- Aquí tiene sus pertenencias. ¿No pregunta si ha venido alguien a recogerle? Todo sinvergüenza tiene su apoyo.- ahondó en la herida el alguacil.- El juez ha dejado esto para usted, no se crea que se va a librar tan fácilmente. Una citación por robo y como añadido del pastel sorpresa otras causas por asesinato, vamos, que está hecho usted un angelito. No olvide que no puede cambiar de residencia hasta el juicio.
- ¡Cierre la bocaza! Igual le denuncio yo a usted por no traerme a un médico. Podía haber muerto de una infección.
- ¿Y creé que a alguien le habría importado? Más le vale que aparezca el huevo de fabergé.- pero sus ojos dieron muestras de titubeo o quizás es que pensase que él también podía ganarse una querella y no siguió lo que había comenzado.
La vía se encontraba completamente desierta cuando salió. El sol se estaba poniendo y hacía fresco, aunque por el ambiente se notaba un cambio en el tiempo para bien. El silencio le incomodaba pero no dejó que fuera hiriente como en otras ocasiones. Sentía la necesidad de abrazar cualquier cosa, aquel sol, o la farola, o a Saúl niño vestido en su pijama aunque fuese materialmente imposible pero somos tan hipócritas que solo sucede cuando uno está en el punto álgido de una situación extremadamente delicada.
Un remolino se levantó y movió varias hojas de periódico que descansaban sobre el pavimento.
- “Insigne despedida a nuestro ilustre ciudadano Joaquín Fernández”- rezaba el titular.
Curioso municipio, no medir con la misma vara a dos asesinos, dos lobos creados por una causa distinta, Joaquín por principios, él por venganza. Muchas de las personas que le mirarían con desprecio habrían hecho lo mismo de haberse visto en la situación y luego se habrían dicho como él a si mismo vuelve atrás y no dispares ese gatillo. Porque la evocación más alejada no conocía la existencia de Sara y a partir de ahora la añoraría cada minuto. Pero sobre todo porque despreciaba lo hecho y en lo que podía convertirlo. Uno ve las cosas tan claras dentro y cuando las expulsa para fuera tan solo tiene un breve instante para convertirlas en palabras o hechos y puede arrepentirse de lo dicho o hecho. ¿Así cómo podría habérselo explicado a ella?
El aire había movido las hojas del diario y tan solo quedaba una pequeña cuartilla. David la cogió y la arrugó con ira reprimida, pero momentáneamente vio una foto. No supo decir qué fue pero quizás como un minúsculo flechazo observó el pasillo de aquel local confortable y pequeño y supo que quería estar allí, aunque sin Sara no tuviese sentido. En venta y con un pequeño número de teléfono a cargo del dueño, que se trataba de un anciano hastiado por lo que se deducía del mensaje, quería desprenderse de él porque ninguno de sus dos hijos había heredado su gusto por las obras de arte y las antigüedades.
-¡Obras de arte!- y no fue hasta un poco después que David notó que lo había dicho en voz alta. Primero debería pasar el trago más duro con el juicio. Y recordó las palabras de “todo sinvergüenza…”
David volvió a la comisaría y preguntó…
- ¿Quién ha pagado?
- ¿Todavía sigue aquí? El hombre que vino a visitarle el otro día.- le informó el otro.
Pero Saúl aún no había terminado su misión allí, él no podía hacer nada por el juicio pero aprovechando como rezaban las notas que Joaquín había decidido marcharse con toda la pompa que le caracterizaba decidió no perderse la marcha presidida por un cortejo, en la que Fernández viajando en un coche dejando la ciudad como el máximo benefactor de ella recibió un saludo de Pérez Sabán que dejó en estado de incógnita a Joaquín. En él iba con Alicia Campos, al fin su prometida, una mujer de indudable belleza que no descubrió jamás su tiranía porque ella la poseía aún más que él. Saúl entre la multitud movió la mano esperando darle en tiempos venideros la lección que merecía, pero otra vez llegó con retraso y nunca se lo perdonó.
- ¡Cierre la bocaza! Igual le denuncio yo a usted por no traerme a un médico. Podía haber muerto de una infección.
- ¿Y creé que a alguien le habría importado? Más le vale que aparezca el huevo de fabergé.- pero sus ojos dieron muestras de titubeo o quizás es que pensase que él también podía ganarse una querella y no siguió lo que había comenzado.
La vía se encontraba completamente desierta cuando salió. El sol se estaba poniendo y hacía fresco, aunque por el ambiente se notaba un cambio en el tiempo para bien. El silencio le incomodaba pero no dejó que fuera hiriente como en otras ocasiones. Sentía la necesidad de abrazar cualquier cosa, aquel sol, o la farola, o a Saúl niño vestido en su pijama aunque fuese materialmente imposible pero somos tan hipócritas que solo sucede cuando uno está en el punto álgido de una situación extremadamente delicada.
Un remolino se levantó y movió varias hojas de periódico que descansaban sobre el pavimento.
- “Insigne despedida a nuestro ilustre ciudadano Joaquín Fernández”- rezaba el titular.
Curioso municipio, no medir con la misma vara a dos asesinos, dos lobos creados por una causa distinta, Joaquín por principios, él por venganza. Muchas de las personas que le mirarían con desprecio habrían hecho lo mismo de haberse visto en la situación y luego se habrían dicho como él a si mismo vuelve atrás y no dispares ese gatillo. Porque la evocación más alejada no conocía la existencia de Sara y a partir de ahora la añoraría cada minuto. Pero sobre todo porque despreciaba lo hecho y en lo que podía convertirlo. Uno ve las cosas tan claras dentro y cuando las expulsa para fuera tan solo tiene un breve instante para convertirlas en palabras o hechos y puede arrepentirse de lo dicho o hecho. ¿Así cómo podría habérselo explicado a ella?
El aire había movido las hojas del diario y tan solo quedaba una pequeña cuartilla. David la cogió y la arrugó con ira reprimida, pero momentáneamente vio una foto. No supo decir qué fue pero quizás como un minúsculo flechazo observó el pasillo de aquel local confortable y pequeño y supo que quería estar allí, aunque sin Sara no tuviese sentido. En venta y con un pequeño número de teléfono a cargo del dueño, que se trataba de un anciano hastiado por lo que se deducía del mensaje, quería desprenderse de él porque ninguno de sus dos hijos había heredado su gusto por las obras de arte y las antigüedades.
-¡Obras de arte!- y no fue hasta un poco después que David notó que lo había dicho en voz alta. Primero debería pasar el trago más duro con el juicio. Y recordó las palabras de “todo sinvergüenza…”
David volvió a la comisaría y preguntó…
- ¿Quién ha pagado?
- ¿Todavía sigue aquí? El hombre que vino a visitarle el otro día.- le informó el otro.
Pero Saúl aún no había terminado su misión allí, él no podía hacer nada por el juicio pero aprovechando como rezaban las notas que Joaquín había decidido marcharse con toda la pompa que le caracterizaba decidió no perderse la marcha presidida por un cortejo, en la que Fernández viajando en un coche dejando la ciudad como el máximo benefactor de ella recibió un saludo de Pérez Sabán que dejó en estado de incógnita a Joaquín. En él iba con Alicia Campos, al fin su prometida, una mujer de indudable belleza que no descubrió jamás su tiranía porque ella la poseía aún más que él. Saúl entre la multitud movió la mano esperando darle en tiempos venideros la lección que merecía, pero otra vez llegó con retraso y nunca se lo perdonó.
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