
- No mires, Iván, no mires, levántate.
- Samuel… quieren… no he dicho nada Fermín.
- Sshhh, vamos, no mires, tenemos que salir de aquí.
Un aplauso deliberadamente lento llegó a sus oídos en la dirección equivocada. Porque no venía de dentro, sino de detrás de su espalda. Cuando se giró, se encontró a Héctor llorando en silencio. Y tras él, su demonio particular. Jacques Noiret.
- Conmovedor…
El arma centelleó, pegada al centro de Héctor, y les empujó hacia dentro. Cuando la puerta se abrió por completo, ella se encontró de frente con las dos personas más importantes de su vida, y con dos miradas completamente distintas que querían decir lo mismo. Su hijo tenía el rostro lleno de lágrimas, estaba abatido y sus ojos no mostraban más que sorpresa y terror. Los de Fermín eran una súplica enorme, un “¿por qué lo has hecho?” silencioso, un rezo a quien quiera que pudiera llevársela de allí para que no tuviera que mirar al horror a la cara. Su tez palideció aún más, si es que eso era posible, cuando vio a Héctor y, tras él, a Noiret.
Su hijo sacudió la cabeza, negando con violencia lo que veía. Vio a Fermín levantar el arma de nuevo, pero ahora, con poca convicción.
- Déjales en paz…
Definitivamente, no era la misma voz que unos minutos antes, escupía su odio sobre Camilo. Por primera vez, María supo que Fermín estaba muerto de miedo. La sonrisa impenetrable de Noiret y el hecho de que su arma apuntara a Héctor sin descanso no le ayudaba a calmarse. Parecía estar disfrutando como nunca de aquella situación. Miró a Fermín, sin perder de vista su objetivo.
- Ha sido conmovedor, de verdad. El mercenario que vuelve para salvar al hijo de su amada. Si no me parecieras tan patético, lloraría. Me has hecho un favor, la verdad. Camilo daba demasiadas órdenes y colaboraba poco.
Hay momentos en la vida en que uno toma una decisión que resulta terrible, a sabiendas de que es la correcta. Ese instante había llegado a la vida de Héctor. Hoy no iba a huir, hoy había que hacer lo que no había sido capaz de hacer treinta y seis años antes. Dio un paso al frente y habló con una serenidad que nadie, ni él mismo, esperaba.
- Me tienes aquí, Noiret. Deja que se vayan. Es a mí a quien quieres.
Fue una décima de segundo, no más. Noiret se volvió hacia Héctor, sonriendo, cuando una frase irónica se le quedó ahogada en el centro justo de la garganta. Notó la frialdad redonda del cañón sobre su nuca. A los hombres como Fermín, acostumbrados a moverse por impulsos, no se les debe dar nunca un segundo de ventaja. Si lo haces, estás perdido. María le vio recomponerse durante ese instante mínimo y encañonarle.
Nadie se percató de que una sombra pequeña, casi imperceptible, se abría paso desde el lateral de la habitación…
No hay comentarios:
Publicar un comentario