
Por primera vez en mucho tiempo, en sus sueños había menos dolor y más recuerdos de los buenos. Había cuadros ardiendo, roces mal disimulados, ruido de platos de fondo mientras ella reía a carcajadas, guisos y natillas, besos robados.
Aún no era de día, pero le podía la impaciencia por ver la luz del sol. Se levantó y abrió la ventana del dormitorio, llenándose de las primeras luces del alba. Cuando se volvió, los destellos provenientes de la mesita de noche la cegaron un segundo. Se acercó y posó los dedos sobre la pequeña forma oval centelleante, coronado por un gallo que parecía querer anunciar también la mañana que llegaba.
- ¿Eso era de papá?
Dio un respingo antes de identificar la voz soñolienta de su hijo justo detrás de ella.
- ¿Dónde vas tan temprano?
Se agachó para recibirle en los brazos mientras él se frotaba los ojos con fuerza.
- No podía dormir.
Le cogió en brazos y le tumbó sobre la cama.
- En realidad, era de tu abuelo. – Se tumbó a su lado y le retiró un mechón rebelde de la frente mientras seguía hablando. – Cuando el murió, pasó a ser de papá. Y él nos lo dio a nosotros.
- ¿Por qué?
- Pues… porque significa muchas cosas.
Empezó a hablar con suavidad, dejando que las palabras se escaparan de sus labios sin permiso, doblegando la losa que se iba haciendo más liviana con cada frase que salía de su boca.
Ése día estaba enfadada con él. Mucho. Llevaba dos días prácticamente sin verle, y empezaba a sospechar que volvía a estar metido en algo lo suficientemente grave como para mentirle de nuevo, haciéndole creer que no pasaba nada.
Aquella tarde había visto por segunda vez al mismo hombre que un día le regaló un pez en la laguna, aunque no parecía, ni por asomo, un pescador común. Vestía de traje, elegante y soberbio, y supo que tenía que ver con él.
Para colmo, Toni llevaba un par de meses atormentándola sin que él siquiera reparara en ello. Quizá porque ella no se había atrevido a contarle nada, sí. Pero quizá porque tampoco le prestaba la suficiente atención. Era casi medianoche cuando le oyó colarse en su habitación mientras Jacinta dormía.
Ella se incorporó y ensayó su mejor cara de cabreo con la humanidad, pero él la ignoró, poniéndole un dedo sobre los labios y cogiéndola de la mano para tirar de ella.
Salieron al pasillo y ella se detuvo, poniendo los brazos en jarras y demandando en silencio una explicación.
- ¿Qué está pasando?
Él sólo sonreía, como un niño, como si no le importara lo más mínimo que estuviera enfadada, agobiada y muerta de miedo. Era lo que más odiaba de él. Y lo que más le gustaba. Su capacidad para hacerle olvidar cualquier cosa que le doliera.
- Ven, anda.
La volvió a coger de la mano y la arrastró hasta su habitación. Cuando entraron, se paró delante de la cama.
- Mira.
Cogió algo que ella no alcanzó a identificar y lo colocó entre sus manos con suavidad. Al primer contacto, sólo supo que estaba frío y que pesaba. Cuando lo miró, vio un objeto con forma ovalada con una especie de gallina en un extremo. A decir verdad, no especialmente bonito. Pero sabía que no había visto nada parecido en su vida…
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