¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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A Contrarreloj. Capítulo XXV.

Se puso la camiseta de tirantes y los pantalones anchos y se secó el pelo con la toalla. Sólo esperaba salir para meterse en la cama y tratar de descansar. Bajo el grifo, había oído la puerta cerrarse dos veces, y por el recibimiento que le había brindado María, sospechaba que ella sería una de los que se habían marchado.

Cuando salió del baño, la oyó antes de verla. Habría identificado aquella respiración suave, lenta, entre un millón. Se volvió despacio, temiendo que al hacerlo se esfumaría el sonido. Recorrió su cuerpo con los ojos, desde los pies descalzos hasta el pelo, aún ligeramente húmedo, que le caía sobre la frente. Dio dos pasos silenciosos y se arrodilló junto a la cama, para poder verla de cerca.
Extendió el brazo y le rozó la mejilla con el dorso de la mano, en una caricia casi al aire que ella apenas intuyó.

- María…

La nombró sin querer llamarla, deseando que no se despertara para poder seguir mirándola, pero consciente de que debía ser ella era la que decidiera si quería recibir todo lo que se moría por darle. Con el dedo índice recorrió su labio inferior, sabiendo que las cosquillas la despertarían.

- María…

Ella se removió como una niña y abrió los ojos con lentitud. Se había dormido soñando con todo lo que iba a decirle y, sin embargo, en ese breve instante de duermevela, no le pareció necesario hablar. Levantó un brazo y le pasó la mano por el pelo color ceniza, dejando que sus dedos se entretuvieran en él. Dejó que el índice se deslizara por su mejilla y sus labios, tratando de silenciar lo que estaban a punto de decir, lo que sabía que terminaría despertándola.

- Perdóname…
- Por favor Fermín, no…
- Te quiero, y por eso entenderé que te levantes y te vayas de aquí. Sé que me quieres, pero también sé que te he hecho demasiado daño, y que no puedo ofrecerte nada…

Ella se incorporó despacio hasta que se puso de pie, mientras la magia del sueño se desvanecía, recordándole todo lo que quería decirle. Le tendió la mano y él se levantó también, sin saber si abrazarla o abrirle la puerta para que se fuera.

- Fermín… - Hizo una pausa. - Carlos… Dios Mío, ni siquiera sé cómo llamarte…

Fue como si tomar consciencia de ése hecho, la extrañeza de no saber cómo llamar a quien se ama, la alejara irremediablemente de él. Carlos no habló, no se movió.

- Ahora más que nunca, tengo que cuidar de mi hijo. Me necesita y yo quiero estar con él. No quiero que un día, alguien venga buscándote y vuelvan a apuntarme con una pistola. Mucho menos que sea él el que empuñe un arma… No quiero volver a necesitarte y que me cierres ésa puerta…
- María, todo eso está a punto de terminar, no va a volver a pasar nada parecido, te lo prometo.

Ella negó con la cabeza.

- No me mientas, no me engañes por favor. – Dio un paso adelante y se acercó más a él, dejando que la palma de su mano le acariciara el rostro. – Me has dicho eso demasiadas veces…

Carlos guardó silencio y acumuló un poco más de odio a sí mismo en el fondo de su cabeza. No quería mentir más. A ella no. No quería decirle nunca más que todo iba a ir bien si no iba a hacerlo. Pero sobre todo, se dio cuenta de que no quería perderla. De que su discurso acerca de que era libre para marcharse no era más que otra patraña, la mentira mayor de todas, porque no podía dejarla ir.
Y, como le ocurría siempre que se sentía vulnerable y necesitado de ella, se despertó en él su lado irracional e impulsivo. La agarró por la cintura y la estrechó contra sí mismo, con todas sus fuerzas, con un rastro de violencia romántica contra la que no podía luchar.

- No me dejes, María. Por favor…

Se hundió en el hueco de su cuello, notando como el cuerpo de ella se estremecía entre sus brazos y se separó levemente, sin soltar su cintura, dejando que sus frentes se apoyaran una en la otra.

- Fermín, por favor… - Trató de zafarse de su abrazo sin querer hacerlo realmente, luchando más consigo misma que con él.
- ¿Me quieres, María?
- Fermín…
- Porque si me quieres, nada más importa…

Su voz, susurrante, suplicaba más que exigía, a pesar del tono. Sintió como sus respiraciones se hacían más rápidas, más pesadas, pero no cedió ni un milímetro, sino que aumentó aún más la presión sobre su cintura.

- Soy Carlos, mírame… ¿Me quieres?

María levantó el rostro con firmeza mientras su respiración agitada se asfixiaba contra el pecho de él. Carlos clavó sus ojos en los de ella y no vio ni rastro de miedo, ni de dolor, ni siquiera de duda. Sólo vio su mirada desafiante y segura de sí misma flotando sobre la mirada de niña enfadada y abandonada.

- Sí.

Se asomó a sus labios como quien se asoma a un desfiladero peligroso pero conocido, sabiendo que si se acercaba más de la cuenta, ya no podría volver. Su mano derecha, antigua conocedora del terreno, se deslizó por la curva de su cintura. Se acercó a ella hasta que sus labios se rozaron, pero no la besó, sino que la esquivó hasta alcanza su oído, para hablarle ahí donde sólo ella podía escucharle.

- Si quieres marcharte, dímelo ahora María, o no podré…

La voz se le ahogó en la garganta. Le concedió un segundo, quizá medio, para meditar la decisión. En ese último instante, ése en que se decide todo, María le llevó la mano a la mejilla y la deslizó lentamente por ella.

Esta vez sí, María. Esta vez sí.

Luego, su voz temblorosa le habló de cerca, haciendo que las palabras vibraran en los labios de él.

- No quiero alejarme de ti.

Le besó y se dejó besar, sin tanteos, sin timidez, sin miedo, viajando el mismo beso de una boca a la otra en un vaivén prolongado que se mecía cada vez con más ímpetu. Cuando empezó a ralentizarse, ambos pugnaron por llevarse el labio inferior del otro entre los suyos. Ella se dejó ganar la batalla y él aprovechó para coger su cara entre sus manos.

- No voy a dejar que nadie te haga daño, María. Nunca.

Le dejó un beso rápido en los labios y la abrazó, ya sin prisa, ya sin miedo a que se marchara, enredándose en su pelo y en su espalda.
Ella se agarró a su cuello y le habló al oído con una sonrisa en los labios que él supo escuchar.

- Me va a costar acostumbrarme a llamarte por tu nombre.

Sin embargo, sólo unos minutos después, ése mismo nombre brotó de sus labios sin que ella fuera consciente, envuelto en su voz ronca, ahogada por la sensación brutal de poseer en el propio cuerpo a quien más se ama. Y sólo tuvo tiempo de pensar, en ése instante fugaz, que Carlos era el hombre que más había amado en su vida. El único. Y que tendría que volver a decírselo, ahora que ya no había pistolas que robar.

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