Iván.
Iván…
- ¿Me oyes?
Abrió los ojos despacio y trató de enfocar la vista. De golpe, un relámpago interior le arrasó el estómago.
Me muero.
La última bofetada fue definitiva para traerle de vuelta al cuarto de Fermín. Palpó la superficie en la que se hallaba con ambas manos y supo que estaba tendido en el suelo. Su corazón se desbocaba al ritmo de una taquicardia insoportable cuando el rostro del cocinero se materializó frente a él.
- Iván, ¿me oyes?
Apartó la mano de Fermín con violencia y trató de incorporarse sin conseguirlo.
- Que me dejes, hostias.
Ignorando su desprecio, le asió por las axilas y trató de ayudarle a levantarse, pero sólo consiguió tirar de él lo suficiente como para dejarle sentado sobre la cama. Rebeca, por su parte, permanecía quieta, sentada sobre la cabecera, tratando de olvidarse del dolor de la pierna y concentrarse en lo que estaba pasando.
Carlos se sentó al lado de Iván y le puso una mano en el hombro, jadeando por el esfuerzo.
- Escúchame Iván. Has venido aquí a hablar conmigo, así que hazlo.
Él respondió limpiándose la nariz con el dorso de la mano y mirando hacia abajo, convencido de que volvería a ver la sangre en ella, recordándole la inminencia de lo peor, de la negrura definitiva que se avecinaba. Sin embargo, esta vez no la encontró, y a pesar de saber cómo funcionaba aquello, se sintió extrañamente aliviado.
Le dolía tener que confiarse en él. Esa misma mañana, se había atrevido a recriminarle su actitud con María. Nunca le había tenido especial afecto, era cierto, pero esa mañana se había convertido, además, en un hipócrita que le echaba en cara a él su propio fracaso.
Pero también sabía que la quería.
- Tienes que sacar a mi madre de ése sitio…
Carlos quiso desaparecer de la tierra en ese mismo instante. En las últimas horas, había visto a un hombre morir entre las llamas, había sobrevivido a un incendio y le había extraído a Rebeca una bala de la rodilla. Y todo ello sin sacarse de la cabeza a María ni por un maldito instante. Sin dejar de reprocharse, cada segundo, su deslealtad con ella, su infamia. Recordándose, siempre, que ella no se merecía su mediocridad, ni estar atada a alguien que pretende arreglar la historia del mundo.
- Yo no voy a poder.
Las palabras de Iván actuaron como un revulsivo, una llamada de atención. Sabía que Iván intentaba decirle algo, pero no podía entender qué. Fue Rebeca la que alzó la voz desde su rincón, donde había permanecido silenciosa hasta entonces.
- ¿Por qué no vas a poder, Iván? ¿Qué pasa?
Él agachó la cabeza y volvió a perderse entre los flecos de la alfombra. A Rebeca la habían herido. Estaban metidos en algo. Pero al sopesar sus opciones, Iván se dio cuenta de que no tenía nada que perder.
- Me estoy muriendo. Esos cabrones me van a matar…
A Carlos se le heló cada músculo del cuerpo, cada minúscula fibra del hombre valiente que se suponía que era se volatilizó en una fracción de segundo.
- ¿Cómo que te vas a morir? ¿De qué va todo esto?
Cuando Iván empezó a hablar, no paró. Durante hora y media, le relató a Fermín y a Rebeca las muertes de Nacho y Susana, sus descubrimientos en la ermita y los pasadizos, la sangre de Paula en la caja de seguridad, Ottox, Géminis, los Novoa – Pazos. Todo lo que su mente pudo hilar en aquel momento.
Cuando terminó, Carlos ya había entendido que la cuenta atrás que había vivido unos meses antes sólo había sido un ensayo. La verdadera empezaba ahora, y ya había consumido gran parte de su tiempo.
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