¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

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Amistades peligrosas (Capítulo XVIII)



La casa estaba patas arriba. Estaba claro que había habido un serio forcejeo entre Dempsey y esos hombres. Y quien dice forcejeo dice lucha con puños, garras y dientes. El suelo y las paredes estaban salpicados de sangre. María observaba como Carlos analizaba el lugar, reconstruyendo en su mente paso por paso lo que había sucedido hacía apenas unas horas.

Era obvio que el lugar ahora estaba desierto. Se podía haber escuchado el sonido de un alfiler al caer al suelo. Carlos estaba en alerta, sujetaba la pistola firmemente con sus manos frente a él. Se desplazaba con extrema cautela, obligando a María a permanecer a su lado, como si fuese su sombra. Y por muy cabreada que ella estuviese, tampoco se atrevía a desobedecerle. Bastante la había liado ya. Además, tenía demasiado miedo como para quedarse sola. Así que se resignó a seguir sus pasos en silencio. Su única arma era la indiferencia. Bueno, la indiferencia y ese ceño fruncido hermano de esa mirada fulminante.

Carlos por su parte había abandonado cualquier esfuerzo por disculparse. Mientras María siguiese sus instrucciones al pie de la letra, cualquier otro tema de conversación, al parecer, podía esperar. Incluso las constantes miradas de desdén que le enviaba María parecían resbalarle. A ninguno de los dos se les había escapado el hecho de que algo se había roto entre ellos, y esta vez una simple disculpa no iba a ser suficiente para enmendar el daño.

Rastrearon el primer piso de la casa. El destrozo del salón no dejaba duda de dónde había ocurrido la escena más violenta. María intentaba a toda costa que la nausea no se apoderase de ella. Era difícil dadas las imágenes que cada cuarto evocaba. Carlos la enviaba miradas furtivas con trazos de preocupación, pero María prefería hacerse la fuerte y no tener que apoyarse en él para nada.

Llegaron a una puerta entreabierta entre el comedor y la cocina. Carlos la abrió sigilosamente, extendiendo su brazo para que María se quedase quieta contra la pared.

_ Espérame aquí. No te muevas, _ ordenó secamente.

María se apoyó contra la pared cruzada de brazos. Pues vale.

Había unas escaleras que bajaban a un sótano oscuro. Carlos encendió la luz, descendió despacio con la espalda contra la pared, la pistola entre sus manos apuntando al suelo. El vacío que dejó cuando se separó de ella enfureció a María incluso más. Se negaba a depender de él de tal forma, de necesitarle a pesar de lo cabrón que había sido con ella antes.

El silencio que reinaba era pesado, sofocador. Los ojos de María se disparaban hacia la entrada de la cocina, el pasillo, las ventanas. Podrían regresar en cualquier momento, y entonces ¿Qué? Les matarían a los dos.

A los tres, pensó María llevándose la mano al vientre.

El temor que había sentido por su vida incrementó de forma infinita cuando pensó en el bebé. No era justo, joder. No lo era.

Cuando Carlos tardó en subir, decidió bajar a ver qué estaba pasando. Al oír sus pasos, él se plantó al pie de la escalera y la detuvo con un gesto de su mano y una mirada severa.

_ ¡Quédate arriba! _ dijo bruscamente. _ No vengas aquí.

María supo inmediatamente que se trataba de Dempsey. Aunque se había temido lo peor, el chasquido que sintió su corazón la dejó clavada en el sitio.

_ ¡Te he dicho que esperes arriba, joder! _ gruñó Carlos tan pálido o más que ella.

María obedeció sin rechistar. Ahora no era el momento de hacerse la rebelde, y obviamente él no estaba para coñas. No se dio cuenta de las lágrimas que caían por sus mejillas hasta que llegó arriba. Se desplomó con un sollozo junto a la puerta, cansada de huir, harta de ese juego macabro.

Carlos apareció por la puerta unos minutos después con un brusco “vámonos de aquí”, y ella se secó la cara con el reverso de su mano apresurándose tras él.

_ ¿A dónde vamos? _ preguntó con tono desapacible. Como era de suponer, no recibió respuesta alguna. Habían salido de la casa y se dirigían a paso acelerado hacia la zona de vehículos. María seguía a Carlos casi corriendo. _ Oye, te he hecho una pregunta.

Parado junto a una de las motos, Carlos sacó dos cascos de debajo del asiento introduciendo la mochila en su lugar. Fue entonces cuando María se dio cuenta de lo irritados que estaban sus ojos. O no había dormido nada en toda la noche, o estaba haciendo todo lo posible por no llorar. María apostaba por lo segundo. Esa burbuja de odio que llevaba protegiendo toda la mañana explotó. Todavía seguía enfadada con él, furiosa por lo ocurrido en el cobertizo, pero no podía soportar verle sufrir así.

_ ¿Vamos a ir en moto? _ preguntó con suavidad, indicándole con su voz que las cosas se habían calmado un poco.

_ Es la forma más discreta, _ respondió él en voz baja ofreciéndola uno de los cascos. Las llaves, por fortuna, estaban en el contacto. _ Cualquiera de estos coches llamaría demasiado la atención.

Su voz había recuperado esa sequedad de hacía unos días. Así que esa barrera se había vuelto a enderezar, pensó María. Y por mucho que le hubiese gustado utilizar la conversación de esta mañana para traerla abajo, no tuvo ni las ganas ni la energía para discutir con él en ese preciso momento. Cogió el casco con un suspiro y se montó en la Kawasaki Ninja a sus espaldas.

Viajaron por una carretera poco frecuentada que serpenteaba a través de la campiña inglesa. Se notaba a la legua que no era la primera vez que Carlos conducía ese tipo de moto. La manejaba con demasiada naturalidad, como si la máquina fuese una extensión de su propio cuerpo. María se aferraba a él, el casco apoyado sobre su espalda. Sentía como sus músculos se tensaban y destensaban con cada curva de la carretera. Se le hacía difícil ignorar la forma en que su propio cuerpo respondía a los movimientos de él, regido por unas reglas totalmente opuestas a las de su cerebro.

Hacía una mañana preciosa, aunque ya se podían discernir unas nubes oscuras en el horizonte, y con ellas, la promesa de otra tormenta de verano. El sol y el viento se peleaban por acariciar su piel. Parecía mentira que el horror que acababan de presenciar pudiese haber ocurrido en un día como ése. Todo parecía en orden mientras viajaban por ese camino angosto, y sin embargo…

El rugido de la moto era como un narcótico. María luchaba por no quedarse dormida contra la espalda de Carlos. No había dormido casi nada y sus párpados pesaban como el plomo. Agotada, cerró los ojos durante un par de segundos. Los volvió a abrir alarmada cuando sintió el brazo de Carlos aferrándose a su muslo, frenando su caída mientras disminuía la velocidad.

Joder, había estado a punto de caerse de la moto. Casi había conseguido que Carlos perdiese el equilibrio intentando sujetarla. Podrían haberse matado. La moto se detuvo en la cuneta.

_ ¿Estás bien? _ preguntó él girando la cabeza para que ella pudiese oírle a través del casco.

_ Sí, s—sí, _ contestó ella intentando no temblar del susto.

Él no parecía creerla del todo. Enderezó la espalda y apagó el motor, equilibrando la moto entre sus piernas.

_ ¡Te he dicho que estoy bien! _ insistió María molesta.

_ ¡Ya te he oído, joder!

De pronto, se le ocurrió a María que quizás no había parado por ella. A lo mejor era él quien necesitaba un descanso. Después de unos segundos paralizado sin decir nada, a María le picó la curiosidad.

_ ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Carlos permanecía inmóvil, su cara cubierta por el visor del casco. Quizás no hubiese oído la pregunta, María estuvo a punto de repetirla cuando vio como él negaba lentamente con la cabeza. Ella se dio cuenta de pronto de lo acelerada que era su respiración, podía sentir el fuerte latido de su corazón a través de la mano que reposaba en su costado. Fue entonces cuando María se preocupó en serio. Algo le pasaba.

Hizo intento de desmontarse de la moto, pero él la detuvo sujetándola del brazo e impidiendo que se moviese de donde estaba. Dejando escapar un profundo suspiro, Carlos arrancó la moto de nuevo apoyando el peso de su cuerpo sobre su pierna derecha con un energético movimiento.

No tardaron mucho en llegar a su destino. Un mediocre motel de carretera como los tantos otros que habían frecuentado desde que salieron del internado. Para el mediodía esas nubes oscuras se habían precipitado sobre ellos. María no estaba segura si habían terminado en ese lugar de forma calculada, si era por la lluvia o por la innegable necesidad de descansar un poco en el primer sitio decente. A lo mejor era un poco de todo.

No habían cruzado palabra desde que pararon en la cuneta. Una vez en la habitación María puso la televisión para poder evitarle más fácilmente. Puede que no se enterase de nada, pero por lo menos el silencio no sería tan agobiante con el ruido de fondo. Él la arrebató el mando bruscamente de las manos y apagó la tele, arrojando el aparato sobre la cama, lejos de los dos.

_ María, mírame, _ demandó con voz suave pero firme.

María se cruzo de brazos, girando su cabeza hacia el otro lado tercamente. Carlos se arrodilló frente a ella, cogió su barbilla entre el índice y el pulgar y con un gentil movimiento la obligó a mirarle a los ojos.

_ Odio hacerte daño, ¿me oyes? _ susurró, deslizando su mano abierta hacia su mejilla, acariciándola con el pulgar como lo había hecho tantas veces antes. _ Mi reacción esta mañana. . . Sé que a veces puedo ser algo. . .

_ Gilipollas, _ dijo ella medio en broma, sus defensas tiritando. ¿Cómo conseguía desarmarla de esa forma una y otra vez?

Él la otorgó una sonrisa amarga. _ Iba a decir “brusco”, pero vale, puedo ser algo gilipollas también.

_ No pienso abortar, _ dijo ella con firme convicción. _ Ni darlo en adopción, ni venderlo al mejor postor, ni separarme—

_ ¿Abortar? ¿Adopción? _ interrumpió él frunciendo el ceño. _ Pero, ¿de qué estas hablando?

María dejó escapar un profundo suspiro. _ Sé que no quieres saber nada de este bebé. Lo dejaste bien claro esta mañana. No hace falta que disimules ahora.

Esos ojos tan expresivos la miraban con tal cariño que terminaron de desbaratar su tozudez por completo.

_ Tengo que enseñarte algo.

Se incorporó con dificultad, y María le vio sacar un gran sobre amarillo de la mochila. Cuando se sentó junto a ella en la cama, titubeó un momento antes de extraer un expediente con documentos y fotos. Ella reconoció el símbolo impreso en el archivo de inmediato.

_ El Proyecto Géminis, _ murmuró, su tono confuso. ¿A qué venía esto ahora? _ ¿De dónde lo has sacado?

Carlos ignoró la pregunta. En realidad eso no era importante. Y era obvio que tenía cosas mucho más gordas en su mente. La entregó unas cuantas fotografías. Eran espeluznantes. Horribles imágenes de fetos y embriones dentro de frascos de cristal. La mayoría con defectos bastante evidentes. Todos los frascos tenían una etiqueta con el mismo número: 23237.

_ ¿Qué es esto? _ preguntó María con un hilo de voz.

_ Son experimentos genéticos fracasados, _ contestó Carlos despacio. _ Esas fotografías muestran una serie de intentos fallidos de clonación. Ese número que ves. . . Ese fue el número que le asignaron a mi padre.

María levantó la cabeza para mirarle. Todavía no sabía a dónde quería llegar con esto.

_ Mis padres intentaron engendrar durante años, _ susurró Carlos, su mirada bailaba nerviosa sobre la alfombra. _ Después de una serie de abortos dejaron de intentarlo.

_ ¿Por qué me estas contando esto ahora? _ preguntó María sintiendo un nudo en el estómago.

_ Los experimentos a los cuales mi padre fue sometido de niño dejaron secuelas. Todos esos abortos fueron de fetos con severas deformidades genéticas. Mi madre nunca llegó a dar a luz un bebé con vida. Yo. . . Yo fui, digamos, una especie de milagro.

_ ¿Qué estas intentando decir?

Carlos agachó la cabeza. Parecía incapaz de mirarla a los ojos. _ Puede que yo comparta ciertos rasgos genéticos con mi padre. Puede ser que este bebé, _ paró, suspiró. _ Nuestro bebé, puede que no sobreviva el embarazo.

María tragó un par de veces. Este embarazo ya le había ocasionado sorpresa, ilusión, ternura, miedo, y ahora, después de esta noticia, tenía que enfrentarse a otra ola de sentimientos abrumadores e indescriptibles. Estudiando las fotografías de nuevo, se negó a pensar que el bebé que estaba creciendo dentro de ella pudiese terminar así.

_ Lo siento, _ susurró Carlos buscando su mirada. _ Lo único que he querido siempre es hacerte feliz. Cuando averigüé que mi padre había sido parte de este proyecto. . . Cuando me di cuenta de las consecuencias. . . ¡Joder! Intenté no acercarme a ti. Traté de que me odiaras, de que te alejaras lo más posible. Temía. . . Temía no poder. . .

Carlos no pudo acabar esa frase. Su mirada estaba clavada en un punto del edredón, tan lejos y a la vez tan cerca de ella. Y, como si el remolino de incertidumbre que le rodeaba hubiese parado en seco, María vio como todas las piezas del rompecabezas caían en su sitio de golpe.

María, me voy del internado. . .

Tú eres una chica normal. . .

¡A lo mejor no quiero que sepas nada de mí!

Tú te mereces algo mejor que yo. . .

Si sólo supieras. . .

La llaga de ese mundo hecho añicos era profunda. Con el alma entumecida, María dejó caer una mano sobre su pecho, sintiendo el latido de su propio corazón acelerado.

_ Te he jodido la vida, María, _ dijo Carlos luchando contra un torbellino de emociones.

_ No digas eso, _ se apresuró a decir ella. Le ofreció una aguada sonrisa. _ Yo nunca he sido tan feliz. ¿Acaso no se daba cuenta de que nunca podría alejarse de él? _ Carlos. . . te quiero.

Carlos soltó una amarga carcajada. Sorprendida por su reacción, María le miró inquisitivamente.

_ Has tardado siete meses en soltar ese “te quiero” en voz alta. Y hoy ya me lo has dicho dos veces.

María puso sus manos sobre cada mejilla, áspera ya por no haberse afeitado. Le besó los labios con una ternura infinita. Hubiese dado cualquier cosa por vaciar esos ojos verdes de la tristeza que veía en ellos. Se tuvo que conformar con abrazarle, consolarle.

_ Un día de estos vamos a comprar un piso con una terraza enorme al borde de mar, y vamos a llevar a Carlos junior a la playa todos los días, _ dijo ella acunando su cabeza mientras sus dedos jugueteaban con ese pelo castaño tan revoltoso. _ Ya os puedo ver jugando, haciendo el bruto. . .

Carlos ronroneó algo ininteligible, dejando que ella hiciese de él lo que quisiese. _ ¿Y si es niña?

_ ¡Uf! No quiero ni pensar las broncas que vas a tener con los chavales del barrio cuando sea adolescente.

_ Si sale a ti, desde luego, _ dijo él con una sonrisa risueña. Se quedó serio durante un buen rato. María seguía acariciándole el pelo, pensó que quizás se había quedado dormido. Pero cuando volvió a hablar lo hizo con un tono mucho más grave. _ Nunca llegarás a saber lo mucho que te quiero ¿sabes?

_ Puedes demostrármelo durante un rato, si quieres, _ dijo ella con una pícara sonrisa, y arrancando otra carcajada de él.

_ Creo que lo que voy a hacer es dejarte dormir un rato. Necesitas descansar. Tienes mala cara, _ dijo Carlos dándole un breve beso en los labios. Cuando intentó levantarse de la cama, ella le sujetó el brazo.

_ Acuéstate a mi lado.

Él la miró con cara escéptica, como diciendo “si me acuesto a tu lado lo último que vamos a hacer es dormir”. Aun así María se negaba a soltar su brazo, con ojos suplicantes, añadió: _ No quiero tener otra pesadilla.

No tuvo que decir más. Carlos dejó que se metiese bajo las sábanas y se acostó a su lado, colocando una mano protectora sobre su vientre. Los ojos de María se cerraron casi de inmediato. Estaba a salvo. Él nunca dejaría que les pasase nada ni a ella, ni al bebé. Envuelta en una tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo, se dejó llevar por el cansancio.

_ ¿Nos vamos a quedar aquí mucho tiempo? _ preguntó ya casi dormida.

_ No. Nos vamos mañana temprano.

_ ¿Dónde?

Estaba claro que no estaban a salvo en ningún sitio. Les iban pisando los talones y hasta el momento había sido imposible eludirles. Furiosos truenos ya resonaban a lo lejos. Carlos suspiró.

_ Regresamos a España. Al internado.

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