El agua ya estaba caliente, la vertió en un vaso y se giró para sentarse en la mesa de la cocina sin saber que ahí estaba él, sentado siguiendo con la mirada todos sus movimientos. El susto que se llevó hizo derramar parte de la infusión en el suelo.
- ¡Héctor! Mira lo que he hecho, no gano para disgustos hoy. ¿Te parecerá normal estar aquí a oscuras?.
- Si para ti es un disgusto derramar un poco de agua...
- Es una tila…
- Bueno, da igual, una tila.
Héctor se levantó a ayudarla a limpiar los restos de infusión esparcidos por el suelo.
Estaban los dos limpiándolo, como si uno solo no pudiera hacerlo. María se puso nerviosa. Estaba tan cerca de él que un simple suspiro haría que sus labios se rozaran. Se apartó antes de decir…
- ¿Qué hacías a oscuras ahí sentado?
- Pensar...
- ¿Pensar? ¿En qué? – preguntó como si no supiera ya la respuesta. Quería romper el hielo a esa embarazosa situación.
- En ti...
- Héeeeector, no empecemos otra vez.
- Sí, si que empezamos. No quiero ser pesado, pero…no tengo otra cosa más en la cabeza.
- Pues ya se te la puedes ir quitando- musitó mientras esbozaba una sonrisilla.
María se sentó en la mesa a tomar la media tisana que le quedaba. No sabía si irse o quedarse como tenía ya pensado antes de saber que él compartiría junto a ella la velada de esa interminable noche.
-Vale, no insistiré más…… por hoy, claro- sonrió pícaramente.
- De acuerdo, algo he ganado.
- En tiempo, ¿no?
María no llegó a comprender lo que quería decir
-¿En tiempo?
- Sí, claro. En tiempo para decirme que me quieres.- sonrió.
Héctor se sentía el rey. Había perdido todo ese miedo que le invadía diariamente. El saber que ella también le quería, le daban fuerzas para jugar mejor la partida. Para arriesgar sin miedo a perder. Y María no podía evitar sonreír curiosa ante la nueva actitud osada de él.
- ¡Qué tranquilidad!- se atrevió a decir María para romper el hielo y desviar el tema, mirando la cocina, como si en ella pudiera encontrar físicamente “la tranquilidad”.
- Así son todas las noches. Las guardias se me hacen interminables. Esta noche creo que será diferente- sonrió- al menos, no estoy solo, como en el resto.
María también sonrió. Aunque intentara ocultarlo, tenía que ser franca, estaba muy a gusto con él hablando, compartiendo esa tranquilidad que la noche les estaba ofreciendo, lejos de los ruidos de los niños gritando y corriendo. Se había olvidado por completo de aquél hombre que había dejando descansando en su habitación. Se había olvidado de Iván. De que Héctor era un hombre de clase alta. Que estaban en un internado. Daba igual todo, el mundo se había parado. Aunque las cañerías ya eran viejas y hacían bastante ruido, no podía oírlas. Solo oía la voz de Héctor. Se había abstraído de todo lo demás.
Compartieron opiniones sobre la educación de los padres y alumnos, el mundo, sus experiencias, motivaciones, aprendiendo uno del otro y conociéndose mejor. Cotillearon sobre el resto del profesorado y parte de los empleados. Héctor divertía a María. Ésta había descubierto algo nuevo en él. Al amigo. A la persona con la que compartir opiniones, charlar, reírse. ¿Qué tenía de malo Héctor? Era perfecto para ella. Cada vez sentía más el impulso de besarle, no existía nada más en ese momento, ni siquiera intentaba frenar esas infinitas ganas de acariciar sus labios con los de él.
Entre risas, poco a poco se iban acercando más. Héctor tocó su boca con un dedo. Tocó el borde de los labios de María. Los iba dibujando como si salieran de su mano, como si por primera vez su boca se entreabriera. María sonrió por debajo de la mano de él. Se miraron de cerca, cada vez más de cerca. Los ojos parecieron agrandarse, se acercaban entre sí. Las bocas se encontraron, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, sentían el aliento húmedo de uno y del otro. Héctor empezó a buscar, hundiéndose en la larga melena de María, acariciando lentamente la profundidad de su pelo mientras se besaban como si tuvieran la boca llena de flores, con movimientos vivos. María se estremecía con cada mordisco dulce. Héctor la sintió temblar de nuevo.
Pero algo les detuvo.
- ¡Héctor! Mira lo que he hecho, no gano para disgustos hoy. ¿Te parecerá normal estar aquí a oscuras?.
- Si para ti es un disgusto derramar un poco de agua...
- Es una tila…
- Bueno, da igual, una tila.
Héctor se levantó a ayudarla a limpiar los restos de infusión esparcidos por el suelo.
Estaban los dos limpiándolo, como si uno solo no pudiera hacerlo. María se puso nerviosa. Estaba tan cerca de él que un simple suspiro haría que sus labios se rozaran. Se apartó antes de decir…
- ¿Qué hacías a oscuras ahí sentado?
- Pensar...
- ¿Pensar? ¿En qué? – preguntó como si no supiera ya la respuesta. Quería romper el hielo a esa embarazosa situación.
- En ti...
- Héeeeector, no empecemos otra vez.
- Sí, si que empezamos. No quiero ser pesado, pero…no tengo otra cosa más en la cabeza.
- Pues ya se te la puedes ir quitando- musitó mientras esbozaba una sonrisilla.
María se sentó en la mesa a tomar la media tisana que le quedaba. No sabía si irse o quedarse como tenía ya pensado antes de saber que él compartiría junto a ella la velada de esa interminable noche.
-Vale, no insistiré más…… por hoy, claro- sonrió pícaramente.
- De acuerdo, algo he ganado.
- En tiempo, ¿no?
María no llegó a comprender lo que quería decir
-¿En tiempo?
- Sí, claro. En tiempo para decirme que me quieres.- sonrió.
Héctor se sentía el rey. Había perdido todo ese miedo que le invadía diariamente. El saber que ella también le quería, le daban fuerzas para jugar mejor la partida. Para arriesgar sin miedo a perder. Y María no podía evitar sonreír curiosa ante la nueva actitud osada de él.
- ¡Qué tranquilidad!- se atrevió a decir María para romper el hielo y desviar el tema, mirando la cocina, como si en ella pudiera encontrar físicamente “la tranquilidad”.
- Así son todas las noches. Las guardias se me hacen interminables. Esta noche creo que será diferente- sonrió- al menos, no estoy solo, como en el resto.
María también sonrió. Aunque intentara ocultarlo, tenía que ser franca, estaba muy a gusto con él hablando, compartiendo esa tranquilidad que la noche les estaba ofreciendo, lejos de los ruidos de los niños gritando y corriendo. Se había olvidado por completo de aquél hombre que había dejando descansando en su habitación. Se había olvidado de Iván. De que Héctor era un hombre de clase alta. Que estaban en un internado. Daba igual todo, el mundo se había parado. Aunque las cañerías ya eran viejas y hacían bastante ruido, no podía oírlas. Solo oía la voz de Héctor. Se había abstraído de todo lo demás.
Compartieron opiniones sobre la educación de los padres y alumnos, el mundo, sus experiencias, motivaciones, aprendiendo uno del otro y conociéndose mejor. Cotillearon sobre el resto del profesorado y parte de los empleados. Héctor divertía a María. Ésta había descubierto algo nuevo en él. Al amigo. A la persona con la que compartir opiniones, charlar, reírse. ¿Qué tenía de malo Héctor? Era perfecto para ella. Cada vez sentía más el impulso de besarle, no existía nada más en ese momento, ni siquiera intentaba frenar esas infinitas ganas de acariciar sus labios con los de él.
Entre risas, poco a poco se iban acercando más. Héctor tocó su boca con un dedo. Tocó el borde de los labios de María. Los iba dibujando como si salieran de su mano, como si por primera vez su boca se entreabriera. María sonrió por debajo de la mano de él. Se miraron de cerca, cada vez más de cerca. Los ojos parecieron agrandarse, se acercaban entre sí. Las bocas se encontraron, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, sentían el aliento húmedo de uno y del otro. Héctor empezó a buscar, hundiéndose en la larga melena de María, acariciando lentamente la profundidad de su pelo mientras se besaban como si tuvieran la boca llena de flores, con movimientos vivos. María se estremecía con cada mordisco dulce. Héctor la sintió temblar de nuevo.
Pero algo les detuvo.
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