Amistades peligrosas (Capítulo IV)

María pasó la tarde sentada en la sala, hablando con Gloria, intentando aprender algo, lo que fuese, sobre Fermín. Su vida era como una de esas muñecas rusas. Abres una y encuentras otra, y después otra. Y cuando crees que ya no queda ninguna mas, aparece la siguiente, misteriosa y seductiva.

Gloria tenía cientos de recuerdos de su niñez. María escuchaba, fascinada, todas las historias que su anfitriona le iba contando. La mayoría eran anécdotas graciosas de un crío revoltoso. De una vieja caja de lata, la mujer había sacado docenas de fotografías.

_ ¿Fer— Carlos vivió aquí de pequeño? _ preguntó María estudiando la imagen de un joven Fermín sentado en un banco al lado de una niña.

_ Durante unos meses, _ respondió Gloria. _ Nunca se quedó mucho tiempo en un mismo sitio. Después de la muerte de su padre. . . ¿Te ha contado él lo que pasó?

María asintió, tragó en seco. _ Me dijo que alguien entró a su tienda y lo asesinó en un atraco.

La cara de Gloria mostraba una tristeza visible, pero mezclada con esa tristeza había algo más. Algo que María no pudo descifrar.

_ Sí. Fue algo que él nunca pudo superar, _ dijo la mujer, sus ojos fijos en la foto. _ ¿Cómo puede un niño de diez años olvidar la muerte de su padre tras haber sido testigo de algo tan horrible?

El corazón de María se encogió. El nudo que se había formado en su garganta impidió que pudiese articular palabra.

_ Carlos vino a vivir con nosotros, _ suspiró Gloria, sumida en un recuerdo agridulce. _ Su madre no estaba en condiciones de ocuparse de él, y no tenía a nadie más.

_ ¿Es usted familia?

_ Algo así, _ contestó la mujer tras una larga pausa.

_ ¿Y esta niña quien es?

_ Es mi hija, Aurora.

María sintió como su estómago le daba un vuelco.

_ ¿Dónde esta ella ahora?

_ No lo sé. Hace años que no hablamos.

_ Lo siento, _ dijo María bajando la mirada. Lo último que quería era entrometerse en los asuntos familiares de su anfitriona.

_ Carlos es un buen chico. La vida no le ha tratado bien. Ten paciencia con él.

María continuó mirando fotos con morbosa curiosidad. Fermín había pasado de ser un niño adorable a un adolescente con extraña pinta de macarrilla. Desde luego había mejorado con la edad. María se detuvo en una foto en particular. No era de Fermín. Era de un niño desnutrido contra un fondo de azulejos blancos. Dándole la vuelta vio el mismo símbolo que había visto en una foto similar que había encontrado en la habitación de Fermín. María se acordó de la furia con la cual Fermín le había arrebatado esa foto de las manos, como le había acribillado tan violenta reacción. Ese fue el momento en que ella se dio cuenta que le estaba perdiendo.

_ ¿Quién es ese niño? _ preguntó María casi sin aliento.

Pero antes de que Gloria pudiese responder, Fermín entró por la puerta.

_ Perdonad el retraso, _ dijo devolviéndole las llaves a Gloria. Y, al percibir el extraño silencio que entre ellas, añadió: _ ¿He interrumpido algo?

Sus ojos aterrizaron en la foto que María tenia en sus manos, y su rostro perdió todo el color. Con manos temblorosas cogió la foto y miró a Gloria gritando la pregunta sin decir palabra.

_ Has reconocido el símbolo.

Fue una declaración, no una pregunta.

Fermín se sentó junto a María. La tensión emanaba de su cuerpo a horcajadas. Gloria se acercó a él, y le puso la mano en la mejilla.

_ Creo que es hora de que te cuente algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo.