¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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Déjame que te cuente. Capítulo XI.

Caer. Caer. Caer. Caer.
Cada vez más abajo.
Cada vez más profundo.


Así eran sus sueños.

Esa noche el teléfono no la despertó de verdad, sólo en su sueño, si es que se podía llamar así al hecho de sufrir, cada noche, un gigantesco dejà vú que te obliga a revivir, una y otra vez, el día más horrible de tu vida.

Miró el reloj de reojo cuando lo oyó sonar, mientras la voz de Fermín murmuraba un qué cojones soñoliento. Volvió a cerrar los ojos y trató de evadirse. Eran las cinco y media de la madrugada. Pero la voz al otro lado del teléfono le llegó firme, alterada.

- Han encontrado a Samuel. Tienes que sacarle de ahí ya.

Cualquier rastro del sueño se esfumó de la voz de su compañero de cama. Ella simulaba dormir, pero percibió cómo cada uno de los músculos del cuerpo de él se tensaban al mismo tiempo para, un segundo después, desaparecer de su lado. Le oyó coger los pantalones del suelo y ponérselos. Se acercó a ella despacio y le puso una mano en la mejilla.

- María…

Ella abrió los ojos despacio, como si acabara de despertar. Vio como él viraba el rumbo que le llevaba a sus labios y se perdía junto a su oído, hablándole en un susurro.

- Sé que lo has oído todo, pero aún así, me encanta que te hagas la dormida. Tengo que irme, estaré aquí a la hora del desayuno.
- Fermín – se incorporó un poco y le miró - ¿qué está pasando por Dios? No puedo más…
- Ahora no, María.

Terminó de abrocharse la chaqueta y le vio meterse la pistola en la parte de atrás de los pantalones. Ya tenía un pie en el pasillo cuando se paró en seco. La maldita inercia de besarla solía asaltarle hasta en los momentos más terribles, cuando más miedo tenía. Dio dos pasos hasta la cama y apoyó una rodilla en ella. Miró su cara de niña enfadada, de niña pequeña que castiga cubriéndose hasta los hombros con la sábana y se la grabó en la retina, donde nadie se la pudiera arrebatar. La besó sin mediar palabra, abriéndose paso, paladeándola, dejándola entrar también en él. Cuando abrió los ojos, ella ya sonreía otra vez.
La abrazó un segundo eterno, sintiendo cada átomo de su piel, y llenándose con su olor del valor necesario para afrontar lo que tenía delante. Se escondió entre su pelo y le hizo cosquillas en el oído con la nariz.

- Te quiero.

No supo de dónde venía ésa necesidad, demostrar su amor con palabras no era su fuerte, se le daban mejor los actos, los gestos, las pequeñas demostraciones. Pero ése día, sin saber que era la última vez que se lo decía, lo sentía necesario.

Cerró la puerta tras de sí y la volvió a dejar sola, como tantas otras veces, sumida en mil pensamientos y muerta de miedo. Nunca había querido a nadie así, y nunca, jamás, la habían querido así. Había suplicado mil veces a quien quiera que decidiera el rumbo de su vida que la apartara de él, no necesitarle tanto, escoger el camino correcto. Y cada vez que lo intentaba, reparaba en lo enamorada que estaba de él.
Pero su necesidad de respuestas era cada vez más evidente, y que las pequeñas cosas que él le contaba no le ayudaban a hacerse una mínima idea de lo que ocurría. En un impulso, saltó de la cama y se metió dentro del vestido negro. Abrió la puerta y salió al pasillo, sin saber bien adónde iba.

Oyó voces en el pasillo lateral y se encaminó hacia allí. En la habitación de Héctor, encontró la puerta entornada y se quedó junto a la abertura, tratando de distinguir algo. Vio a Fermín, con la pistola en la mano, y a Héctor vistiéndose un par de metros más allá. Sus voces le llegaron con claridad por la rendija.

- Oye Héctor, no quiero hacerlo por la fuerza. Pero si te tengo que pegar un tiro en una pierna y sacarte de aquí a rastras lo voy a hacer, así que date prisa.
- Fermín, por Dios, qué quieres…

Silencio. Un silencio pesado, que le dio miedo. Conocía lo suficiente a Fermín para saber que no le haría daño. O al menos eso quería creer. La voz del cocinero interrumpió sus pensamientos.

- Voy a llevarte con Irene, ¿vale?

Otra vez el silencio. Oyó pasos y corrió por el pasillo. Desde la esquina, les vio salir por la puerta, a la vez que el sonido familiar del teléfono móvil rompía el silencio reinante.
Fermín tardó más de lo habitual en descolgar, e inmediatamente supo que algo iba mal.
Le oyó contestar dubitativo.

- ¿Quién…?

La voz, quienquiera que fuera, no le dejó terminar la frase. La llamada no duró más de quince o veinte segundos. Cuando la voz de Fermín le llegó, le temblaron las piernas. Porque por primera vez en un año, había en ella una urgencia y un titubeo que nunca habían estado ahí.

- Héctor, escúchame bien. Quiero que te largues de aquí ya. Sal por la puerta principal, no te acerques a ninguna de las entradas que comunica con los pasadizos. En la ermita hay un coche esperándote, súbete y no hagas preguntas.
- ¿Qué pasa? ¿Qué demonios está pasando…?

Por un momento, temió que Héctor se desmoronara allí mismo. Pero lo peor estaba aún por llegar.

- Escúchame, joder. No puedo perder más tiempo. Tienen a Iván. Lárgate…

Tuvo que ahogar un grito para que no la descubrieran. Las piernas le fallaron y tuvo que aferrarse a la pared que había tras ella. Ni siquiera tuvo la habilidad suficiente para llorar. Nada.

Oyó pasos en ambas direcciones, unos que se alejaban por el pasillo y otros que se dirigían adonde ella estaba. Pero no pudo moverse…

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