El sol quería empezar a despuntar cuando un Volvo negro se abrió paso por el bosque. Sobre la cama, Iván dormía mientras Julia seguía sosteniendo su mano en silencio, atenta a cualquier signo que la alertara de que algo no iba bien a pesar de que su pulso se había normalizado hacía ya un par de horas. Rebeca se esforzaba por mantenerse despierta, sin soltar la Beretta ni perder el ángulo que les daba toda la ventaja. Hugo, por su parte, apenas se había movido desde la primera inyección. Carlos había repetido la operación cada media hora para mantenerlo bajo mínimos. En el fondo de su ser, le frustraba no saber qué otras habilidades, aparte de las manifiestas, podía tener Hugo, ni cómo enfrentarse a él.
Durante el resto del tiempo, Fermín no había dejado de examinar los informes que tenía sobre la mesa.
Procuraba abstraerse del hecho de que cada dossier correspondía a la vida de un niño
Marta
Irene
que había sido manipulado,
Francisco
Daniel
usado como cobaya
Paula
Samuel
y desechado en busca del éxito final. En busca de Hugo. En busca de Paula. El pitido de su móvil le arrancó de su introspección.
- Estamos en la puerta de los pasadizos.
- Envíame a un par de hombres.
Miró a Hugo, que comenzaba a recuperar la capacidad de enfocar la mirada. Si no vinieran ya a por él, Carlos se habría visto obligado a volverle a inyectar otra dosis de tetrazepam, pero quería que estuviera lúcido cuando se marchara. Para que pudiera escucharle.
Quince minutos más tarde, dos hombres uniformados llamaron a la puerta con suavidad. Entraron a la habitación sin mediar palabra, sin reparar, en apariencia, en el joven que respiraba pesadamente sobre la cama ni en la herida en la pierna de la mujer.
Carlos cogió su arma y se colocó detrás de Hugo para soltar la cuerda de plástico que le amarraba las muñecas. Luego le puso de pie agarrándole por un brazo y se acercó a su oído.
- Tú y yo aún no hemos terminado. Cuando María e Iván estén a salvo, te voy a buscar y saldaremos nuestros… asuntos pendientes. – Apretó el cañón contra su riñón izquierdo y siguió hablando despacio. – Espero que no tengas la suerte de que la organización te mate primero.
Le empujó despacio y los dos hombres le flanquearon hasta la puerta. Antes de salir, Hugo se volvió, sonriendo por primera vez, y le guiñó un ojo al cocinero.
- Nos vemos, Fermín.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, a Carlos le fallaron las fuerzas. Se agarró a la manivela y clavó la cabeza en la madera, tratando de resistirse al desfallecer de sus rodillas. Llevaba más de treinta horas sin dormir.
Una mano se posó en su hombro y lo apretó con suavidad, como si así pudiese evitar que cayera al suelo fulminado. Se giró con rapidez y no pudo evitar sonreír al ver el rostro preocupado de Julia.
- Fermín, deberías descansar un rato. Iván está mucho mejor y Rebeca puede quedarse con nosotros. No nos va a pasar nada.
Él asintió, pero supo que no podría dormir hasta que hiciera lo que tenía que hacer. Tenía que idear un plan sin fisuras, sólido, para sacar a María de San Antonio. Una idea zumbaba en su cabeza. Pero antes de empezar siquiera a contemplarla, tenía que verla. Tenía que saber que estaba bien. Tenía que pedirle perdón y decirle mil cosas. Pero sobre todo, tenía que mirarla a los ojos para poder seguir adelante.
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