
La tarde se escurrió extraña, densa, rápida y lenta. María permanecía muy quieta, en el sofá, con el cuerpo pegado inconscientemente al del hombre que tanto había esperado. Penélope ha muerto, y ya no dormirá más noches en la ventana, pensaba. No es que no se creyera que él estaba allí, simplemente era una sensación tan ansiada que se le antojaba onírica, como si estuviese metida dentro de un sueño tan dulce, que el miedo te agarrota el cuerpo temiendo que se torne pesadilla.
Carlos había monopolizado por completo a su padre y, sentado sobre sus rodillas, le avasallaba a preguntas que, en la mayoría de los casos, sólo podían ser esquivadas con una sonrisa. Las frases le salían a borbotones, sin orden ni coherencia, y pasaba de hablar de sus compañeros de clase a preguntarle por qué antes, todos le llamaban Fermín.
María no habría sido capaz de decir si habrían pasado dos horas o cinco cuando el timbre volvió a sonar. Su hijo permanecía ajeno a cualquier otro sonido que no proviniera de la boca de su padre, y Carlos se limitó a mirarla con divertida impotencia.
Cuando abrió la puerta, se encontró con una estampa que le resultó familiar. Manos en los bolsillos, mirada baja, y un cuerpo que se balanceaba hacia adelante y hacia atrás sobre los talones de sus pies. A su lado, la sonrisa perenne, inmortal y ajena al paso del tiempo de Julia, que se agarraba al brazo de Iván, infundiéndole la fuerza que a él le flaqueaba.
- Hola… pasad.
Él entró delante, dejándole un beso rápido en la mejilla a su madre, mientras Julia se entretuvo en darle un abrazo ligero, ansioso.
Carlos volvió la vista sólo un segundo para, una milésima más tarde, dejar la vista fija en las dos personas que tenía delante. Oyó a su hijo gritar el nombre de su hermano y escurrirse hasta el suelo, pero el mundo giraba a una velocidad que ya no le permitía procesar cada nueva visión. El vértigo que sintió al ver a Iván era aún mayor que el que había sentido al encontrarse cara a cara con María o con su propio hijo. Por un momento, sintió que algo se detenía dentro de él, y tuvo que apretar con fuerza los párpados para deshacerse de un recuerdo cuyo contenido en dolor le impedía ponerse en pie siquiera. Pero el sacrificio había sido tan grande, que no es fácil apartar la causa…
Volvió al bosque.
Volvió a ver la laguna.
Volvió a oír los coches y las voces.
Volvió a su dormitorio.
Volvió a tener miedo.
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