Dos candados despertaron de su sopor a David. Lacerado más en su autoestima que en su físico, aún sabiendo que aquella pierna ya no volvería a ser la misma, se preparó a afrontar con las pocas fuerzas que le quedaban el último envite de su opuesto.
- Allí lo tiene. Es la última a la derecha.- escuchó decir al carcelero.
Las suelas rebotaron en el suelo húmedo, donde camuflado como un camaleón se lo encontró su visitante. Era un hombre algo más joven que él, elegantemente arreglado que vestía guantes caros pero de facciones más duras y talle más recio. Probablemente otro esbirro de Fernández.
- No tengas miedo, David. No voy a hacerte nada.- dijo a una distancia prudente.
- La confianza no es algo que yo de. Se la tienen que ganar conmigo.- contestó rápidamente el otro.
- Lo sé. Te conozco mejor que tú a mí. Deja de moverte o esa extremidad la habrás perdido en el futuro.
La oscuridad les servía a ambos de escudo entre sus personalidades, la calma contra la bravura, el razonamiento contra el ingenio, el gusto por lo analítico contra el arte, la planificación frente al corazón sin pensar en consecuencias.
- ¡¿Me estás amenazando?! Me basto y me sobro.- dijo adelantándose y dejándose ver a la que creía su nueva e inesperada némesis. El reconocimiento ocular fue inmediato y el otro no dudó en sonreír. Aquella mirada solo podía ser de Almansa.
- No, no te confundas. Te estoy aconsejando, como buen conocido. No te acuerdas de mí, ¿verdad? He estado muchos años buscándote, pero a cada pista que encontraba más miedo me dabas. ¿En qué te has convertido, amigo mío? Soy el número…
La expresión de las facciones de David se transformó de tal manera que el otro hombre se levantó de un brinco retrocediendo atropelladamente chocando contra la pared pensando que no había fin.
- ¡¡¡Cállate, Saúl!!!¡¡¡¿Ese era tu nombre?!!! ¿¿O es que vas de visita presentándote con una cifra??- y sacudió el aire.-No quiero saber nada más de aquello. Para ti seré un asesino. Tu justicia y la mía son distintas porque yo a ti no te he valorado negativamente desde que has entrado.
A pesar del desliz la figura de Saúl se dibujaba portentosa al otro lado de la reja. Solo quería saber que aquel niño que él admiraba tanto seguía siendo valiente, el más fuerte de los dos.
- No importa lo que hicieras. Yo sé que tu corazón está lleno de bondad. Si no yo no estaría aquí.
- Yo no maté a Germán Alcázar. Ni mataré a Joaquín ni a Wulf, ni a Ugarte si lo encuentro o al otro. Pero tú no me creerás, tú ni nadie. O quizás sí. Te diga lo que te diga, te va a dar igual. En estos casos, el juicio más duro es el de la sociedad. Por eso vine aquí, para empezar de cero y es que no hay nada peor que no poder echarse atrás cuando el daño ya está hecho.
Saúl se puso con tristeza los guantes.
- Hay una mujer ahí afuera, parece ilusionada. Ya sabes lo que tienes que hacer cuando ella llegue. Miéntele y no le digas que eres un asesino.
- No, le diré la verdad. Esta duele pero más vale decirla a tiempo que veinte años tarde. Y si me quiere, la aceptará.
Saúl se fue de allí dejando paso a Sara no sin antes sentirse mal por ella. Cuando cruzó el paso de peatones todavía dudaba de la veracidad de las palabras de David. Sabía que la cabezonería le podría al intentar mantener el bienestar de quien valía para él más que su felicidad. Su amigo estaba muy solo, y se empeñaba en estarlo y no hay peor soledad que la que uno tiene cuando está rodeado. Y como herencia esta la experimentaría su propia sangre impuesta hasta sus últimas consecuencias.
- Allí lo tiene. Es la última a la derecha.- escuchó decir al carcelero.
Las suelas rebotaron en el suelo húmedo, donde camuflado como un camaleón se lo encontró su visitante. Era un hombre algo más joven que él, elegantemente arreglado que vestía guantes caros pero de facciones más duras y talle más recio. Probablemente otro esbirro de Fernández.
- No tengas miedo, David. No voy a hacerte nada.- dijo a una distancia prudente.
- La confianza no es algo que yo de. Se la tienen que ganar conmigo.- contestó rápidamente el otro.
- Lo sé. Te conozco mejor que tú a mí. Deja de moverte o esa extremidad la habrás perdido en el futuro.
La oscuridad les servía a ambos de escudo entre sus personalidades, la calma contra la bravura, el razonamiento contra el ingenio, el gusto por lo analítico contra el arte, la planificación frente al corazón sin pensar en consecuencias.
- ¡¿Me estás amenazando?! Me basto y me sobro.- dijo adelantándose y dejándose ver a la que creía su nueva e inesperada némesis. El reconocimiento ocular fue inmediato y el otro no dudó en sonreír. Aquella mirada solo podía ser de Almansa.
- No, no te confundas. Te estoy aconsejando, como buen conocido. No te acuerdas de mí, ¿verdad? He estado muchos años buscándote, pero a cada pista que encontraba más miedo me dabas. ¿En qué te has convertido, amigo mío? Soy el número…
La expresión de las facciones de David se transformó de tal manera que el otro hombre se levantó de un brinco retrocediendo atropelladamente chocando contra la pared pensando que no había fin.
- ¡¡¡Cállate, Saúl!!!¡¡¡¿Ese era tu nombre?!!! ¿¿O es que vas de visita presentándote con una cifra??- y sacudió el aire.-No quiero saber nada más de aquello. Para ti seré un asesino. Tu justicia y la mía son distintas porque yo a ti no te he valorado negativamente desde que has entrado.
A pesar del desliz la figura de Saúl se dibujaba portentosa al otro lado de la reja. Solo quería saber que aquel niño que él admiraba tanto seguía siendo valiente, el más fuerte de los dos.
- No importa lo que hicieras. Yo sé que tu corazón está lleno de bondad. Si no yo no estaría aquí.
- Yo no maté a Germán Alcázar. Ni mataré a Joaquín ni a Wulf, ni a Ugarte si lo encuentro o al otro. Pero tú no me creerás, tú ni nadie. O quizás sí. Te diga lo que te diga, te va a dar igual. En estos casos, el juicio más duro es el de la sociedad. Por eso vine aquí, para empezar de cero y es que no hay nada peor que no poder echarse atrás cuando el daño ya está hecho.
Saúl se puso con tristeza los guantes.
- Hay una mujer ahí afuera, parece ilusionada. Ya sabes lo que tienes que hacer cuando ella llegue. Miéntele y no le digas que eres un asesino.
- No, le diré la verdad. Esta duele pero más vale decirla a tiempo que veinte años tarde. Y si me quiere, la aceptará.
Saúl se fue de allí dejando paso a Sara no sin antes sentirse mal por ella. Cuando cruzó el paso de peatones todavía dudaba de la veracidad de las palabras de David. Sabía que la cabezonería le podría al intentar mantener el bienestar de quien valía para él más que su felicidad. Su amigo estaba muy solo, y se empeñaba en estarlo y no hay peor soledad que la que uno tiene cuando está rodeado. Y como herencia esta la experimentaría su propia sangre impuesta hasta sus últimas consecuencias.
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