Volvió a intentarlo, sin demasiada convicción, tratando de no mostrarse impaciente, de no escupir su miedo envuelto en su nombre…
- María…
Le cogió la cara entre las manos, con suavidad, con anhelo. Sin respuesta.
Desabrochó la cremallera de su propia chaqueta, ahora envolviendo el cuerpo de ella, y se la sacó despacio por los brazos. El pijama azul era un insulto, un recuerdo de su incapacidad, infectado por el olor a hospital y a enfermedad, a medicinas. A Dios sabe qué.
Meneó la cabeza, tratando de desechar las ideas que pasaban por su mente a la velocidad del rayo, envenenándole. No era el momento de pensar qué le habían hecho a María en aquel infierno. Ahora, lo importante era traerla de vuelta.
Desabrochó con presteza los botones de la camisa y al deslizarla por sus hombros, detuvo por un instante las yemas de los dedos sobre la clavícula, más pronunciada que nunca, tan acogedora como siempre. Dedicó sólo unos segundos a preguntarse si volvería a pasar por allí haciéndole cosquillas, si su aliento podría despertarla.
Tiró del nudo de los pantalones y los dejó caer por sus piernas. María no protestaba, no le miraba. Sólo se dejaba hacer, indefensa y maltrecha como nunca se la imaginó.
Extendió el brazo y bajo la almohada, encontró inmediatamente lo que buscaba. Llevaba allí muchas noches, a solas con él. Le pasó el camisón blanco por la cabeza y la tumbó de lado sobre la cama, cubriéndola con las mantas, como ya había hecho una vez, tiempo atrás, cuando pensó que nunca había conocido a nadie que le necesitara más.
Se dejó caer junto a ella, tratando de encontrar su mirada perdida, y le pasó una mano por el pelo enmarañado y áspero.
- María…
Ahora ya no esperaba una respuesta. Sólo la llamaba por necesidad.
La peinó con los dedos, deshaciendo pacientemente cada nudo, llamándola en voz baja de vez en cuando, esperándola. Había perdido la noción del tiempo cuando los ojos de ella se entornaron sin querer, pero se sintió irremediablemente aliviado contemplándola mientras dormía. Porque su respiración, cadenciosa y lenta, seguía siendo la misma de siempre, la que habría identificado entre mil millones, porque así respiraban sus noches, su cama, su habitación.
Pensó que no había dormido en toda la noche, pero lo cierto es que el sol le despertó al salir, ya inquieto, inconscientemente turbado por la sensación de volver a amanecer junto a su cuerpo. María apenas se había movido y él, durante un instante egoísta, deseó que se quedara así para siempre. Pero el parpadeo brusco que acompaña al despertar llegó un momento después, y al mirarla a los ojos, olvidó el terror que le provocaba volver a encontrarse con su mirada desenfocada y lejana. Porque María le miró y Carlos se sintió infantil y pequeño, como cuando le robaba besos en el pasillo a media mañana. Quiso hablar, pero no supo qué decir.
- Fermín…
Sonrió, pero no contestó. Sólo se acercó a ella y la estrechó contra su pecho, volviendo a enredarle el pelo que había ido destejiendo durante la noche.
- Ya estás en casa, María…
- No te vayas.
- No me voy a ir.
No había nada más que decir. Los dos entendieron que no era una petición puntual sino un pacto hecho en voz baja pero firme.
Se estrechó un poco más contra él y volvió a dormirse.
1 comentario:
Me ha encantado este pequeño fic. He de decirte que me ha impresionado lo bien que escribes, ahora mismo me pongo a leer algunas cosas más que tienes por aquí. Un saludo!
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