¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

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Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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Amistades peligrosas (Capítulo XVII)



La puerta del cobertizo se abrió de un golpe y María se despertó con el corazón a mil por hora. No se había movido del sitio en toda la noche. Aterrorizada, permanecía petrificada en esa oscura esquina. Los jóvenes rayos de sol que se atrevían a penetrar por la diminuta ventana luchaban contra las motas de polvo, revoltosas en el aire. Pasos acelerados atravesaban el cobertizo, paraban sólo con el ruido de los trastos al caer al suelo, y después continuaban su desesperada búsqueda.

Muerta de miedo, María arrimó las rodillas a su cuerpo y escondió su cara entre ellas. Sabía que era un gesto tonto, ridículo. Como un avestruz ocultando su cabeza en la arena cuando el peligro acecha. Podía sentir la adrenalina recorriendo sus venas, mensajera del terror que poseía su cuerpo, poniendo todos sus sentidos en alerta. Cada paso la hacía temblar todavía más. Cuando sus dientes comenzaron a castañear tuvo que apretar la mandíbula y los puños para intentar detenerlos. Oyó el ruido de una caja caer al suelo a su lado, demasiado cerca. No tardarían en descubrirla, y esta vez no tendría tanta suerte como anoche.

Los pasos se detuvieron frente a ella, y aun así, no tuvo las agallas para poder abrir los ojos. Estaban sellados por el pánico.

_ ¡No me haga daño, por favor!

Era un sollozo ahogado, una súplica desesperada. Unas firmes manos la agarraron por los hombros y la levantaron del suelo con fuerza. La espalda de María se topó contra la pared con un brusco golpe en un patético intento de alejarse de la persona. Aun así permanecía con la cabeza agachada y los ojos cerrados, como si eso pudiese protegerla de cualquier daño.

Lo que pasó a continuación le rompió todos los esquemas. Una boca ávida y posesiva aterrizó sobre la suya. María notó como sus rodillas se aflojaban. Fue arropada por una cálida sensación de alivio. ¿Estaría soñando? Si ese era el caso, no quería despertarse jamás. Tardó un par de segundos en corresponder al beso, todavía a ciegas. Su tacto, olfato y gusto ya le habían reconocido.

_ Fermín. . .

Cuando abrió los ojos se encontró con los de él, intensos y preocupados. Tan húmedos como los suyos.

_ ¿Estas bien? ¿Te han hecho daño? _ preguntó, mirándola de arriba abajo. _ ¡Joder, pensaba. . .!

Tragó con dificultad. Estaba temblando, fuera de si. María le puso la mano en la mejilla, trató de tranquilizarle como mejor pudo.

_ Estoy bien, estoy bien. No me han hecho nada. . .

Mientras hablaba le besaba suavemente la mejilla, el cuello, la sien. Necesitaba tocarle, besarle, asegurarse de que realmente estuviese ahí. Pero Carlos no parecía conformarse con besos de mariposa. Su mirada era profunda, salvaje. Quería más. Mucho más.

Reclamó su boca de nuevo con tal fuerza que dejó a María sin aliento. Era una necesidad cruda, al borde de la desesperación, y eso era algo nuevo para ella. Con todo su fervor y toda su energía, Carlos siempre había tenido una templanza interior, una mente fría y calculadora en todo momento. Esa parte de su personalidad parecía haberse esfumado. Había sido reemplazada por otra desconocida y descontrolada.

Sin saber cómo, María se encontró sentada sobre una de las enormes cajas que les rodeaban. La camiseta que le servía de camisón, una de sus preferidas cuando la llevaba él puesta, se deslizó por su cuerpo con la facilidad de docenas de veces de práctica. Un tirón la despojó de la poca ropa que le quedaba. Esa mano estilizada de pintor se posó sobre su mejilla, sonrojada por una súbita ola de pudor. Casi sin pensarlo, ella atrapó su pulgar con los labios, succionando con gran fuerza e imitando la forma que otras veces le había hecho perder la cabeza.

La acción tuvo su deseada reacción. Carlos dejó escapar un suspiro ahogado y áspero, y ese cálido remolino que se abría camino en el vientre de María tomó fuerza, la tempestad ya imparable. Esa dulce tortura trajo consigo docenas de recuerdos de noches perdidas en el internado.

Era tan fácil perderse en sus brazos, dejarse llevar por sus caricias…

_ ¡Fermín!

Carlos paró sus movimientos en seco y levantó la cabeza para mirarla a través de espesas pestañas. Un furioso puño golpeó una de las cajas laterales, sobrecogiendo a María por un aterrador instante.

_ ¡Llámame por mi nombre, coño!_ rugió Carlos entre dientes.

Ella se mordió el labio inferior, todavía estremecida ante su brusquedad. Los ojos de Carlos se suavizaron casi al instante. Escondió la cabeza de nuevo en la cuna de su hombro, depositando ahí un tierno beso.

_ Necesito oírlo, _ dijo esta vez con un nudo en la garganta. _ Por favor, María. . .Llámame por mi nombre. . .Por favor. . .

María no se hizo de rogar. Se sujetó a sus hombros y susurró su nombre al oído una vez, apenas audible. La segunda vez su voz se aferró a la palabra como a un salvavidas en medio de la tempestad. Luego fue imparable. Terminó deslizándose por su lengua con increíble facilidad.

El ciclón no tardó en desatarse entre ellos nuevamente. Su compenetración era absoluta. Esa poderosa tempestad fue remplazada por una imperiosa calma. Se mantuvieron en silencio durante un buen rato, tranquilizando su respiración, intentando recuperar la cordura. El sudor se deslizaba por el cuerpo de María, acariciaba su clavícula, surcaba por su espalda. Carlos también estaba empapado, el flequillo mojado se adhería a su frente y caía sobre sus ojos. El olor a polvo y gasolina envolvía el aire.

Sus primeros movimientos fueron letárgicos. María se sentía mareada por el calor. Carlos empezó a recorrer sus labios por ese hombro salado, sellando cada trazo con pequeños besos.

_ ¿Carlos? _ dijo María acariciando su mejilla en ese pelo color ceniza.

_ Mmmppff, _ respondió él contra su piel.

_ Te quiero, _ susurró ella cerca de su oído. _ Un montón. Aunque no te lo diga todos los días.

María sintió la sonrisa de él contra su hombro. Aquella vez que Carlos le dijo esas mismas palabras se había pasado el resto del día flotando en una nube de júbilo, impaciente por verle de nuevo, deseando abrazarle y besarle junto a la hoguera. Aquella noche le había echado de menos más que nunca.

Como respuesta recibió un lánguido beso en la boca, la estaba demostrando con sosegada intensidad hasta qué punto su amor era correspondido. María hubiese querido parar el tiempo, haberse fundido a él para siempre. Pero la aplastante realidad se desmoronó sobre ella haciendo añicos la magia que les había rodeado durante esos breves minutos.

_ Dempsey, _ murmuró casi sin aliento. _ ¿Está. . .?

_ No lo sé. La casa está destrozada, pero no le he visto por ninguna parte.

Todo había pasado tan rápido. Anoche María estuvo convencida de que no viviría para ver la mañana. Y ahora Carlos estaba aquí con ella, vistiéndola como si fuese una muñeca, con una ternura que no había visto en él últimamente. Volvían a estar juntos. No era un sueño.

_ Pensé que no te volvería a ver, _ dijo ella en voz baja. _ Anoche pasé tanto miedo.

Sus palabras parecieron golpear a Carlos en la boca del estómago. La rodeó con sus brazos, apretándola fuertemente contra él. María sintió el calor de su protección, y las palabras salieron de su boca sin que ella pudiese evitarlo.

_ Estoy embarazada, _ susurró, su voz completamente desconectada de su mente.

Notó como el cuerpo de Carlos se tensaba antes de dar un paso hacia atrás para mirarla a la cara. Estaba lívido. La observaba con unos ojos enormes, incapaces de ocultar su sorpresa. María no sabía muy bien cómo reaccionaría ante la noticia, pero nunca podría haber anticipado lo que dijo a continuación.

_ ¿Estas segura de que es mío?

El mundo de María se vino abajo arrastrando toda su ilusión, todos sus sueños. Atónita, le cruzó la cara con una sonora bofetada.

_ ¡Vete a la mierda!

Sus pies descalzos se tropezaron con los trastos que había esparcidos por el suelo. Carlos trató de detenerla sujetándola por el brazo.

_ María. . .

_ ¡No me toques!

Ocultando sus ojos encharcados para que él no pudiese verlos, María atravesó ese campo de obstáculos con gran dificultad hasta encontrar la salida. Sus hormonas, ya revolucionadas por el embarazo, la hicieron vaciar lo poco que tenía en el estómago a la puerta del cobertizo.

Carlos se quedó clavado en el sitio, apoyado sobre la caja donde el calor de sus cuerpos se había quedado impreso. Lo que María no pudo ver fue como su corazón se rompía en mil pedazos.

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