¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

Blog no oficial de Marta Torné

A Contrarreloj. Capítulo XX.

Julia echó a andar desde el fondo del pasillo. Vio a Dani al otro lado, preparado para cumplir con su parte, pero procuró no acelerar el paso. La voz de Fermín resonó en su cabeza con el mismo tono que había usado horas antes para darle instrucciones…

Camina despacio, con la cabeza alta, que no parezca nunca que tienes algo que esconder

… y se relajó incomprensiblemente. Los números en las puertas de las habitaciones reflejaban su minúscula cuenta atrás. 219. 218. Se desabrochó el botón de arriba de la bata, tratando de frenar el calor que ascendía por sus piernas. 217.
Al fondo del pasillo, Daniel sonrió. 216. Ella le devolvió la sonrisa. 215. Estiró el brazo y agarró el pomo. 214. Cuando entró, un bulto de pelo rizado apenas advirtió su presencia desde la cama. Julia se acercó a ella y la golpeó suavemente en el hombro.

- Emma… Despierta, ven conmigo.

La joven abrió los ojos y miró a la enfermera a la cara, tratando de enfocar la mirada en sus ojos. En silencio, con mansedumbre, se puso de pie y se quedó quieta. Julia la cogió suavemente de la mano.

- Ven, te invito a un cigarrillo.

Emma sonrió y salió de la habitación con ella. Cruzaron el pasillo y entraron el baño de enfermeras. Sin mediar palabra, Julia abrió la puerta de uno de los estrechos aseos y obligó a Emma a sentarse sobre la tapa. Sacó un paquete de Marlboro del bolsillo y un mechero y se lo entregó.

- Toma, sé que no te dejan fumar ahí adentro.

A la mujer se le iluminaron los ojos y la miró con incredulidad.

- Te dejo el paquete y el mechero, con la condición de que sólo podrás fumar aquí adentro ¿de acuerdo? Cuando salgas por ésa puerta, no volverán a darte, ¿me entiendes?

Emma asintió despacio. Julia sintió una opresión suave en el pecho cuando la vio sonreír agradecida. Debía de tener cinco o seis años más que ella, pero era probable que no volviera a salir de allí. Se acercó a su oído y le habló despacio.

- No hagas ruido ¿vale? Tengo que irme…

Antes de marcharse, no pudo resistir la tentación de abrazarla brevemente. Quiso decirle que lo sentía, pero no lo consiguió. Cuando volvió fuera, Daniel ya había desaparecido.
Caminó con calma hasta la habitación de Emma y le encontró agachado junto a la cama, anudando a la pata el extremo de una rastra de sábanas que se perdían por la ventana.

- Dani, ¿cómo vas?
- Ya casi lo tengo…

Un minuto más tarde, salieron juntos al pasillo. Julia le habló al cuello de la bata.

- Fermín, ¿me oyes?
- Lo estáis haciendo genial, chicos.

Daniel intervino, impaciente.

- ¿Empiezo a gritar ya?

Carlos sonrió.

- Adelante…

En el despacho de Dolores Álvarez la confusión reinante en los pasillos no fue palpable hasta pasados unos minutos. Cuando el trajín fue lo suficientemente denso, se levantó indignada y abrió la puerta con mal humor.

- ¿Qué narices pasa?

Un celador que pasaba junto a ella le gritó en su carrera.

- Es Emma, se ha largado por la ventana.

Teodora Raüber estaba acostumbrada a trabajar bajo presión, así que no se inmutó más allá de un leve aumento en su habitual mal humor. Volvió dentro y cogió el teléfono de la mesa.

- Todos los efectivos fuera, que no llegue a la tapia. ¡Dad la alarma ya!

Justo cuando el sonido estridente de la alarma empezó a golpear las paredes del centro, Rebeca y Carlos comenzaron a subir la escalera. Al llegar al control de enfermeras de la segunda planta, los últimos empleados corrían ya en dirección contraria. Como ambos esperaban, sólo quedaron dos mujeres tras el escritorio de recepción. Se llevó la mano a la culata del arma mientras la mayor de ellas se ponía en pie para recibirles.

- Lo siento pero…
- El que lo siente soy yo.

Sacó la Beretta y le apuntó directamente a la frente, mientras la pistola de Rebeca miraba fijamente a la de la mujer más joven, cuya mano trató de escurrirse de la mesa. A Carlos le sorprendió la autoridad tajante en la voz de su compañera.

- Si se te ocurre tocar la alarma que tienes bajo el escritorio, voy a tener que vaciarte esto en la cabeza, y no quiero hacerlo. Sal fuera.

Las dos enfermeras palidecieron, pero no tentaron a la suerte. Salieron despacio a la parte de fuera y se colocaron en la pared de frente, una junto a la otra, como Rebeca les había indicado con un simple movimiento de cabeza.

- Si no os movéis, no os pasará nada malo, ¿de acuerdo? – Sin volver la cabeza, se dirigió a su compañero. – Carlos, ve a buscar a María.

Sin bajar el arma, caminando de espaldas, Carlos echó a andar por el pasillo. Cuando perdió a Rebeca de vista, se dio la vuelta. El corredor se le antojó de repente increíblemente largo, insoportablemente ancho y luminoso. Pensó en guardarse el arma para no asustarla, pero de inmediato entendió que le convenía estar preparado. Cuando alcanzó la puerta, ocurrió algo que jamás comprendería. Tuvo miedo de abrir. Un terror infantil le paralizó como sólo lo había hecho el día que vio caer a su padre ante sus ojos. Apretó los ojos con fuerza, exorcizando el recuerdo, y se asió al pomo de la puerta.
La empujó muy despacio, adivinando primero la ventana, la mesita, el sillón. Y luego ella. Sentada sobre la cama, descalza, abrazándose las rodillas desnudas. Más indefensa que nunca.

Sólo cuando la puerta se abrió del todo, María se percató de que había alguien en el umbral. Levantó los ojos sin mover la cabeza, con desgana, esperando encontrar a otra enfermera distinta con el mismo veneno. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su mente racional dejó de funcionar y su cuerpo pareció dejar de acusar, de repente, el sopor que le habían provocado los medicamentos en la última semana. Se lanzó de la cama y le encontró ya a mitad de camino. Le rodeó el cuello con los brazos y sintió que dejaba de tocar el suelo. Oyó su voz, susurrante en su oído, mientras las lágrimas le inundaban el rostro.

- Nos vamos, María. Nos vamos…

Quiso contestar, pero la voz no fue capaz de abrirse paso en su garganta. Simplemente buscó sus labios tibios y le besó dos, tres veces, en los labios, superficialmente. Se mordió las ganas de seguir haciéndolo y corrió al rincón opuesto, donde se calzó las zapatillas de hospital en medio segundo. Luego volvió a él y se agarró a su mano mientras se secaba el rostro con la otra. María no lo sabía, pero en ese momento, su huída no había hecho más que comenzar.

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