
- Carlos, cariño, ¿puedo entrar?
Entreabrió la puerta y adivinó un pequeño bulto sobre la cama, bocabajo, sacudiéndose agitado por el llanto. Iván la apartó con suavidad y entró en el cuarto. Se dio la vuelta y le pidió con la mirada que le dejara a solas con él.
Cuando oyó sus pasos alejarse por el pasillo, se sentó en el borde de la cama, cogió a su hermano por los hombros y tiró de él para tumbarlo a su lado. El niño se acomodó y se dejó caer sobre su regazo, sin dejar de llorar. Iván permaneció en silencio, acariciándole el pelo y dándole tiempo para asimilar lo que había oído. Le oyó aspirar con fuerza y le miró, retirándole con la palma de la mano las lágrimas que le anegaban el rostro.
- ¿Qué pasa, enano?
- ¿Papá está muerto?
Iván tragó saliva antes de asentir con suavidad.
- Sí.
Volvió a sumirse en su silencio habitual, dejándose acunar por los brazos de su hermano.
- Iván…
- ¿Qué?
- Tenemos que cuidar de mamá. Porque ya sé por qué está tan triste… porque papá no va a volver.
Su voz era un susurro apenas audible, dulce, que arañaba a su hermano por dentro, de la misma forma que sus uñas rasgaban la tela de sus pantalones, en un intento por transmitirle la desesperación que llevaba dentro.
- Iván... ¿tú quieres a mamá?
- Sí.
Se le escapó de los labios sin pensar, sin permiso. El inconsciente aullando por encima de su lado consciente, siempre bajo control.
- Carlos, sabes que las personas mayores a veces nos enfadamos por cosas…
- Yo también me enfado a veces con mamá, porque me obliga a levantarme pronto para ir al cole y a lavarme los dientes todas las noches. Y también a comer puré. Pero siempre se me pasa, porque es mamá…
Cada palabra era un alfiler, directo a su cuerpo. Iván reconvertido en un muñeco de vudú, doblegándose más con cada frase, inevitablemente unido a ése niño al que quería más que a nada en el mundo.
- Si le dieras un abrazo, seguro que estaría mucho menos triste.
No pudo evitar sonreír. A su manera, le estaba manipulando y aprovechándose de la debilidad que sabía que sentía por él. Con suavidad, notó que le cogía de la mano y tiraba de él. Le siguió hasta el salón, donde María permanecía sentada en el sofá. Se puso de pie al verles llegar juntos, cogidos de la mano. Cuando vio que Iván daba dos pasos hacia ella, se quedó inmóvil. Le pasó un brazo por la cintura y dejó caer la palma abierta en su espalda, a la vez que la obligaba a dar un paso hacia adelante. Repitió la operación con la otra mano y hundió la cara en el hueco de su cuello. Ella respondió al abrazo por inercia, sin ser consciente todavía de lo que estaba ocurriendo.
Fue un instante fugaz y eterno, que se difuminó con la misma rapidez con la que había llegado.
- ¿Nos vamos, enano?
Carlos asintió con una sonrisa y se lanzó sobre su madre para darle un beso en la mejilla.
- Vendré a cenar, ¿vale? A lo mejor Iván y Julia también quieren venir…
Iván le revolvió el pelo con una mano.
- Otro día, enano. Hoy no, ¿vale?
Asintió y corrió hasta la puerta. Iván le siguió, dejándole a su madre una última mirada que ella no supo descifrar en ese momento. En ese momento sólo podía pensar que era el mejor día de su vida desde que Carlos nació.
No hay comentarios:
Publicar un comentario