Iván se pasaba las manos por el pelo y las mejillas, aterrorizado. María saltó como un resorte de la cama y se lanzó sobre su hijo, cogiéndole la cara entre las manos y guiándole hasta la cama, para que se sentara, mientras luchaba por tratar el temblor de sus propias piernas.
- Joder, joder, joder, joder…
- ¡Cállate!
El grito de Fermín les congeló a ambos. Un grito seco, autoritario, exigente. María le dirigió una mirada llena de lágrimas, con un deje de odio, remitiéndole a todos los momentos en que él no la había tratado como estaba llamado a hacerlo.
Carlos respiró hondo y se agachó delante de ellos, dejando caer su mano derecha sobre la rodilla de Iván.
- Escúchame Iván. Tienes que irte de aquí y no decirle nada a nadie, no pasa nada.
Pero Iván no parecía escuchar. Musitaba sin parar, pero no salía ningún sonido de su boca, y su mirada se desviaba de un rincón a otro, incapaz de centrarse en nada.
Fermín le llevó una mano a la mejilla y le dio un par de bofetadas suaves, con la palma abierta, como quien reanima a alguien que ha perdido el conocimiento. La agarró entonces por la cara y le obligó a mirarle.
- Mírame, mírame. Lárgate ahora mismo, métete en tu habitación y mañana vete a clase como si no pasara nada. Nadie va a sospechar de ti, ¿me oyes? Esa gente es de los míos, y yo me voy a ocupar de todo…
- ¿De qué coño te vas a ocupar tú? ¿Piensas ir a la cárcel por mí?
- Si hace falta sí…
La respuesta les congeló. A los tres. Carlos no se había imaginado nunca que esa frase saldría de su boca y, mucho menos, que lo haría con esa convicción. Notó como la piel de Iván, entre sus manos, se enfriaba de repente. María ni siquiera fue capaz de llorar ante la visión de los dos hombres de su vida haciendo equilibrismo sobre la cuerda floja. Un minuto después, Iván salió de la habitación sin decir una palabra más. Fue la última vez que estuvieron juntos…
- Joder, joder, joder, joder…
- ¡Cállate!
El grito de Fermín les congeló a ambos. Un grito seco, autoritario, exigente. María le dirigió una mirada llena de lágrimas, con un deje de odio, remitiéndole a todos los momentos en que él no la había tratado como estaba llamado a hacerlo.
Carlos respiró hondo y se agachó delante de ellos, dejando caer su mano derecha sobre la rodilla de Iván.
- Escúchame Iván. Tienes que irte de aquí y no decirle nada a nadie, no pasa nada.
Pero Iván no parecía escuchar. Musitaba sin parar, pero no salía ningún sonido de su boca, y su mirada se desviaba de un rincón a otro, incapaz de centrarse en nada.
Fermín le llevó una mano a la mejilla y le dio un par de bofetadas suaves, con la palma abierta, como quien reanima a alguien que ha perdido el conocimiento. La agarró entonces por la cara y le obligó a mirarle.
- Mírame, mírame. Lárgate ahora mismo, métete en tu habitación y mañana vete a clase como si no pasara nada. Nadie va a sospechar de ti, ¿me oyes? Esa gente es de los míos, y yo me voy a ocupar de todo…
- ¿De qué coño te vas a ocupar tú? ¿Piensas ir a la cárcel por mí?
- Si hace falta sí…
La respuesta les congeló. A los tres. Carlos no se había imaginado nunca que esa frase saldría de su boca y, mucho menos, que lo haría con esa convicción. Notó como la piel de Iván, entre sus manos, se enfriaba de repente. María ni siquiera fue capaz de llorar ante la visión de los dos hombres de su vida haciendo equilibrismo sobre la cuerda floja. Un minuto después, Iván salió de la habitación sin decir una palabra más. Fue la última vez que estuvieron juntos…
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