¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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Amistades peligrosas (Capítulo XIII)



Lograron cruzar el Canal de la Mancha sin mayor percance. Entraron al Reino Unido por Weymouth, un pequeño pueblo costero con ese inconfundible ambiente británico. El día estaba nublado. La promesa de una tormenta veraniega acechaba. El preludio era un mar enfurecido y un cielo plagado de nubes oscuras. Su ferry fue el ultimo en ingresar a puerto ese día. Ya estaba lloviznando cuando entraron a un pub en el muelle. El lugar estaba cargado de gente en busca de techo para resguardarse de la lluvia, aunque la mayoría se aglomeraba alrededor del bar. Dos televisiones de pantalla plana, una a cada lado de la barra, retransmitían antiguas series americanas. Carlos y María encontraron una pequeña mesa en la esquina apartada del tumulto.

María estaba un poco mas tranquila. De hecho, el cansancio se había apoderado de ella en el barco y había conseguido dormir un poco. Carlos había permanecido despierto velando por ella. Se le veía verdaderamente cansado y María empezaba a preocuparse por su salud, tanto mental como física. El golpe de la mejilla y la barba de dos días le daba un aspecto sombrío, incluso peligroso. Nada que ver con el cocinero afable y dicharachero del internado.

No habían hecho más que sentarse a la mesa cuando el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo de Carlos.

_ Silvia, _ dijo frotándose los ojos con el índice y el pulgar. _ ¿Qué has encontrado?

La mera mención de ese nombre puso a María en alerta. La verdad era que no se fiaba ni un pelo de ella. Esa mujer representaba a todas aquellas personas que no habían dudado en tacharla de loca.

_ Nada que no supiese ya, _ murmuró Carlos. _ Dime que has encontrado algo más.

Alguien en la barra comenzó a toser histéricamente. María se sobresaltó de tal modo que casi se cae de la silla. Carlos la miró con curiosidad aún escuchando con atención lo que Silvia le estaba diciendo. María le ofreció una tímida sonrisa. No es nada. No te preocupes.

_ Sabes que no te lo puedo decir. Por el momento estamos a salvo, pero hasta que no averigüe algo más concreto ¿Quién sabe?

Después de una breve pausa. _ ¿En el internado? Tiene que haber alguna conexión. Sería demasiada coincidencia _. Pausa. _ ¿Quién?

La expresión de Carlos adquirió una intensidad notable. Una que María había visto en un par de ocasiones cuando estaba preocupado por algo o acababa de recibir una mala noticia.

_ Hijo de puta. . . _ gruñó entre dientes. _ No, nunca lo ha mencionado. El muy cabrón. . . _ Un aura de indignación emanaba de su cuerpo. _ Estuvo extorsionando a mi padre durante años _. Otra pausa. _ ¿En todos?

Carlos sacó un bolígrafo y un pedazo de papel de la mochila con su mano libre mientras asentía con la cabeza. _ Dámelo_. Y en el papel escribió: 23237.

_ No, _ dijo, su voz baja. _ No como contacto.

Las pausas se iban haciendo cada vez mas largas. Una de dos, o Silvia tenía mucho que decir, o a los dos les faltaban las palabras.

_ No lo sé, Silvia _. Pausa. _ No, no se lo puedo preguntar_.

Los ojos de Carlos comenzaron a brillar. Al principio María pensó que era cansancio, pero cuando le vio tragar un par de veces con dificultad se dio cuenta de que estaba luchando para no llorar. _ Porque está muerta.

Algo en las entrañas de María se encogió. De forma reflexiva, su mano se deslizó por la mesa, buscando la de él, pero se detuvo en el último momento. Era una conversación privada. Ella no tenía ningún derecho a entrometerse.

_ Encuentra lo que puedas ¿vale?

Tras otra breve pausa se despidió de ella con un ahogado “gracias, Silvia” y colgó el teléfono.

La lluvia golpeaba los cristales del pub con semejante fuerza que los hacía vibrar. Ya se podían oír los truenos por encima de la juerga dentro del local. Carlos no dijo nada después de colgar. Simplemente se levantó, se acercó a la barra y pidió un par de cervezas. Habló en inglés. Lo mas gracioso era que María ya no esperaba menos de él. Poco a poco, Fermín había ido trepando ese célebre pedestal. Ese mismo pedestal el cual Héctor había ocupado desde el primer día. A estas alturas, Carlos los había sobrepasado a los dos con creces.

María estaba absorta en sus propios pensamientos cuando él regresó a la mesa con dos cervezas. Sus labios se curvaban en una leve sonrisa, estaba sumergida en la agridulce memoria de una vida lejana.

_ ¿En qué piensas? _ preguntó Carlos apoyando los brazos en la mesa.

_ Pensaba en aquella vez que entré en tu habitación y tú tenías esa herida de bala en el brazo. ¿Te acuerdas? Cuando te vi con la pistola en la mano casi me da un infarto.

Carlos asentía con una enigmática sonrisa. María podía ver ese momento en su mente como si lo hubiese vivido ayer.

_ Me miraste a los ojos, estabas que casi no te tenías en pie, y me dijiste que no eras un asesino, _ dijo María sintiendo ese gusanillo hermano de la nostalgia. _ Me dijiste que eras Fermín, “el mismo de siempre”.

_ Estabas aterrada. Tenía que tranquilizarte de alguna forma, _ dijo Carlos apaciblemente. Parecía como si su mente estuviese en otro lugar. Repartía su mirada entre ella y la multitud de la barra.

_ En aquel momento supe que no eras “el Fermín de siempre”. No sabía quién eras, pero tampoco tenía derecho a juzgarte. Al fin y al cabo. . .

El tumulto del local estaba empezando a abrumarla. Demasiada gente, demasiadas risas, demasiado ruido.

_ Al fin y al cabo tú también tenías mucho que ocultar, _ dijo Carlos por ella. La incómoda mirada de María reposó sobre la de él. _ Casi tanto como yo, ¿no es así?

No era una acusación. Su expresión no reflejaba reproche ni condena. Era la pura verdad.

_ Lo siento, Fermín _. María jugueteaba nerviosamente con los pequeños sobres de sal y pimienta que había sobre la mesa. _ Si sólo supieras la de veces que he intentado contarte toda la verdad. ¡Dios! ¡Soy una hipócrita! Siempre demandando explicaciones, pidiéndote respuestas.

Carlos escuchaba sin decir nada. Una vez mas el alboroto procedente de la barra ahogó su taciturna conversación. María cerró los ojos, esperando que la ola de gritos y risas se retirase. Cuando los volvió a abrir, una cortina de lágrimas hacía que todo se viese borroso.

_ Hoy he estado a punto de perderte, _ dijo en un susurro casi inaudible. _ No quiero guardarte ningún secreto. A ti no.

María sintió la mano de Carlos sobre la suya.

_ Yo nunca te he pedido explicaciones, _ dijo él, quitándole suavemente el sobre de sal y pimienta que llevaba estrujando nerviosamente desde que había comenzado a hablar.

_ Ya lo sé. Ya lo sé. . .

María tragó en seco. Intentaba llenar sus pulmones de aire, pero le resultaba imposible. Se sentía agobiada por la gente, por el ruido, por la declaración que se avecinaba.

_ No es fácil acabar con la vida de alguien ¿verdad? _ dijo Carlos, sorprendiéndola con sus palabras. El corazón de María comenzó a latir con fuerza.

Lo sabía. Él ya lo sabía.

_ ¿Cómo. . .?

_ Ese tipo que fue a ajustar cuentas con Toni, _ continuó diciendo Carlos, aliviando hasta cierto punto el mal trago de la confesión. _ ¿Cómo fue, María? ¿Fue un accidente? ¿En defensa propia?

Carlos murmuraba las preguntas con gran intimidad. El tumulto del lugar no le inmutaba. Estaba concentrado sólo en ella, en esa conversación, en ese momento.

_ ¿Cómo le mataste, María?

María se había quedado muda. Su boca quería formular respuestas, pero su mente estaba tan aturdida que no conseguía crear ningún pensamiento coherente.

_ ¡Fue sin querer!

Su voz se quebró al responder. La temperatura de su cuerpo había descendido considerablemente. María no tenía ni idea de cuándo había comenzado a temblar de semejante manera. Lo que estaba claro era que no había vuelta atrás. No merecía la pena disimular ni tratar de ocultarle la verdad. Ya debería haber aprendido la lección a estas alturas, y aun así. . .

_ Ese tipo llegó pidiendo el dinero y Toni no estaba. Cuando no le dejé entrar en casa se enfadó muchísimo, dijo que conseguiría su pasta por las buenas o por las malas. Yo le juré que no sabía nada, intenté cerrar la puerta en sus narices pero ese hombre estaba ciego de la ira. Pensé que iba a matarme. Me arrastró de los pelos hasta las escaleras. Yo pedía ayuda a gritos, pero nadie salió a ayudarme. No les culpo. En ese edificio cada uno tenía sus propios problemas.

Era como un mal sueño del cual nunca se había despertado. María relataba la historia con un alma entumecida por el recuerdo. Su voz, débil y monótona, no era más que un susurro, mientras el vacío que sentía por dentro iba en aumento con cada palabra.

_ Al llegar a las escaleras conseguí pegarle un rodillazo en. . . _ María levantó los ojos momentáneamente para mirarle. _ Donde más os duele.

Los labios de Carlos esbozaron una sonrisa relámpago pero no dijo nada. Observaba a María con indudable agonía.

_ Él perdió el equilibrio y se fue escaleras abajo. Se desnucó por el camino. Cuando vi que no se movía, no llamé a la policía ni fui a pedir ayuda. Le deje ahí tirado al pie de la escalera. ¡Estaba tan nerviosa!

_ ¿Y Toni?

_ Cuando llegó me echó la culpa de todo, _ dijo María encogiéndose de hombros. _ Amenazó con denunciarme a la policía. Tenía miedo de que le cargasen a él con la muerte de su camello_. María recordaba esa traición por parte de Toni. La amargura la había corroído durante demasiado tiempo. Siempre fue un egoísta. Ella no se pudo imaginar hasta qué punto. Pensó que nunca podría perdonarle hasta que dio su vida por Iván.

_ El resto de la historia que te conté es todo verdad, _ dijo María con un largo suspiro. _ Te lo juro.

_ Te creo, _ dijo Carlos acercándose a ella y colocando su brazo sobre sus hombros. _ No tienes por qué decir más.

María se dejó abrazar, derritiéndose en el calor de su cuerpo, sintiendo como el peso de la culpa se iba aliviando. Se sorprendió cuando los labios de él se posaron sobre su sien y depositaron un delicado beso sobre su ceja. María le abrazó con fuerza, buscando ese afecto que había ansiado durante tanto tiempo.

_ Tu te mereces algo mejor, María. Mejor que Toni. Mejor que yo, _ murmuró Carlos en su oído. _ Si sólo supieras. . .

El comentario se quedo ahí. No dijo más. María hubiese dado lo que fuese por saber lo que Carlos no se había atrevido a decir. Sabía que él estaba reconstruyendo esa maldita barrera. Que no la dejaría entrar a esa fortaleza que tanto se esforzaba en cimentar.

Se quedaron abrazados en silencio durante un buen rato. Ni siquiera el alboroto que iba creciendo en el pub lograba infiltrarse en su pequeño mundo. Era incluso reconfortante saber que la vida seguía su curso, que la realidad del momento les era indiferente.

_ ¿Por qué insistes en alejarte de mí? _ preguntó María sin separar la mejilla del pecho de Carlos. Era mas fácil hacer la pregunta sin tener que mirarle a la cara. _ Sé que todavía me quieres. No puedes ocultarlo, por mucho que lo intentes.

Carlos dejó soltar algo que sonó como una pequeña carcajada, aunque podría haber sido un sollozo. Pero cuando habló, lo hizo con firmeza. _ Nunca voy a dejar de quererte, María.

_ Entonces. . .

_ No lo entiendes_. Su voz llegó a los oídos de María cargada de emoción. _ Yo no estoy intentando alejarme de ti. Sólo intento. . . _ Era como si las palabras tuviesen dificultad para salir, como si estuviese reacio a decirlas en voz alta. _ Sólo intento que tú te alejes de mí. Lo único que quiero es protegerte. Y son los momentos como este que hacen que fracase una y otra vez.

Sorprendida, María levantó la cabeza. Carlos rompió el abrazo y se pasó una nerviosa mano por el pelo.

_ ¡Joder, María! Todo esto se me ha ido de las manos. Si llegase a pasarte algo, yo. . . te juro. . . _ Pero fue incapaz de completar esa frase. _ No podemos volver a caer en lo mismo. Bastante la he liado ya.

Obviamente Carlos no tenía ni idea de lo que la estaba exigiendo. Él quería que mágicamente ella dejase de quererle, de sentir esa atracción que no habían podido ignorar desde esos primeros días en el internado. ¿Acaso no sabía que la estaba pidiendo lo imposible?

_ Al menos dime por qué cambiaste tan radicalmente de un día para otro, _ exigió María. _ ¿Fue por lo de tu padre? ¿De verdad crees que yo podría juzgarte por—?

_ No es por mi padre ¿vale? _ dijo él rápidamente. _ Ojalá fuese sólo eso.

María le tocó la mejilla, acarició esos indicios de barba, trazó su pulgar sobre la piel descolorida de su pómulo. Para su sorpresa, él no se resistió. _ ¿De qué tienes miedo en realidad, Fermín?

Hubiese sido demasiado pedir que Carlos le diese una respuesta satisfactoria en ese momento. No, por supuesto. María casi podía ver el regreso de ese caparazón que lo envolvía cada vez que la conversación profundizaba en asuntos relacionados con su alter ego. María dejó caer su mano, intentó no sentirse demasiado decepcionada. Después de todo, ya se había sincerado bastante con ella en los dos últimos días. Además, ya debería estar acostumbrada a esa infinita incógnita que era Carlos Almansa.

_ ¿Vamos a pasar la noche aquí, en este pueblo? _ preguntó María cambiando de tema. Aun así, el tono de su voz lo decía todo.

_ No. Vamos a ir a un sitio llamado Alfriston, _ dijo Carlos, reclinándose en su silla. Si se dio cuenta de la desilusión de María, no hizo ningún comentario al respecto.

_ ¿Estaremos a salvo? ¿Crees que nos van a volver a encontrar?

Pero Carlos no respondió a la pregunta. Su mirada estaba fija en una de las televisiones del bar. María se dio la vuelta, se percató de las imágenes que iban pasando por la pantalla y reconoció el lugar de inmediato. Intentó descifrar las palabras que aparecían en la parte inferior.

“Breaking News: Body found at Charles de Gaulle’s parking garage.”

No estaba segura del significado, pero podía imaginarse con bastante exactitud de qué iba la cosa.

_ Ese es el aeropuerto de París, _ comentó, lívida. _ Fermín. . .

_ No te preocupes.

El pavor de María era latente. _ ¿Pero cómo que no me preocupe?

_ El caso va a ser archivado, _ dijo Carlos, con una calma que María envidiaba. _ Por la cuenta que les trae a los muy cabrones. Así que tranquila ¿de acuerdo?

María no hizo más preguntas. Después de todo lo sucedido había aprendido a confiar en él. Apuraron sus cervezas y salieron al aguacero de la calle. No tenía pinta de dejar de llover en las próximas horas. De hecho, toda la trayectoria en autobús hasta Alfriston fue acompañada de truenos y relámpagos. Tres horas después, cuando llegaron a la estación, el cielo comenzaba a despejarse.

Lo que ninguno de los dos sabía todavía era que alguien había ya dado con su rastro, que Gloria acababa de pagar por su hospitalidad con su vida y que sus enemigos estaban de nuevo al acecho, pisándoles los talones.

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