Lo primero que pensó cuando le vio, fue que parecía totalmente abatido. Saúl, el hombre que le había puesto contra las cuerdas en más de una ocasión, parecía haberse dejado toda su autoridad y su fortaleza en el traje negro que ya no vestía. No tuvo hacia él el más mínimo gesto de aprecio o de agradecimiento, a pesar de que era consciente de que se había encargado de María y de Carlos todo este tiempo.
- ¿Cómo están?
- Bien. – Hizo una pausa, y Carlos pensó que no pretendía dar énfasis a su respuesta, sino que simplemente, le faltaban fuerzas para hablar. – Bien.
Se sintió tentado a preguntarle qué le había pasado en estos años, el por qué de su debacle, pero algo le decía que su estado era producto de lo vivido. El que lucha demasiado por una causa, se agota con ella. Y Saúl se había apagado hacía ya seis años.
- Tu mujer no me tiene demasiado aprecio, y yo tampoco he insistido en visitarla, pero tengo mis fuentes… - Otra pausa, tras una frase demasiado larga en que su voz parecía ir diluyéndose. – Me han dicho que el niño es digno hijo tuyo.
No contestó. No quería oír nada, no quería saber nada. Sólo quería llegar, verles, abrazar a su hijo y saber que todo iría bien, y que no le odiaría por no estar con él todo este tiempo. Abrazar a María y perderse en ella. Tener entre los brazos la prueba viviente de que todo había valido la pena.
En silencio, se metió la mano al bolsillo y sacó la caja negra. La abrió y deslizó la alianza en su dedo anular, justo donde ella la había puesto la última noche que pasó a su lado. La miró, como quien mira a la causa de su buena suerte, la fuente de su fortaleza. Aquel anillo le había dado la fuerza necesaria para emprender el sacrificio que la vida le exigía. Y ahora volvía al lugar donde debía estar. Cerró los ojos y ahuyentó las balas, exorcizó el dolor acumulado y se sintió, por fin, renovado y dispuesto a empezar de nuevo. Cuando el coche frenó, aún no se había dado cuenta de que ya estaban en el centro de la ciudad. Agarró la manilla de la puerta y tiró de ella.
- Es el quinto A.
Se bajó del coche y le lanzó una última mirada a Saúl, que contenía en ella un poso de agradecimiento. Supo que el hombre sabría leerlo en sus ojos, igual que supo que no volvería a verle. No le dijo nada. Cerró de un portazo y esperó a que el coche se marchara para cruzar la calle y quedarse congelado frente a la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario