto. Si no vendré a ver a su familia para reclamar lo que es mío.
- ¿Y si no?- dijo desafiante ella.
Pensó en la pregunta y obtuvo enseguida la respuesta, pero Eva tendría que enterarse tarde de esta para su satisfacción. La sangre le hervía por dentro a David, pensando en su madre, en los besos dulces de su padre en su cabello, en sus sacrificios y de pronto sintió que los había insultado y que ahí estaba su premio, como si le dijeran justo en ese mismo momento el querer cuesta, duele pero también da recompensas. Y aguantándose las lágrimas David se dio cuenta de que eso era lo que su padre había querido inculcarle y que aquella frase desafortunada fue dicha por su sufrimiento, puesto que otra cosa puede querer uno para su hijo que el que encuentre la felicidad.
Lo sencillo era lo que él acababa de hacer y tantas veces había caído ya en ello. Pero aquella sería la última.
David fingió demasiado bien su abatimiento sin poder ignorar que a lo lejos Esther Errera lo observaba con sobrecogimiento. Sin saber si interrumpir o no la escena.
- Hermana, ha venido Sara. Esa muchacha que te iba a limpiar la habitación.
- Que espere en la entrada. Lo ha hecho antes de tiempo y no le voy a pagar más.
En el soportal estaba la chica con quien se había chocado en la calle. David dijo un hola tan bajo que no lo habría escuchado ni su propio aliento. Había agarrado la bufanda y le había dado cuatro vueltas sin tener el efecto deseado y lo más gracioso es que ella no se movía.
-Trae. Deja que te ayude.- dijo mientras le hacía el nudo.- ¿Cómo te llamas?
- David Almansa. El tuyo… ya lo sé.- dijo cuando ella hubo terminado aunque si hubiese tardado una eternidad a él no le hubiese importado. Él se fue sin poder parar la emoción que un acto tan simple le había desatado. Sara pensó que si hubiese una definición de tristeza esta llevaría la foto de David Almansa.
Quizás fue aquella la primera vez y la última que David la vio como la persona que era. Más allá de su expresión de porcelana pensó que la había juzgado con demasiada ligereza puesto que qué era aparte de una niña que quería liberarse de la carga que le habían impuesto y que él había hecho suya. Haciendo aquello traicionaba a su madre y cumplía las palabras de su padre dividiendo sus afectos y pesares. Pero más allá de eso, era pretender no experimentar por lo que ellos habían pasado.
“- …Prométeme una cosa hijo, cuando te cases hazlo con alguien que no te quiera. Es lo mejor.”- le había dicho él. Una oferta cruel que no puede ponerse sobre los hombros de una conciencia aún por formar. Y David la había hecho suya sin rechistar, por aquella tarde de lluvia y dolor.
- Esto no tiene nada que ver conmigo. Es solo un negocio.- dijo sabiendo que cada una de las palabras caerían como cuchillos en la inocencia de Eva Errera transformándola para siempre.
- Podría haber sido usted más delicado.- dijo mientras la furia le acompañaba por cada uno de sus poros. Se había levantado y sostenía el huevo de fabergé. Lo miró largamente como sopesando si estaría bien usarlo como un arma hacia el destino de su malestar. Pero…- Supongo que al serme ofrecido la decisión de aceptarlo o rechazarlo me pertenece completamente. Este es un regalo, y como tal lo quiero.- anunció.
Sí, definitivamente no había tenido ni remota idea de cómo era Eva Errera. Había ido a dar y había hecho diana de pleno.
- No creo que su padre esté de acuerdo.- dijo mientras se ponía de pie.- Eso que sostiene es propiedad mía, así que exijo que me sea devuelto. Si no vendré a ver a su familia para reclamar lo que es mío.
- ¿Y si no?- dijo desafiante ella.
Pensó en la pregunta y obtuvo enseguida la respuesta, pero Eva tendría que enterarse tarde de esta para su satisfacción. La sangre le hervía por dentro a David, pensando en su madre, en los besos dulces de su padre en su cabello, en sus sacrificios y de pronto sintió que los había insultado y que ahí estaba su premio, como si le dijeran justo en ese mismo momento el querer cuesta, duele pero también da recompensas. Y aguantándose las lágrimas David se dio cuenta de que eso era lo que su padre había querido inculcarle y que aquella frase desafortunada fue dicha por su sufrimiento, puesto que otra cosa puede querer uno para su hijo que el que encuentre la felicidad.
Lo sencillo era lo que él acababa de hacer y tantas veces había caído ya en ello. Pero aquella sería la última.
David fingió demasiado bien su abatimiento sin poder ignorar que a lo lejos Esther Errera lo observaba con sobrecogimiento. Sin saber si interrumpir o no la escena.
- Hermana, ha venido Sara. Esa muchacha que te iba a limpiar la habitación.
- Que espere en la entrada. Lo ha hecho antes de tiempo y no le voy a pagar más.
En el soportal estaba la chica con quien se había chocado en la calle. David dijo un hola tan bajo que no lo habría escuchado ni su propio aliento. Había agarrado la bufanda y le había dado cuatro vueltas sin tener el efecto deseado y lo más gracioso es que ella no se movía.
-Trae. Deja que te ayude.- dijo mientras le hacía el nudo.- ¿Cómo te llamas?
- David Almansa. El tuyo… ya lo sé.- dijo cuando ella hubo terminado aunque si hubiese tardado una eternidad a él no le hubiese importado. Él se fue sin poder parar la emoción que un acto tan simple le había desatado. Sara pensó que si hubiese una definición de tristeza esta llevaría la foto de David Almansa.
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