- Es precioso. Debe haberle costado millones.- Lo que no sabía el que lo recibía es que era la única señal de una falsa fortuna.
- No sabe usted cuanto.- le dijo David al señor Errera.- Quiero que sepa que no es comprado, es algo sentimental, un vínculo unido a mi familia traspasado dos generaciones.
- Mejor aún.- respondió con soltura.- Si me permite voy a buscar a mi hija, le gustará saber que está aquí.-
Los minutos cayeron sobre David como una pesa. Y eso que decían que el calendario volaba cuando te hacías mayor pero a él no le daba tiempo a volar con él.
- Hola, señor Almansa.- se anunció Eva desde el escalón. “Fíjate bien en ella”- pensó.- “Cuando seamos ancianos nos miraremos y nos diremos a nosotros mismos o lo más probable echándole la culpa al de enfrente: ¿por qué nos metimos en esto?”.
- Siéntese Eva, por favor.- le sugirió con amabilidad. - He venido a traerle algo.- Al moverse ella un perfume invadió la habitación. A David le recordó el de su madre y cambió la cara pero al mismo tiempo le dio fuerzas para abrir la caja después de tanto.
- ¿Se encuentra bien? Se ha puesto usted blanco.
Pero David no estaba allí si no muchos kilómetros lejos, en su mente. Con un hombre de la mano siendo un niño y regresando a casa…
- Uno, dos, tres, salto y me pongo del revés. David, no prestas atención, hijo. Cuando diga tres pegas un brinco muy muy grande, tanto como puedas.
- ¿Y si es tan grande que llego a ese árbol?
- Tranquilo que yo te cojeré. Si estoy cerca nada malo te pasará. Venga que ya estamos llegando. Uno, dos, tres…- Pero su padre frenó en seco. En ese momento la lluvia hizo acto de presencia.
-¡Eh, papá, llueve!¡Y no tengo paraguas, jaja!
Pero la gabardina del señor Almansa estaba tensa. David giró la vista hacia donde enfocaba los ojos su padre y no vio nada extraño salvo la puerta de su casa abierta a cierta distancia. Su padre se agachó y simuló sonreír.
- Vamos a hacer una cosa. Este es otro juego distinto. Tú te quedas aquí, esperas y sigues contando.
- Pero…- intentó decir.-¡Aunque te mojes!- le interrumpió su padre. Acto seguido corrió más deprisa de lo que nunca le había visto hacer sin darle tiempo a que sus huellas se marcasen en el suelo. Aún así cumpliendo su orden no pudo deshacerse del eco de su angustia.- ¡Ruth, ¿Dónde estás?!¡Ruth!
Su hijo ahora sí desoyendo el consejo por el frío contraído lo siguió. Jamás había creído ver a su padre en tal desesperación aunque todavía no supiese su significado. El señor Almansa abría cajones y los tiraba. David observó que faltaban muchas cosas, desde espejos hasta cuadros, joyeros maltratados sobre la alfombra, pero la cuestión que más angustia le creaba a su padre era solo una.
-¡¿Y mi mujer??!!- bramaba. ¡¿¿Cómo que no sabéis quien se la ha llevado??!- le escuchaba decir. Pero la voz se fue apagando conforme el niño se alejaba del lugar.
- Señor, no sabemos donde está. Lo siento, yo…
El señor Almansa miró acongojado a la ventana y no vio a su hijo a través de ella. El árbol de ramas retorcidas que había plantado en su infancia le pareció salido de una leyenda gris. Su boca se abrió instintivamente para coger aire pero no pasó nada a la vez que la angustia se apoderaba otra vez de él.
Su hijo mientras se encontraba tranquilo en su habitación jugando con sus soldaditos. Lo que no sabía era la sorpresa habladora que se iba a encontrar dentro del armario.
- Tú sí nos vas a decir donde hay más cosas, ¿verdad?
Las pupilas de David se ensancharon presas del pánico.
- No sabe usted cuanto.- le dijo David al señor Errera.- Quiero que sepa que no es comprado, es algo sentimental, un vínculo unido a mi familia traspasado dos generaciones.
- Mejor aún.- respondió con soltura.- Si me permite voy a buscar a mi hija, le gustará saber que está aquí.-
Los minutos cayeron sobre David como una pesa. Y eso que decían que el calendario volaba cuando te hacías mayor pero a él no le daba tiempo a volar con él.
- Hola, señor Almansa.- se anunció Eva desde el escalón. “Fíjate bien en ella”- pensó.- “Cuando seamos ancianos nos miraremos y nos diremos a nosotros mismos o lo más probable echándole la culpa al de enfrente: ¿por qué nos metimos en esto?”.
- Siéntese Eva, por favor.- le sugirió con amabilidad. - He venido a traerle algo.- Al moverse ella un perfume invadió la habitación. A David le recordó el de su madre y cambió la cara pero al mismo tiempo le dio fuerzas para abrir la caja después de tanto.
- ¿Se encuentra bien? Se ha puesto usted blanco.
Pero David no estaba allí si no muchos kilómetros lejos, en su mente. Con un hombre de la mano siendo un niño y regresando a casa…
- Uno, dos, tres, salto y me pongo del revés. David, no prestas atención, hijo. Cuando diga tres pegas un brinco muy muy grande, tanto como puedas.
- ¿Y si es tan grande que llego a ese árbol?
- Tranquilo que yo te cojeré. Si estoy cerca nada malo te pasará. Venga que ya estamos llegando. Uno, dos, tres…- Pero su padre frenó en seco. En ese momento la lluvia hizo acto de presencia.
-¡Eh, papá, llueve!¡Y no tengo paraguas, jaja!
Pero la gabardina del señor Almansa estaba tensa. David giró la vista hacia donde enfocaba los ojos su padre y no vio nada extraño salvo la puerta de su casa abierta a cierta distancia. Su padre se agachó y simuló sonreír.
- Vamos a hacer una cosa. Este es otro juego distinto. Tú te quedas aquí, esperas y sigues contando.
- Pero…- intentó decir.-¡Aunque te mojes!- le interrumpió su padre. Acto seguido corrió más deprisa de lo que nunca le había visto hacer sin darle tiempo a que sus huellas se marcasen en el suelo. Aún así cumpliendo su orden no pudo deshacerse del eco de su angustia.- ¡Ruth, ¿Dónde estás?!¡Ruth!
Su hijo ahora sí desoyendo el consejo por el frío contraído lo siguió. Jamás había creído ver a su padre en tal desesperación aunque todavía no supiese su significado. El señor Almansa abría cajones y los tiraba. David observó que faltaban muchas cosas, desde espejos hasta cuadros, joyeros maltratados sobre la alfombra, pero la cuestión que más angustia le creaba a su padre era solo una.
-¡¿Y mi mujer??!!- bramaba. ¡¿¿Cómo que no sabéis quien se la ha llevado??!- le escuchaba decir. Pero la voz se fue apagando conforme el niño se alejaba del lugar.
- Señor, no sabemos donde está. Lo siento, yo…
El señor Almansa miró acongojado a la ventana y no vio a su hijo a través de ella. El árbol de ramas retorcidas que había plantado en su infancia le pareció salido de una leyenda gris. Su boca se abrió instintivamente para coger aire pero no pasó nada a la vez que la angustia se apoderaba otra vez de él.
Su hijo mientras se encontraba tranquilo en su habitación jugando con sus soldaditos. Lo que no sabía era la sorpresa habladora que se iba a encontrar dentro del armario.
- Tú sí nos vas a decir donde hay más cosas, ¿verdad?
Las pupilas de David se ensancharon presas del pánico.
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