- ¿Estás ahí?... ¿Qué te parece si encendemos más la luz? – y una mano chasqueó una cerilla como en un truco de magia. Las inmediaciones de la celda se iluminaron como una cueva pero sin su belleza. David Almansa apoyó el pómulo en el frío acero para comprobar que ella estaba sola.
- ¿Qué haces? ¿Por qué has venido?- dijo cortantemente.
- No es necesario tener una respuesta a eso. De hecho, no la hay.- respondió Sara.
David preparó toda su artillería para ser lo más frío posible. Había cometido el gravísimo error de dejarle entrar en su yo más íntimo pero la echaría antes de que sufriera, antes de condenarla a su verdad, a ser recordada por ser la mujer, la amada de un hombre con un currículo marcado por la venganza. Moduló la voz como actor de teatro y así se comportó para mal.
- No pensarás que lo del otro día iba a algo. Solo estaba tonteando.- Pero fracasó en su intento.
- Eres pésimo mintiendo. Y robando. Y defendiéndote ya ni hablamos. Me parece que soy mucho mejor ladrona que tú. Si quieres hacemos una competición.- Sara no pudo desviar su atención un segundo de la cara de David a su pierna. Era extraño comprobar un hombre con tanta luminosidad en el rostro y tan oscuro en el resto de su anatomía.
- La única vez que soy inocente es cuando me consideran culpable, ¿no es irónico? Si quieres ir adelante con todas sus consecuencias, debes saber algo. - Le anunció.
- Eso ya lo sé. No eres un criminal.- Sara enfocó la mirada hacia él y David la evitó. Si eso sucedía estaría perdido y toda su fortaleza volaría como la evaporación de la última gota de humanidad que había creído tener gracias a ella y que ahora iba a perder.
- No de esto desde luego. ¿Cómo lo averiguaste?- y arañó la garganta para ser aún más rudo y frío.
- No sabía que podía haber tanto vinagre en lo que yo había considerado dulce para mí. Porque fui yo quien me lo llevé. Parecía que era tan importante para ti desde el fondo de tu corazón que no me importó robarlo. Lástima de manos manchadas por algo que creí tan bonito.- dijo al notar el tono de él.
En el fondo de la celda David presa de la sorpresa se echó mano al cabello y empezó a llorar. Pero no fue un sollozo trágico, de telenovela, del que se vanagloriara, sino uno de rendición, de debilidad por no poder cambiar su historia. Sara pareció comprenderle ahora mejor que nunca. Rara vez había visto a alguien lagrimear, pero parecía en ese momento una experta.
- ¿Qué has hecho tan perverso? Solo a partir de ahora podrás cambiar eso, ser un hombre nuevo, y mirar el delante y no el atrás, creyendo que este será mucho mejor. Lo que no sé es si yo quiero estar en tu porvenir.
- Algo muy malo, mi amor. He matado a hombres, a por el que vine aquí se me ha escapado, si no probablemente mi mente habría ordenado a mi mano hacerlo también. – confesó David
- ¿Es una invención, verdad?
David se esperó y se preparó para decir la frase más difícil.
- Eso me hubiese gustado.
La sinceridad no siempre es el arma más adecuada de afrontar algo. Recibió un gesto hondo de desprecio sin saber que su hijo recogería otro muchos años después también por su forma de actuar. No era la primera vez que David era obsequiado con algo así, pero aquel se quedaría grabado en él para siempre. Porque a diferencia de casi todos los demás, que le importaban bien poco, aquel era del ser amado, y ahí radicaba su poder.
- ¿Qué haces? ¿Por qué has venido?- dijo cortantemente.
- No es necesario tener una respuesta a eso. De hecho, no la hay.- respondió Sara.
David preparó toda su artillería para ser lo más frío posible. Había cometido el gravísimo error de dejarle entrar en su yo más íntimo pero la echaría antes de que sufriera, antes de condenarla a su verdad, a ser recordada por ser la mujer, la amada de un hombre con un currículo marcado por la venganza. Moduló la voz como actor de teatro y así se comportó para mal.
- No pensarás que lo del otro día iba a algo. Solo estaba tonteando.- Pero fracasó en su intento.
- Eres pésimo mintiendo. Y robando. Y defendiéndote ya ni hablamos. Me parece que soy mucho mejor ladrona que tú. Si quieres hacemos una competición.- Sara no pudo desviar su atención un segundo de la cara de David a su pierna. Era extraño comprobar un hombre con tanta luminosidad en el rostro y tan oscuro en el resto de su anatomía.
- La única vez que soy inocente es cuando me consideran culpable, ¿no es irónico? Si quieres ir adelante con todas sus consecuencias, debes saber algo. - Le anunció.
- Eso ya lo sé. No eres un criminal.- Sara enfocó la mirada hacia él y David la evitó. Si eso sucedía estaría perdido y toda su fortaleza volaría como la evaporación de la última gota de humanidad que había creído tener gracias a ella y que ahora iba a perder.
- No de esto desde luego. ¿Cómo lo averiguaste?- y arañó la garganta para ser aún más rudo y frío.
- No sabía que podía haber tanto vinagre en lo que yo había considerado dulce para mí. Porque fui yo quien me lo llevé. Parecía que era tan importante para ti desde el fondo de tu corazón que no me importó robarlo. Lástima de manos manchadas por algo que creí tan bonito.- dijo al notar el tono de él.
En el fondo de la celda David presa de la sorpresa se echó mano al cabello y empezó a llorar. Pero no fue un sollozo trágico, de telenovela, del que se vanagloriara, sino uno de rendición, de debilidad por no poder cambiar su historia. Sara pareció comprenderle ahora mejor que nunca. Rara vez había visto a alguien lagrimear, pero parecía en ese momento una experta.
- ¿Qué has hecho tan perverso? Solo a partir de ahora podrás cambiar eso, ser un hombre nuevo, y mirar el delante y no el atrás, creyendo que este será mucho mejor. Lo que no sé es si yo quiero estar en tu porvenir.
- Algo muy malo, mi amor. He matado a hombres, a por el que vine aquí se me ha escapado, si no probablemente mi mente habría ordenado a mi mano hacerlo también. – confesó David
- ¿Es una invención, verdad?
David se esperó y se preparó para decir la frase más difícil.
- Eso me hubiese gustado.
La sinceridad no siempre es el arma más adecuada de afrontar algo. Recibió un gesto hondo de desprecio sin saber que su hijo recogería otro muchos años después también por su forma de actuar. No era la primera vez que David era obsequiado con algo así, pero aquel se quedaría grabado en él para siempre. Porque a diferencia de casi todos los demás, que le importaban bien poco, aquel era del ser amado, y ahí radicaba su poder.
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