
- Bueno, no exactamente…
En una fracción de segundo, se le pasaron mil cosas por la cabeza. Que lo había robado, que lo iba a vender, que aquello debía de valer una fortuna o que le estaba tomando el pelo.
- María… ¿sabes lo que tienes entre las manos?
Ella agitó la cabeza, confusa, y le miró tratando de recuperar la compostura tras la sorpresa inicial y volver a hacerle consciente de su enfado.
- Mira, Fermín, no sé lo que es esto ni me importa, ¿crees que con esto vas…?
- Era de mi padre. Era de mi padre y estaba aquí, en este internado.
Se dejó caer en la cama, sentándose en el borde, sin saber bien qué hacer con lo que portaba en las manos. Su sorpresa, más que por la historia que él se disponía a contarle, venía de que, por primera vez, él le estaba hablando de él, de su familia, y de su pasado sin que ella tuviera que preguntarle algo al respecto.
- ¿Qué hacía aquí si era de tu padre?
- Lo mismo que el tríptico de El Bosco, lo mismo que la decena de cuadros que siguen ahí abajo, lo robaron María.
- ¿Quién? ¿Quién lo robó? ¿Qué me estás diciendo, Fermín?
Él se sentó a su lado y la cogió de la mano. Durante más de diez minutos, le habló del día más terrible de su vida. Le contó el horror que sintió cuando oyó el chasquido seco de la bala, cuando vio el rostro de su padre desencajado por la muerte ante sus ojos de niño, habló por primera vez de por qué había pasado media vida buscando lo que era suyo. Ella le recibió temblorosa, compartiendo su dolor con él, entrelazando sus dedos con los suyos para mantenerle a salvo. Sólo ahora alcanzaba a entender una pequeña parte de lo que él era y lo que le había llevado hasta aquel lugar.
Colocó sus manos sobre las de ella y presionó suavemente para hacerla saber que ahora era suyo.
- A la persona amada, de generación en generación…
Quiso preguntar mil cosas más, pero sabía que sería como estrellarse contra un muro. Él ya le había dejado claro mil veces que cuanto menos supiera, mejor. A decir verdad, no sabía si quería saber más. Y si ahora se había abierto a ella de aquel modo, debía y quería respetarle. Por su propio bien y por el de ambos.
Se limitó a abrazarle cuando terminó de hablar y a dejarle llorar en paz. Era la primera y la última vez que le vería así. De vez en cuando le pasaba un dedo por la mejilla, recogiendo una lágrima silenciosa, y le volvía a enredar los dedos en el pelo.
Se quedó dormido un par de horas después, extenuado y roto, con la cabeza sobre el regazo de ella, como ahora le gustaba tanto hacer a su hijo.
- ¿Entonces ese huevo vale muchísimo dinero?
Adoraba su cara mientras la escuchaba hablar sobre su padre. Abría mucho los ojos, con una mezcla de asombro y curiosidad en ellos, y a veces permanecía varios minutos con la boca abierta, queriendo preguntar y sin atreverse a detener a su madre.
- ¿Dinero? No. Tiene un valor… diferente.
En realidad, él le había dejado bien claro que si lo necesitaban, aquel objeto podía solucionarles la vida de la noche a la mañana. Pero a no ser que un día lo necesitara para sacar adelante a su hijo, tenía claro que aquel huevo no se movería jamás de su lado. Su valor iba mucho más allá de lo económico. Su valor era condensar en tan pequeño espacio una historia tan grande. Su valor consistía en que esa noche, su hijo empezó a formar parte de este mundo.
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