
- ¿En qué estás pensando?
Se sentó en la cama a su lado y le pasó una mano por el pelo, algo más corto que la última vez que ejerció aquella caricia.
- En que te quiero. Y en que me alegro mucho de que estés aquí por fin.
- Mira, estábamos pensando justo en lo mismo.
La besó rápido en los labios, sonriendo.
- Iván y Julia acaban de irse. Y a Carlos lo he convencido para que se ponga el pijama y se meta en la cama, aunque he tenido que prometerle que iríamos a contarle un cuento y a llevarle un vaso de leche, porque creo que no ha comido nada en todo el día.
- Pues nada, es tu momento, papá. – Le dio dos palmaditas en la espalda y se levantó sonriendo. - Le encanta el de Los Tres Cerditos.
El no pudo resistir la tentación de agarrarla por la cintura y tirar de ella, para sentarla sobre sus rodillas y besarla otra vez, entre risas.
- Creo que esta noche prefiero mirar cómo lo haces, no tengo demasiada mano con eso de los cuentos. – Se puso serio de repente, aunque no lo suficiente para inquietarla. - Tienes que enseñarme muchas cosas María.
- No te preocupes. Haz con él lo que te gustaría que hicieran contigo. Se parece tanto a ti, que seguro que no fallarías…
El niño tardó aún tres cuentos y una hora en dormirse, felizmente desconcertado al ver a su padre y a su madre sentados a su lado. Cuando por fin cerró los ojos, María salió del dormitorio, pero Carlos se quedó un rato más a su lado, mirándole. “La noche estrellada” de Van Gogh le iluminaba desde la pared, y un puñado de soldaditos de plomo se encargaban de defender su sueño. Sostuvo sus manos, pequeñas, blancas, entre las suyas y le retiró el pelo que le caía sobre los ojos. Se puso de pie despacio y le arropó. Luego cerró la puerta y se dirigió al salón, pero lo encontró vacío. Salió al pasillo y al fondo, vio una puerta entreabierta y una luz tenue colarse desde dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario