Sentada como una niña, sobre sus piernas cruzadas en la cama de Fermín, Julia trataba de enfocar el rostro de Lourdes Álvarez tras la neblina que ocupaba aquella época. Iván, sentado junto a ella, trataba de sobreponerse a sus últimas horas, a la angustia de todo lo que había descubierto. Fermín no se había movido en los últimos minutos, sentado frente a la pantalla del ordenador, velando el sueño intermitente de María. Sólo Rebeca parecía continuar fría e inquebrantable. Sólo ella hablaba.
- ¿Cómo era?
Julia entornó los ojos y habló.
- Era una mujer mayor, siempre llevaba el pelo recogido en un moño, iba muy bien vestida. – Se detuvo un momento a reflexionar. – Es increíble que siga ejerciendo…
- ¿Cuántos años crees que tiene? Más o menos…
- No lo sé. Yo siempre pensé que ya debía estar jubilada. Más de sesenta, seguro.
Iván, que había permanecido callado hasta ese momento, sacó su ironía del cajón, la única arma con la que contaba.
- Buena edad para ser amiguita del tal Wulf…
A Carlos se le sacudieron los cimientos. Lo vio tan claro que se sintió molesto consigo mismo por haber sido incapaz de adivinarlo antes. La idea que llevaba horas martilleándole la cabeza tomó forma de nuevo, y de repente, todo pareció encajar. Minimizó la imagen que emitía la cámara y abrió un programa para manipular imágenes. Unos minutos más tarde volvió la pantalla hacia donde Julia estaba sentada.
- ¿Es ella?
La palidez del rostro de Julia habló por sí misma. Cogió el teléfono y pulsó el uno.
- Soy Carlos. Necesito otra webcam.
- No me llamarías sólo para pedirme eso, ¿qué quieres?
- Me vendría bien hacerle una visita a nuestro amigo Hugo.
- Sabes que no puedo hacer nada. Está bajo custodia en la sede y no van a dejar que…
- Si no le veo esta noche, voy a quemar los informes. Y entonces, no os servirá de nada tenerle a él.
- ¡Tú no vas a quemar nada!
Fermín esbozó una sonrisa irónica que Saúl supo leer a través del teléfono.
- Créeme, he quemado cosas peores…
- Carlos, no seas imbécil.
- Tengo a Teodora Raüber. Si me dejáis ver a Hugo, es toda vuestra.
A Saúl le silenció la estupefacción. Nadie sabía nada de la única mujer nazi huída. La Organización había llegado a plantearse que su muerte no había sido simulada hasta que Rebeca descubrió la ermita y las iniciales TR en una de las sillas. Pero Saúl sabía que si había alguien capaz de dar con ella, era Carlos.
- Hablaré con ellos.
- Tiene que ser hoy. Saldré en cinco minutos. Estaré allí antes de las diez. Prepárame la cena.
- Carlos, no puedo prometerte nada.
- Lo harán. Os llevaré los informes de Hugo como muestra de buena voluntad.
Colgó y sonrió para sus adentros. Ya estaba en marcha. Miró a la pantalla y vio a María en la misma postura en la que había estado desde que Daniel activó la webcam. Quiso repetir el gesto absurdo de alargar el brazo para tocarla, pero pensó que si se daba prisa, quizá al día siguiente a ésas horas, podría abrazarla de verdad.
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