El internado estaba igual que como lo habían dejado hacía apenas un par de semanas. Los alumnos estaban de vacaciones, pero aun quedaban profesores y empleados de servicio pululando por el edificio. El aire de la sierra era fresco, arrastraba el bochorno del verano con su invisible mano, acariciaba las copas de los árboles que susurraban docenas de secretos impronunciables.
Llegaron de noche, desapercibidos. Entraron por la cocina, recorriendo los pasillos cual fantasmas hasta llegar a la habitación de Fermín donde se desplomaron sobre la cama vestidos y absolutamente agotados del viaje. Fue la voz de Jacinta la que les despertó de un sobresalto a la mañana siguiente.
_ Pero, ¿vosotros dónde os habíais metido? _ dijo con esa rigidez que la caracterizaba, y su fiel tablilla bajo el brazo. _ Pensábamos que os habíais fugado juntos. Tengo el currículum de varios cocineros en mi escritorio. El curso empieza a principios del mes que viene, y—
_ Joder, Jacinta. Todavía no son ni las siete, _ interrumpió Carlos con voz ronca, todavía grogui del sueño.
María por su parte se alegraba de ver a la gobernanta. Si no hubiese sido por el humor nefasto en el cual se había presentado en el cuarto, hubiese ido a darle un abrazo.
_ ¿Y esa sonrisa a qué viene? _ preguntó Jacinta.
_ Nada, _ respondió María encogiéndose de hombros. _ Es que me alegro un montón de verte.
Jacinta levantó una ceja, mirando a María como si no estuviese del todo cuerda. Su humor, sin embargo, parecía haberse calmado considerablemente. Le otorgó una siesa sonrisa y movió la cabeza de lado a lado con fingida impaciencia.
_ Desde luego, no sé qué voy a hacer con vosotros. ¡Tenéis suerte que no os ponga a los dos de patitas en la calle!
Llegaron de noche, desapercibidos. Entraron por la cocina, recorriendo los pasillos cual fantasmas hasta llegar a la habitación de Fermín donde se desplomaron sobre la cama vestidos y absolutamente agotados del viaje. Fue la voz de Jacinta la que les despertó de un sobresalto a la mañana siguiente.
_ Pero, ¿vosotros dónde os habíais metido? _ dijo con esa rigidez que la caracterizaba, y su fiel tablilla bajo el brazo. _ Pensábamos que os habíais fugado juntos. Tengo el currículum de varios cocineros en mi escritorio. El curso empieza a principios del mes que viene, y—
_ Joder, Jacinta. Todavía no son ni las siete, _ interrumpió Carlos con voz ronca, todavía grogui del sueño.
María por su parte se alegraba de ver a la gobernanta. Si no hubiese sido por el humor nefasto en el cual se había presentado en el cuarto, hubiese ido a darle un abrazo.
_ ¿Y esa sonrisa a qué viene? _ preguntó Jacinta.
_ Nada, _ respondió María encogiéndose de hombros. _ Es que me alegro un montón de verte.
Jacinta levantó una ceja, mirando a María como si no estuviese del todo cuerda. Su humor, sin embargo, parecía haberse calmado considerablemente. Le otorgó una siesa sonrisa y movió la cabeza de lado a lado con fingida impaciencia.
_ Desde luego, no sé qué voy a hacer con vosotros. ¡Tenéis suerte que no os ponga a los dos de patitas en la calle!
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