La excursión por los pasadizos fue breve. A Carlos le sorprendió el dominio que tenía Iván del terreno. Pisaba sobre seguro, y no dudaba jamás ante las bifurcaciones que iban apareciendo ante ellos. Apenas cruzaron palabra durante el trayecto, obcecados en recorrerlo lo antes posible. Tardaron dieciséis minutos en llegar a la puerta de los laboratorios. Iván se asomó por el cristal circular de la puerta, pero las luces estaban apagadas y no pudo distinguir nada. Un suave clic les invitó a pasar.
Cuando la luz lo inundó todo, Carlos se sintió más estúpido que nunca, sin alcanzar a entender cómo le podía haber pasado desapercibido aquel lugar. Echó un vistazo a las estanterías y se le antojó un grotesco museo de los horrores, por lo que decidió concentrar su atención en lo realmente útil antes de que aquellos trazos de vida en formol consiguieran devorarle la moral.
Iván ya tenía sobre la mesa un par de archivadores. Cada uno de ellos contenía cientos de papeles. Pero lo peor no era la cantidad, sino no saber qué estaban buscando.
- Aquí está. Sujeto número cuatro.
- ¿Estás seguro? No tiene tu nombre…
- No tengo nombre, soy una puta cobaya.
Iván disfrazaba su miedo de ironía, pero Carlos sintió una terrible compasión por él. Quería decirle que no se viniera abajo, que iban a hacer todo lo posible, pero lo cierto es que no las tenía todas consigo.
Fermín examinó el papel con detenimiento, pero no fue capaz de hallar el más mínimo indicio de que existiera siquiera una cura. Sólo intuyó que se trataba de un virus que se extendía con más rapidez de la que él podía moverse. Miró los informes de los sujetos anteriores. Ninguna habría sobrevivido más de veintiséis horas. Desechó los documentos que tenía delante y por inercia, abrió el otro archivador.
Calculó que contenía menos de quince informes, pero todos ellos mucho más densos y completos que los de los sujetos sin nombre. En la primera página de cada uno de ellos, un simple nombre: Mercedes, Marta, Francisco…
Nombres que no le decían nada. Cuando llegó a los cuatro últimos, ya casi había perdido la esperanza.
Daniel. Hugo. Paula. Samuel.
Paula. Extrajo el informe completo y obvió la primera página. No tenía que leer su fecha de nacimiento ni su grupo sanguíneo. Sabía quién era.
En los siguientes folios, sólo encontró tablas. Tres columnas terroríficamente precisas. Una fecha. Un virus. Y la palabra negativo sistemáticamente apuntada en todas ellas.
La primera fecha era de 2002. A Paula le habían inyectado el virus de la gripe aviar antes de cumplir los seis meses. Negativo.
2003. Ébola. Negativo.
2003. Fiebre hemorrágica. Negativo.
2004. Virus de Epstein-Barr. Negativo.
2005. Rabia. Negativo.
2006. Virus de Marburgo. Negativo.
2008. G239. Negativo.
Ésa era la última anotación. Si hacía caso a lo que tenía delante, Paula llevaba tres meses sin que se le inoculara ningún nuevo virus.
La sangre pertenece a alguien que ha sido alterado genéticamente…
De repente, sintió que se apoderaba de sus manos un temblor intratable.
- ¡Iván!
Cuando levantó la cabeza de los papeles, advirtió de nuevo un hilillo breve de sangre saliendo de su nariz. Se limpió con el dorso de la mano y procuró no mirarla. Cogió los papeles que le extendía Fermín y los miró unos segundos.
- ¿Qué coño es esto? ¿Cuántas enfermedades ha tenido este tío?
- Es Paula.
La enfermedad se disipó de su mente a la velocidad del rayo. Abrió los ojos tratando de comprender lo que Fermín le estaba intentado decir. Volvió la vista a las tablas y se concentró en ellas.
Mientras, Carlos abrió el siguiente informe. Samuel. A diferencia de la tabla de Paula, enseguida dio con el primer positivo. G239. Era el segundo virus que le inoculaban a Samuel en su corta vida, y el único nombre de la larga lista que Carlos no había oído nunca. Antes de ése, se había mostrado inmune al ébola. Lo extraño era que después había una tercera infección. La gripe aviar. Negativo.
Pasó a la siguiente página, sabiendo antes de verlo lo que iba a encontrar.
10 centilitros inyectados vía intravenosa de una sangre limpia. De una sangre compatible con la suya. 10 centilitros de la sangre de Paula habían salvado la vida de Samuel sólo unos meses antes.
- Fermín…
Cuando se dio la vuelta, vio a Iván con los ojos vacíos, mientras sus manos tanteaban la superficie de la mesa tratando de agarrarse a la consciencia. Una convulsión violenta le lanzó al suelo. Carlos se abalanzó sobre él pero ya no pudo amortiguar el golpe.
Cuando la luz lo inundó todo, Carlos se sintió más estúpido que nunca, sin alcanzar a entender cómo le podía haber pasado desapercibido aquel lugar. Echó un vistazo a las estanterías y se le antojó un grotesco museo de los horrores, por lo que decidió concentrar su atención en lo realmente útil antes de que aquellos trazos de vida en formol consiguieran devorarle la moral.
Iván ya tenía sobre la mesa un par de archivadores. Cada uno de ellos contenía cientos de papeles. Pero lo peor no era la cantidad, sino no saber qué estaban buscando.
- Aquí está. Sujeto número cuatro.
- ¿Estás seguro? No tiene tu nombre…
- No tengo nombre, soy una puta cobaya.
Iván disfrazaba su miedo de ironía, pero Carlos sintió una terrible compasión por él. Quería decirle que no se viniera abajo, que iban a hacer todo lo posible, pero lo cierto es que no las tenía todas consigo.
Fermín examinó el papel con detenimiento, pero no fue capaz de hallar el más mínimo indicio de que existiera siquiera una cura. Sólo intuyó que se trataba de un virus que se extendía con más rapidez de la que él podía moverse. Miró los informes de los sujetos anteriores. Ninguna habría sobrevivido más de veintiséis horas. Desechó los documentos que tenía delante y por inercia, abrió el otro archivador.
Calculó que contenía menos de quince informes, pero todos ellos mucho más densos y completos que los de los sujetos sin nombre. En la primera página de cada uno de ellos, un simple nombre: Mercedes, Marta, Francisco…
Nombres que no le decían nada. Cuando llegó a los cuatro últimos, ya casi había perdido la esperanza.
Daniel. Hugo. Paula. Samuel.
Paula. Extrajo el informe completo y obvió la primera página. No tenía que leer su fecha de nacimiento ni su grupo sanguíneo. Sabía quién era.
En los siguientes folios, sólo encontró tablas. Tres columnas terroríficamente precisas. Una fecha. Un virus. Y la palabra negativo sistemáticamente apuntada en todas ellas.
La primera fecha era de 2002. A Paula le habían inyectado el virus de la gripe aviar antes de cumplir los seis meses. Negativo.
2003. Ébola. Negativo.
2003. Fiebre hemorrágica. Negativo.
2004. Virus de Epstein-Barr. Negativo.
2005. Rabia. Negativo.
2006. Virus de Marburgo. Negativo.
2008. G239. Negativo.
Ésa era la última anotación. Si hacía caso a lo que tenía delante, Paula llevaba tres meses sin que se le inoculara ningún nuevo virus.
La sangre pertenece a alguien que ha sido alterado genéticamente…
De repente, sintió que se apoderaba de sus manos un temblor intratable.
- ¡Iván!
Cuando levantó la cabeza de los papeles, advirtió de nuevo un hilillo breve de sangre saliendo de su nariz. Se limpió con el dorso de la mano y procuró no mirarla. Cogió los papeles que le extendía Fermín y los miró unos segundos.
- ¿Qué coño es esto? ¿Cuántas enfermedades ha tenido este tío?
- Es Paula.
La enfermedad se disipó de su mente a la velocidad del rayo. Abrió los ojos tratando de comprender lo que Fermín le estaba intentado decir. Volvió la vista a las tablas y se concentró en ellas.
Mientras, Carlos abrió el siguiente informe. Samuel. A diferencia de la tabla de Paula, enseguida dio con el primer positivo. G239. Era el segundo virus que le inoculaban a Samuel en su corta vida, y el único nombre de la larga lista que Carlos no había oído nunca. Antes de ése, se había mostrado inmune al ébola. Lo extraño era que después había una tercera infección. La gripe aviar. Negativo.
Pasó a la siguiente página, sabiendo antes de verlo lo que iba a encontrar.
10 centilitros inyectados vía intravenosa de una sangre limpia. De una sangre compatible con la suya. 10 centilitros de la sangre de Paula habían salvado la vida de Samuel sólo unos meses antes.
- Fermín…
Cuando se dio la vuelta, vio a Iván con los ojos vacíos, mientras sus manos tanteaban la superficie de la mesa tratando de agarrarse a la consciencia. Una convulsión violenta le lanzó al suelo. Carlos se abalanzó sobre él pero ya no pudo amortiguar el golpe.
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