Nunca lo imaginé así.
Siempre pensé que la vida me concedería en el último momento lo que no me había dado nunca. Soñaba con una muerte rápida, efectiva, indolora. Me gustaba imaginar una bala, el chasquido, la explosión, un segundo para arañar la carne y después el vacío, la oscuridad.
Debería haber aprendido ya que en esta vida nunca, jamás, las cosas ocurren como se sueñan.
Lo peor no es el dolor, insoportable, que se ha ido abriendo paso a través de mis músculos, que impide que mis piernas se sostengan y que mis manos respondan.
Lo peor no es el frío ni este intratable temblor.
Lo peor es no querer que termine. Porque si acaba el dolor, estaré muerto.
Si me hubieran dicho hace sólo unos meses que me resistiría a dejar este mundo, me habría reído, adoptando esa pose de tipo duro que tan ensayada tengo.
Eres patético, Carlos, absolutamente patético.
El tipo que cumple su misión sin preguntar, que no piensa si está bien o mal, que se mueve por impulsos, al que nada hacía tambalear…
Debo de tener una estampa indigna. Muriéndome mientras lucho por sostener el teléfono en las manos y oír su voz.
¿No dicen que en este último momento es cuando pasan por delante de tus ojos todos los momentos importantes de tu vida?
Yo no veo nada. Pero oigo. Oigo los mejores momentos de mi vida resonando dentro de mi cabeza, acunando mi dolor.
No quiero alejarme de ti.
Ya no sé si creerte.
Sí lo sabes.
Me enamoré de ti.
Estás loco.
¿Dónde has estado?
Oigo su voz en mi oído, sin palabras, temblorosa; el rozar de su cuerpo contra mis sábanas y mi cuerpo; la oigo respirar mientras duerme, reír mientras se burla de mis artes en la cocina; la oigo llegar por detrás y agarrarse a mí mientras me regala una caricia furtiva.
Y no es suficiente.
Quiero mecerme ahí, en su voz, mientras este dolor se atenúa.
- ¿Quién es?
Dios Mío, estoy sonriendo. Gracias María. Mil gracias. Ni te imaginas todo lo que me has enseñado…
Siempre pensé que la vida me concedería en el último momento lo que no me había dado nunca. Soñaba con una muerte rápida, efectiva, indolora. Me gustaba imaginar una bala, el chasquido, la explosión, un segundo para arañar la carne y después el vacío, la oscuridad.
Debería haber aprendido ya que en esta vida nunca, jamás, las cosas ocurren como se sueñan.
Lo peor no es el dolor, insoportable, que se ha ido abriendo paso a través de mis músculos, que impide que mis piernas se sostengan y que mis manos respondan.
Lo peor no es el frío ni este intratable temblor.
Lo peor es no querer que termine. Porque si acaba el dolor, estaré muerto.
Si me hubieran dicho hace sólo unos meses que me resistiría a dejar este mundo, me habría reído, adoptando esa pose de tipo duro que tan ensayada tengo.
Eres patético, Carlos, absolutamente patético.
El tipo que cumple su misión sin preguntar, que no piensa si está bien o mal, que se mueve por impulsos, al que nada hacía tambalear…
Debo de tener una estampa indigna. Muriéndome mientras lucho por sostener el teléfono en las manos y oír su voz.
¿No dicen que en este último momento es cuando pasan por delante de tus ojos todos los momentos importantes de tu vida?
Yo no veo nada. Pero oigo. Oigo los mejores momentos de mi vida resonando dentro de mi cabeza, acunando mi dolor.
No quiero alejarme de ti.
Ya no sé si creerte.
Sí lo sabes.
Me enamoré de ti.
Estás loco.
¿Dónde has estado?
Oigo su voz en mi oído, sin palabras, temblorosa; el rozar de su cuerpo contra mis sábanas y mi cuerpo; la oigo respirar mientras duerme, reír mientras se burla de mis artes en la cocina; la oigo llegar por detrás y agarrarse a mí mientras me regala una caricia furtiva.
Y no es suficiente.
Quiero mecerme ahí, en su voz, mientras este dolor se atenúa.
- ¿Quién es?
Dios Mío, estoy sonriendo. Gracias María. Mil gracias. Ni te imaginas todo lo que me has enseñado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario