¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

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Amistades peligrosas (Capítulo XII)



La noche fue una serie de pesadillas intermitentes, ella dueña de algunas, la mayoría dueñas de él. Las únicas palabras murmuradas fueron en sueños. En esos etéreos momentos de la madrugada que pasaron despiertos no hubo más que silencio. María era consciente de lo que significaba vivir bajo el peso de la culpabilidad. Al fin y al cabo, era un sentimiento que la había perseguido la mayor parte de su vida. Por Iván, por haber elegido caminos equivocados, por haber cometido errores imperdonables.

Ayer mismo, mientras se sinceraba con Carlos, había sentido otra vez esa carga tan agobiante. Y después de verle anoche emocionalmente desnudo, sin velos ni disfraces, la tenebrosa mano de la culpa volvió a encaramarse a su garganta, invisible y sobrecogedora. Por no decirle toda la verdad. Por haber omitido una parte importante de su pasado. Por haberse aprovechado de él, y dejado que sus lágrimas se convirtiesen en una excusa para frenar cualquier pregunta. María sabía que él no soportaba verla llorar. Sabía que no haría preguntas, no la empujaría hacia el abismo de su pasado si ello conllevase verla sufrir.

La última vez que se despertó estiró su brazo buscándole, pero encontró una cama vacía. Se incorporó levemente apoyando los codos sobre el colchón, y lo descubrió sentado junto a la ventana, pensativo, observando la ciudad todavía adormecida. Era obvio que no había dormido gran cosa, y lo poco que había conseguido dormir no le había servido de mucho descanso. Se le veía claramente fatigado. Las ojeras habían regresado, y aunque ya estaba vestido, no se había molestado en afeitarse.

Cuando la vio moverse, giró la cabeza en su dirección. Su mirada se detuvo un instante en sus ojos, y luego descendió hasta la alfombra.

_ No quería despertarte, _ dijo, su voz ronca por ser las primeras palabras en muchas horas.

_ ¿Por qué no vienes y descansas un poco?

_ Tenemos que irnos, _ dijo mirando de nuevo por la ventana. _ Ya está casi amaneciendo.

María se levantó de la cama, acercándose con pies de plomo y arrodillándose frente a él para observarle mejor. Claramente incómodo, Fermín evitó su mirada, tanto maternal como escudriñadora. Ella puso sus manos sobre las de él, les dio un apretón cariñoso. Pero Fermín las retiró apartándose de ella casi al instante, y María sintió de nuevo ese vacío que la había poseído antes de llegar a París.

_ María, en cuanto a anoche—

_ Está bien, _ se apresuró a decir ella, ofreciéndole una sonrisa forzada que terminó convirtiéndose en una triste mueca. _ No tienes por qué decir nada.

_ Siento haberte puesto en una situación así, _ dijo él. Su mirada ya no era furtiva sino firme. _ Se supone. . . No puedo venirme abajo de esa manera. Nuestras vidas dependen de ello.

Las manos de María no se dieron por vencidas. Se deslizaron por las piernas de él, descansando sobre sus muslos. _ Era tu madre, _ susurró ella, sintiendo el regreso de ese ardor tan familiar detrás de sus parpados.

Carlos se levantó, una vez más huyendo del contacto. Sin decir palabra, comenzó a preparar la mochila para su partida.

_ Fermín. . . _ llamó María, aturdida por su conducta.

Él se dio la vuelta bruscamente, la miró con ojos severos, acusatorios. María se mordió el labio inferior, arrepentida. ¿Por qué no podía llamarle por su verdadero nombre? Hasta el momento no se había percatado de que a él pudiese molestarle. Sabía que algo había cambiado entre ellos anoche, pero creía que había sido un acercamiento, que las estúpidas barreras que existían entre ellos habían desaparecido. Obviamente, ese no era el caso. Obviamente. Si no, ¿Por qué la costaba tanto llamarle Carlos?

María vio como recogía la toalla mojada del suelo y entraba en el baño. Si hubiesen estado en el internado, seguramente hubiese salido de la habitación dando un portazo. Ella todavía no podía entender el súbito cambio en su comportamiento. Con un suspiro, comenzó a vestirse despacio y algo desconcertada.

_ ¿Estás enfadado conmigo? _ preguntó tímidamente cuando le vio salir del baño.

Carlos metió el cepillo de dientes y el desodorante en uno de los compartimentos de la mochila, y cerró los ojos momentáneamente. María pensó que no iba a responder a la pregunta.

_ No, joder, _ dijo al final. _ ¿Cómo voy a estar enfadado contigo?

_ Entonces—

_ No me obligues a hablar de ello, _ interrumpió Carlos, fracasando en su intento de ocultar su frustración. Con un poco más de calma, añadió: _ Venga, termina de vestirte. Tenemos que salir de aquí.

Desayunaron en silencio en el restaurante del hotel, ninguno con demasiada hambre. María se había levantado con mal cuerpo, y el olor a comida que pululaba en el restaurante hizo que su estómago se cerrase herméticamente. Aun así, se forzó a comer un par de tostadas y un té y logró sentirse un poco mejor. Además, luego le entraban esos horribles apretones de hambre y estaba segura que se arrepentiría de haberse saltado el desayuno.

Antes de salir, Carlos se pasó por uno de los ordenadores públicos del hotel e hizo dos reservas de avión. María miraba la pantalla por encima de su hombro, sorprendida al ver las tarjetas de embarque.

_ ¿Vamos a Nueva York? _ preguntó, atónita.

_ No.

Una vez en el aparcamiento, Carlos puso el coche en marcha. Se quedó reflexivo durante unos momentos, las manos fijas sobre el volante.

_ Van a seguirnos hasta el aeropuerto, _ dijo con una fría calma. _ No creo que se atrevan a interceptarnos antes de llegar. Cuando lleguemos, necesito que sigas exactamente mis instrucciones ¿me oyes?

María asintió, notando como una ola de pánico comenzaba a consumirla. Miraba a Carlos con ojos muy abiertos, la garganta seca.

_ No tengas miedo, _ dijo él con voz suave, tranquilizadora. _ No voy a dejar que te pase nada.

Sus palabras, aunque reconfortantes, no lograron menguar la ansiedad que habitaba en el estómago de María. La magia del día anterior se había disipado, dejando en su lugar un turbio presente. Cuando el todoterreno salió del aparcamiento subterráneo, María fue sobrecogida por la terrible sensación de que la muerte les iba pisando los talones. Miraba por la ventana a los coches que pasaban, a sus pasajeros. Gente que iba a trabajar o a llevar a sus hijos al colegio, ajenos a los problemas a los cuales ellos se enfrentaban. María les envidiaba. Envidiaba sus simples vidas, con sus problemas cotidianos y dando por sentado que mañana se despertarían a salvo en sus camas.

Carlos conducía con calma, al límite de velocidad. Su mirada se desviaba al espejo retrovisor con calculada frecuencia. A primera vista parecía la calma personificada. Pero María le conocía lo suficiente como para darse cuenta de esos pequeños detalles que delataban lo tenso que estaba en realidad. Entre lo poco que había dormido y lo mucho que le había afectado la muerte de su madre, María no sabía de dónde sacaba las fuerzas para afrontar esta situación. Cierto era que Carlos sabía buscarse la vida. Y no le extrañaría que se hubiese topado con situaciones así en el pasado. Pero ella estaba aterrada. Lo último que quería era ser un estorbo para él.

El viaje desde el hotel hasta el aeropuerto se hizo eterno. Cuando el coche subió por la rampa del aparcamiento, María empezó a temblar. No sabía muy bien que pasaría a continuación, pero se había percatado de que el coche azul marino que llevaban detrás les llevaba pisando los talones desde hacía más de diez minutos. Unas ganas inminentes de vomitar forzaron a María a agarrar ambos lados del asiento con fuerza. El todoterreno se desplazó lentamente por el garaje, se introdujo en uno de los espacios libres y el ronquido del motor cesó.

Carlos se giró para mirarla, su expresión seria.

_ María, ahora vas a salir y te vas a quedar muy quieta entre este coche y el de al lado hasta que yo te de la señal ¿vale?

_ No me dejes sola, _ suplicó María sin querer. Se había prometido ser valiente, no ser una carga para él. Pero una vez que llegó el momento, estaba tan asustada que no pudo cumplir con su promesa. _ Por favor.

Carlos puso su mano sobre la mejilla de ella, acariciando su piel con el pulgar como lo había hecho tantas veces antes.

_ María, escúchame, _ dijo, su voz suave y firme al mismo tiempo. _ Tienes que confiar en mi.

La respiración de María salía en pequeños suspiros entrecortados. Abrazándose a sí misma, seguía susurrando súplicas inaudibles. Carlos sujetó ambos lados de su cabeza, la forzó a mirarle directamente a los ojos.

_ ¡Escúchame, joder! Vamos a hacer esto juntos ¿me oyes? Necesito que te tranquilices _. María cerró los ojos, negando con la cabeza. _ Mírame, María. ¡Mírame!

_ Nos van a matar, _ sollozó, perdiendo toda su compostura.

El estruendo que se oyó a continuación resonó por las paredes del aparcamiento. María se percató de la lluvia de vidrio un instante después de que Carlos la arrastrase a la fuerza por la puerta del conductor. Paralizada, María se apoyó contra la pared, ocultándose detrás del todoterreno mientras Carlos se abalanzaba sobre el hombre que apareció como por arte de magia entre los dos coches.

El segundo disparo fue incluso más ensordecedor que el primero. María se llevó las manos a los oídos con un grito, vio el breve forcejeo entre Carlos y su agresor hasta que la pistola salió volando a varios metros de ambos. El tipo era bastante mas alto que Carlos, y mucho mas corpulento, pero ni la mitad de rápido. Por mucho que trataba de golpear a Carlos, éste esquivaba cada intento con impresionante agilidad. Un segundo individuo se acercaba a zancadas. También iba armado, pero estando Carlos enzarzado de tal manera con su compañero, se le hacia demasiado difícil dar en el blanco.

Con un sexto sentido, Carlos se dio la vuelta justo a tiempo para bloquear el derechazo del segundo matón. María nunca le había visto moverse así, y observaba anonadada ese baile letal entre los tres hombres. Uno de ellos consiguió alcanzar a Carlos de lleno en el estómago, haciéndole caer al suelo con un gruñido. Por fortuna, consiguió ponerse en pie antes de que el gorila se le echase encima.

María no estuvo muy segura de cómo ocurrió, pero el segundo hombre cayó al suelo como un saco de patatas, inconsciente. Uno de los puños del otro asaltante conectó con el pómulo de Carlos haciéndole caer al suelo al lado de su compañero. Esas manos enormes se aferraron a su garganta, impidiendo que pudiese tomar aire. Carlos intentaba empujarle con todas sus fuerzas, pero todos sus esfuerzos eran en vano. El hombre era como un tanque, sólido, pesado.

María observaba, horrorizada, como Carlos luchaba desesperadamente por su vida, por la de ella. Su cuerpo se retorcía como un animal salvaje. Las manos de su agresor eran de acero, inmovibles. Sin pensarlo, María salió de su escondite y abrió la puerta del todoterreno. Con un ímpetu nacido sólo del espanto, apretó el claxon. El alboroto sobresaltó al hombre lo suficiente como para darle a Carlos la oportunidad de quitárselo de encima con un rodillazo en las costillas. Enfurecido, se dejó caer una vez más sobre Carlos, quien esta vez logró rodar hacia la izquierda para deshacerse de él.

Movidos por la adrenalina, ambos se abalanzaron sobre la pistola que yacía al lado de la rueda del todoterreno. Una vez más, la suerte estuvo del lado del matón. En una fracción de segundo recogió el arma y apuntó directamente a la cabeza de Carlos.

María sintió como su corazón descendía a sus tripas de un vuelco. Anticipó ese sonido tan inconfundible, tan escalofriante que había escuchado ya demasiadas veces. El grito de pánico murió en el precipicio de su garganta.

Noporfavornononoporfavorporfavornononono. . .

Pero la destreza de Carlos logró desviar el disparo en el último momento. El tipo no tuvo la oportunidad de retomar su posición. A una velocidad vertiginosa, Carlos sacó su propia pistola de su espalda y apretó el gatillo. El hombre se desplomó sobre él, embadurnando de sangre a Carlos, el coche, el suelo. . .

Antes de que su mente pudiese procesar lo que acababa de suceder, María fue literalmente arrastrada del lugar a mano de Carlos. Sus piernas temblaban con cada paso, se le hacía difícil correr a la velocidad que él quería.

Un coche bajó por la fila adyacente, forzándoles a esconderse tras una columna para pasar desapercibidos. Carlos sacó una camiseta limpia de la mochila y utilizó la que llevaba puesta con ayuda de un poco de agua mineral para quitarse la sangre que le había salpicado a la cara y los brazos.

María había perdido la noción del tiempo. Se desplazaba como en un sueño, flotando hacia la deriva. Bajaron por unas escaleras y salieron a la calle. Ya era de día. La gente se cruzaba con ellos, inconscientes de lo que había ocurrido en el aparcamiento minutos antes. Entraban y salían de la terminal personas de negocios con sus maletines y portátiles, familias sonrientes con sus maletas. Los taxistas esperaban pacientemente la llegada del siguiente vuelo para cobrar a su clientela la exorbitante tarifa del aeropuerto. Nadie sospechaba nada.

Una fila de autobuses con el motor encendido alentaba al bochorno de la mañana. Carlos y María subieron a uno de ellos. En el cartel ponía: “Sea France – La Manche”.

Sentándose en dos de los asientos del final, Carlos depositó la mochila en el suelo, asegurándose de no les hubiesen seguido hasta el autobús.

_ ¿Estás bien?

María escuchó la pregunta a través del constante zumbido en sus oídos. Aturdida, asintió con la cabeza. No podía encontrar su voz. Cada vez que cerraba los ojos veía el cuerpo de Carlos tirado en el suelo del aparcamiento, rodeado por su propia sangre. ¡Dios! Había estado a punto de perderle. La idea la aterrorizaba. Y por mucho que lo intentaba, no podía borrar esa espeluznante imagen de su mente.

Una botella de agua se materializó frente a ella. María tomó un pequeño sorbo.

_ Tranquila, _ susurró Carlos cogiéndola de la mano.

Ella apretó su mano, cerciorándose que era real, que se encontraba ahí, a su lado.

_ ¿María?

Carlos la levantó la barbilla con el dedo índice doblado. Ella le miró intentando contener todas las emociones que ardían en su interior. No tuvo más que encontrar la mirada de preocupación de él para que las lágrimas que ya era imposible detener comenzaran a recorrer sus mejillas.

_ Tengo que decirte algo, _ murmuró luchando contra el nudo que se había formado en su garganta. _ Ayer no te conté toda la verdad. No te lo dije todo sobre mi pasado.

_ Shhhhh, _ susurraba Carlos.

_ Lo siento, lo siento. . . _ María vomitaba las palabras, las repetía como una copla. _ Te he ocultado cosas. Lo siento, Fermín. No pude. . . Te he mentido. Te he mentido. . .

La mano de Carlos acariciaba su nuca suavemente.

_ Ya lo sé.

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