- No me digas lo bueno que soy porque sabes que es mentira. Si he decidido casarme así es porque no aspiro a que nadie me ame, por lo que hice. La ignorancia hacia mí que me rodea me hace feliz- dijo mientras se disponía a encender las ascuas de la lumbre.
- Se juzga usted con demasiada severidad. Parece que lleva en su ánimo el día que hace. ¿Qué tal la muchacha? – David terminó de quitarse el abrigo y se sentó.
- Tiene todas las cualidades de las que yo no me podría enamorar- le informó- pero ahora mismo este es un verbo que queda muy grande para alguien que sea candidata a que me quiera. Mi pasado es mi carta de presentación, y no hay peor juez. No te apures por mí, Francisca, seré un hombre que forme familia pero no enamorado aunque pensándolo bien ¿qué mayor desgracia puede haber que esa?
- Uno que esté enamorado de quien no le corresponda, David. Aunque la que usted quiere llevar sobre los hombros no está mal tampoco. Todavía no entiendo por qué busca lo que no le hace falta. Quiere encadenarse antes de que le muestren las esposas. Quédese soltero.
- Todos los hombres de mi familia han estado condenados a fracasar en el amor.- le dijo tocándose nerviosamente las manos.- No quiero ser víctima de mi destino. Si estoy al lado de quien no he robado el sueño no tendré que preocuparme porque lo recupere. Aún así me siento culpable por mi mentira. No tengo dinero, solo poseo de valor lo que tú ya sabes. Y voy a tener que entregárselo a ella. He vendido mi alma por mi futuro.
- No sé como no explota de tanto pensar. Salga un rato.
- Sabes que no me gusta ver llover. ¿Recuerdas aquel día, verdad? No paraba de hacerlo.
- Debería usted olvidar eso.
- Olvidar es aquello que cuando se desea hacer no se consigue. Mi madre...- Miró a Francisca meditabunda y ladeó una sonrisa. Los ojos de ella se aclararon.- Lo siento, le estoy dando la conversación.
- Sí, me hablado de ella miles de veces David.
- Quiero que lo envíen por correo, voy a regalárselo a Eva Errera.
- Podría regalarle otra cosa, las chicas son fáciles de impresionar. Una diadema, un anillo, una pulsera…
Sí, Francisca tenía razón. Pero David no quería nada de aquello. Cuanto más cercano mejor, como si se desprendiese de las telarañas que le obligaban a envejecer antes de tiempo.
- Tráigame eso. Y no me hará cambiar de opinión
- Usted ha hecho cosas horribles, David. Si su madre estuviese aquí le horrorizaría saber de muchas, pero la peor de todas es esta, traicionar a su corazón. No se preocupe, tendrá el huevo de fabergé como ha pedido.- y cerró de un portazo dejando tras de si la huella de su desprecio.
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