María caminaba por la calle con las manos en los bolsillos en dirección al internado. Su cabeza estaba llena de historias. Historias que podrían haber sido, historias que podrán ser, dudas y miedos que no cesaban de atormentarle la cabeza… una de ellas, Héctor.
Había pasado ya un año desde que, a espaldas del resto del internado, habían probado el sabor del amor, al menos, ella por primera vez. El amor in fortuito con Toni fue una historia de niña, ella no sabía lo que era la vida, aunque él se la hizo aprender a golpes. Pero ahora estaba el ex director, ¿por qué? ¿Por qué las cosas no podrían ser más fáciles para ella? Saber qué era lo que le convenía. Acertar por una vez en su vida, poder declararse a Héctor sin tapujos y ser feliz con él… ¿por qué no? Porque el fin de su entrada al internado era Iván, él llenaba su vida, él es lo principal y no quería desviarse en cosas vanales... el amor… ¿Qué más dará si ella ya sería feliz sola con su hijo?.
Si pudiera estar con Héctor, sin ocultárselo a nadie, decirle a Iván la verdad, conseguir su perdón…ser feliz!!! Pero su impedimento no era otro que la vergüenza y el miedo… vergüenza y miedo a no llegar a la altura de ese señor de clase alta o que, quizá, solo sea un juego para él, un pasatiempo, liarse con la chacha… eso sería peor, su autoestima caería en picado, más de lo que está ya. Se hundiría.
Giró la calle, había una tienda de bisutería, la que tanto le gustaba a María, pero ni se percató, seguía hundida en sus pensamientos hasta que de pronto…
- ¡María!- oyó una voz a lo lejos aunque esa persona estaba enfrente. Alzó la vista y era él, Héctor.
- ¿Qué haces por aquí sola?
- Hola, Héctor- su voz sonó apagada, sin fuerza. No parecía sorprendida de encontrárselo, pero sus ojos brillaban como una niña al ver a su ídolo. – he ido a hacer unos recados que me ha pedido Jacinta.
- No llevas ninguna bolsa, ¿estás bien?
- Sí… he ido a la tintorería a dejar unos uniformes para los alumnos.
- Pero si de eso ya se encarga Juan, no hace falta que vayamos al pueblo.
Era cierto, no hacía falta, pero necesitaba salir de esa jaula, alejarse un poco de esos pensamientos que le siguen allá donde vaya.
- Necesitaba airearme, salir un poco de esa prisión-
Héctor soltó una sonrisa. Él sabía como María que si te pasabas tu vida encerrado en ese internado, podía llegar a enloquecerte.
-Yo me iba ya para allí, ¿quieres que vayamos juntos? Tengo el coche allí aparcado en doble fila.
María escuchó perfectamente su propuesta, pero pareció que no, ya que cambió de tema rotundamente.
-Héctor… ayer estuve pensando y he llegado a entender, a darme cuenta que el problema no eres tú, soy yo- dijo María aliviada por fin. Había dado el primer paso, no pensó si era el momento oportuno o si se estaba expresando bien, solo quería soltarlo, como fuera. No podía mirarle a los ojos. Sus manos continuaban en el bolsillo de su abrigo. No hacía frío pero se sentía protegida al tenerlas así, junto a su cuerpo, sin dejar ver el temblor de ellas al estar cerca de su amado.
Héctor la miró sorprendido… no sabía de qué estaba hablando, a qué se refería y a cuento de qué.
La limpiadora continuó sus palabras mirando a su alrededor, no podía mirarle fijamente. No podía rechazar al hombre que invadía sus sueños por las noches en la fría habitación que compartía con la gobernanta.
Le miró y con una leve sonrisa le dijo:
-…aunque cometas mil errores en tus actos y no tengas siempre razón en lo que dices... eres perfecto.
María ya lo soltó. Se sintió aliviada. Ya podía mirarle a los ojos sin parar de sonreír como una niña adolescente.
Héctor no dijo nada, se quedó mirándola unos segundos, segundos que para ella fueron eternos. El mundo se había parado para los dos.
María esperaba una respuesta, una súplica, un intento de... ALGO, pero no, solo la miraba. Su mirada era triste, como si el mundo de él se hubiera acabado en esa frase… y aunque ella no fuera consciente, también sentía que el suyo había acabado junto al de él.
Había pasado ya un año desde que, a espaldas del resto del internado, habían probado el sabor del amor, al menos, ella por primera vez. El amor in fortuito con Toni fue una historia de niña, ella no sabía lo que era la vida, aunque él se la hizo aprender a golpes. Pero ahora estaba el ex director, ¿por qué? ¿Por qué las cosas no podrían ser más fáciles para ella? Saber qué era lo que le convenía. Acertar por una vez en su vida, poder declararse a Héctor sin tapujos y ser feliz con él… ¿por qué no? Porque el fin de su entrada al internado era Iván, él llenaba su vida, él es lo principal y no quería desviarse en cosas vanales... el amor… ¿Qué más dará si ella ya sería feliz sola con su hijo?.
Si pudiera estar con Héctor, sin ocultárselo a nadie, decirle a Iván la verdad, conseguir su perdón…ser feliz!!! Pero su impedimento no era otro que la vergüenza y el miedo… vergüenza y miedo a no llegar a la altura de ese señor de clase alta o que, quizá, solo sea un juego para él, un pasatiempo, liarse con la chacha… eso sería peor, su autoestima caería en picado, más de lo que está ya. Se hundiría.
Giró la calle, había una tienda de bisutería, la que tanto le gustaba a María, pero ni se percató, seguía hundida en sus pensamientos hasta que de pronto…
- ¡María!- oyó una voz a lo lejos aunque esa persona estaba enfrente. Alzó la vista y era él, Héctor.
- ¿Qué haces por aquí sola?
- Hola, Héctor- su voz sonó apagada, sin fuerza. No parecía sorprendida de encontrárselo, pero sus ojos brillaban como una niña al ver a su ídolo. – he ido a hacer unos recados que me ha pedido Jacinta.
- No llevas ninguna bolsa, ¿estás bien?
- Sí… he ido a la tintorería a dejar unos uniformes para los alumnos.
- Pero si de eso ya se encarga Juan, no hace falta que vayamos al pueblo.
Era cierto, no hacía falta, pero necesitaba salir de esa jaula, alejarse un poco de esos pensamientos que le siguen allá donde vaya.
- Necesitaba airearme, salir un poco de esa prisión-
Héctor soltó una sonrisa. Él sabía como María que si te pasabas tu vida encerrado en ese internado, podía llegar a enloquecerte.
-Yo me iba ya para allí, ¿quieres que vayamos juntos? Tengo el coche allí aparcado en doble fila.
María escuchó perfectamente su propuesta, pero pareció que no, ya que cambió de tema rotundamente.
-Héctor… ayer estuve pensando y he llegado a entender, a darme cuenta que el problema no eres tú, soy yo- dijo María aliviada por fin. Había dado el primer paso, no pensó si era el momento oportuno o si se estaba expresando bien, solo quería soltarlo, como fuera. No podía mirarle a los ojos. Sus manos continuaban en el bolsillo de su abrigo. No hacía frío pero se sentía protegida al tenerlas así, junto a su cuerpo, sin dejar ver el temblor de ellas al estar cerca de su amado.
Héctor la miró sorprendido… no sabía de qué estaba hablando, a qué se refería y a cuento de qué.
La limpiadora continuó sus palabras mirando a su alrededor, no podía mirarle fijamente. No podía rechazar al hombre que invadía sus sueños por las noches en la fría habitación que compartía con la gobernanta.
Le miró y con una leve sonrisa le dijo:
-…aunque cometas mil errores en tus actos y no tengas siempre razón en lo que dices... eres perfecto.
María ya lo soltó. Se sintió aliviada. Ya podía mirarle a los ojos sin parar de sonreír como una niña adolescente.
Héctor no dijo nada, se quedó mirándola unos segundos, segundos que para ella fueron eternos. El mundo se había parado para los dos.
María esperaba una respuesta, una súplica, un intento de... ALGO, pero no, solo la miraba. Su mirada era triste, como si el mundo de él se hubiera acabado en esa frase… y aunque ella no fuera consciente, también sentía que el suyo había acabado junto al de él.
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