Pasaron muchas jornadas y las posturas se serenaron. David Almansa fue nombrado inocente por un jurado popular por inexistencia de pruebas de los asesinatos que le habían imputado. Lo que no sabía es que aún se cometería otro, el de Daniel Ugarte que no tendría nada que ver con él. Los jaleos públicos se solucionaron con una multa económica. Joaquín Fernández agraviado decidió marcharse de allí a su hogar de siempre donde vería nacer a su primera hija que ya venía en camino, el otro para él no existiría porque al fin y al cabo él nunca entendió que la perfección y la ternura no van de la mano.
Pero a David le dio igual, ya estaba encerrado en la misma prisión de siempre, donde dormía intranquilo aferrado a la almohada que le regalaba los rostros de aquellos a quienes había ejecutado, la de su madre sufriendo confundiendo el pelo mutándolo al rubio de Sara rememorando las gotas de lluvia que se convertían en realidad al abrir los párpados y por qué no la desconfianza de los demás a perpetuidad.
Una tarde que iba andando quedó hipnotizado por una visión. Dos anillos simples de oro estaban en la cristalera de una joyería. Descansaban delante de una foto de una muchacha rubia con aparatos dentales cuya pose era radiante. David sabía que esa era la misma postal que Sara había reflejado en su ínfima compañía, ingenuidad no repetida del primer latido, del afortunado robo de color de sus mejillas y de ser secuestrador visual de su dicha compartida todos los días, excepto el último. Todos los albas al despertar ya eran esclavos de Sara para él.
- Era mi hija. Se iba a casar, pero no pudo hacerlo. No consigo venderlos. Es una historia de mala suerte.- habló un hombre que mascaba tabaco húmedo.
- Yo tampoco tengo fortuna. Si me pasa algo bueno es porque luché por ello y si es algo malo no creo que sea por el azar. ¿Cómo era su hija?
- Le daba más importancia a los sentimientos que a la razón.
- Es suficiente. Igual a mí.- y sonrió.- No soy supersticioso ¿Podría venderme uno? ¿O tiene que ser la pareja? La prometida todavía no sabe que mi amor por ella es para toda la vida.
- Me da miedo la gente que habla así. - le contestó.-Todo nace y muere, hasta lo que queremos alargar hasta el infinito. Pero usted es joven y nosotros andamos mal de dinero últimamente y los judíos siempre hacen buenos negocios. Le guardaré el otro para cuando decida recogerlo.
David Almansa aceptó y salió satisfecho con la alianza ajustada en su dedo anular. Aquello le daría fuerzas para ir a visitar a Sara pues le podía la fama de solitario, raro y extravagante. Desde la última vez había intentado contactar con ella inútilmente en repetidas ocasiones. Tres portazos en su casa de alguien indirecto a la muchacha o varios desvíos intencionados esta vez sí suyos hasta perderle la vista en sus paseos se lo habían impedido, incluso su nuevo empleo, y todo era más complicado. Sara había conseguido un puesto en una tienda de ropa y a David le hacía gracia verla volverse loca en la distancia entre mandiles, patucos, uniformes o trajes de gala. Hasta que esas observaciones mutaban en algo que podía controlar a duras penas. Pero la noche le devolvía como un espejo el pesimismo de que el futuro no es fácil de construir.
El único nexo de unión entre ellos fue el huevo. David pensó que le sería devuelto en un suspiro pero tardó en llegar a las manos de su dueño. Aquella mínima tardanza solo podía significar que ella aún le seguía queriendo, o quizás se quisiese aferrar a una última esperanza moribunda. David se lo volvió a enviar porque a él a cabezota no le ganaba nadie. Cuando el presente le fue restituido de nuevo no le sentó tan bien, pero extrañamente reafirmó su amor por Sara aún más.
Aún así, de pronto no encontrando aquello normal y asustado por primera vez por si no hubiese sido tan grande la pasión como creyó para ella enfriándola el termómetro del tiempo decidió presentarse con la joya en la tienda . Cuando observó a través del cristal ahumado a Saúl su desconsuelo no tuvo límite, pero aún así al cruzarse fuera le invitó a que más tarde se pasara por su casa porque el niño que había pasado tanto con él se merecía poder dar una explicación. Saúl aceptó encantado y de buen talante, a pesar de leer en el esquema corporal de su amigo que la furia le golpearía más tarde sin compasión.
Pero a David le dio igual, ya estaba encerrado en la misma prisión de siempre, donde dormía intranquilo aferrado a la almohada que le regalaba los rostros de aquellos a quienes había ejecutado, la de su madre sufriendo confundiendo el pelo mutándolo al rubio de Sara rememorando las gotas de lluvia que se convertían en realidad al abrir los párpados y por qué no la desconfianza de los demás a perpetuidad.
Una tarde que iba andando quedó hipnotizado por una visión. Dos anillos simples de oro estaban en la cristalera de una joyería. Descansaban delante de una foto de una muchacha rubia con aparatos dentales cuya pose era radiante. David sabía que esa era la misma postal que Sara había reflejado en su ínfima compañía, ingenuidad no repetida del primer latido, del afortunado robo de color de sus mejillas y de ser secuestrador visual de su dicha compartida todos los días, excepto el último. Todos los albas al despertar ya eran esclavos de Sara para él.
- Era mi hija. Se iba a casar, pero no pudo hacerlo. No consigo venderlos. Es una historia de mala suerte.- habló un hombre que mascaba tabaco húmedo.
- Yo tampoco tengo fortuna. Si me pasa algo bueno es porque luché por ello y si es algo malo no creo que sea por el azar. ¿Cómo era su hija?
- Le daba más importancia a los sentimientos que a la razón.
- Es suficiente. Igual a mí.- y sonrió.- No soy supersticioso ¿Podría venderme uno? ¿O tiene que ser la pareja? La prometida todavía no sabe que mi amor por ella es para toda la vida.
- Me da miedo la gente que habla así. - le contestó.-Todo nace y muere, hasta lo que queremos alargar hasta el infinito. Pero usted es joven y nosotros andamos mal de dinero últimamente y los judíos siempre hacen buenos negocios. Le guardaré el otro para cuando decida recogerlo.
David Almansa aceptó y salió satisfecho con la alianza ajustada en su dedo anular. Aquello le daría fuerzas para ir a visitar a Sara pues le podía la fama de solitario, raro y extravagante. Desde la última vez había intentado contactar con ella inútilmente en repetidas ocasiones. Tres portazos en su casa de alguien indirecto a la muchacha o varios desvíos intencionados esta vez sí suyos hasta perderle la vista en sus paseos se lo habían impedido, incluso su nuevo empleo, y todo era más complicado. Sara había conseguido un puesto en una tienda de ropa y a David le hacía gracia verla volverse loca en la distancia entre mandiles, patucos, uniformes o trajes de gala. Hasta que esas observaciones mutaban en algo que podía controlar a duras penas. Pero la noche le devolvía como un espejo el pesimismo de que el futuro no es fácil de construir.
El único nexo de unión entre ellos fue el huevo. David pensó que le sería devuelto en un suspiro pero tardó en llegar a las manos de su dueño. Aquella mínima tardanza solo podía significar que ella aún le seguía queriendo, o quizás se quisiese aferrar a una última esperanza moribunda. David se lo volvió a enviar porque a él a cabezota no le ganaba nadie. Cuando el presente le fue restituido de nuevo no le sentó tan bien, pero extrañamente reafirmó su amor por Sara aún más.
Aún así, de pronto no encontrando aquello normal y asustado por primera vez por si no hubiese sido tan grande la pasión como creyó para ella enfriándola el termómetro del tiempo decidió presentarse con la joya en la tienda . Cuando observó a través del cristal ahumado a Saúl su desconsuelo no tuvo límite, pero aún así al cruzarse fuera le invitó a que más tarde se pasara por su casa porque el niño que había pasado tanto con él se merecía poder dar una explicación. Saúl aceptó encantado y de buen talante, a pesar de leer en el esquema corporal de su amigo que la furia le golpearía más tarde sin compasión.
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