Las doce. La mala hora. El sonido que te recuerda que ya deberías estar dormida para no vivir el acecho de las sombras, que se desprenden de sus rincones y reptan hacia tu cabeza. La hora en la que los cuentos de niños se tornan adultos, y Cenicienta ha de abandonar el baile y volver a casa, sin tiempo siquiera de despedirse.
Me pregunto por qué parecen atemorizarla más las campanas que las ausencias, las minas y los virus. Y entiendo que ella sabe que suenan a muerte, que no es más que la ausencia eterna. Por eso se lleva una mano al vientre, como buscando el calor que se quedó debido, suspendido en el aire sin llegar nunca a su destino.
Quiere darse la vuelta y tratar de recomponerse. Recoger su camisa blanca, que se quedó olvidada en un rincón del cuarto, buscar en el cuello las manchas de su propio carmín, intoxicarse con su olor y dejar que se nuble el yo consciente. Pasar el tiempo.
Pero su mente juega a torturarla, y se imagina a sí misma echando a correr, saltando por la ventana que la ilumina desde el fondo del pasillo. Sabe, con férrea certeza, que de hacerlo, caería con suavidad en sus brazos, sin herirse, sin gritar, sin tiempo a sentir miedo. Porque él siempre está para protegerla, él le ha inculcado la negación del pánico, le ha enseñado que todo irá siempre bien.
Y cuanto más lo piensa, más pequeña se va haciendo, instalada en la cómoda cobardía del que espera. Sin saber, como todos lo hacemos, que ella es la más valiente, porque no ha tenido miedo a lanzarse al vacío del que ama sin deber hacerlo. Ella sabe que podría haber elegido un amor de invernadero pero prefirió salir a la lluvia. Aún ahora, con el barro hasta el cuello, no es consciente de que fue aguerrida e inconsciente, no entiende su mérito porque se ha limitado, únicamente, a amar.
Sabe que él no va a volver. Lo sabe. Sin más. Quiere imaginar que es su mente, el arma más mortífera que ella creó para destruirse a sí misma, quien intenta hacerle pensar así. Pero no es la cabeza quien se lo dice. Son las campanas. Las doce.
Congelada en mitad del pasillo, llora sobre los pétalos de rosa que se han quedado olvidados sobre la tela blanca de su vestido, y aprieta fuerte el puño para sentir doce veces ese anillo entre sus dedos. Una voz que le habla desde muy lejos le pregunta si quiere que Fermín sea su marido, y mientras las lágrimas le cierran la garganta, murmura dos palabras, “mi marido”, que le sacuden las entrañas. Sonríe y musita, ruega a quien la escuche que vuelva. Por favor, que vuelva.
2 comentarios:
Chiqui, nena!! Menuda OBRA DE ARTE que te ha salido. Me has dejado boquiabierta y se me han escapado un par de lagrimillas! Es una preciosidad de relato.
He intentado destacar las frases que mas me han gustado, pero es que hay tantas!!! Creo que me quedo con estas tres:
1) Por eso se lleva una mano al vientre, como buscando el calor que se quedó debido, suspendido en el aire sin llegar nunca a su destino. Porque es, francamente, desgarradora.
2) Ella sabe que podría haber elegido un amor de invernadero pero prefirió salir a la lluvia. Aún ahora, con el barro hasta el cuello, no es consciente de que fue aguerrida e inconsciente, no entiende su mérito porque se ha limitado, únicamente, a amar. Increible como has conseguido plasmar esa angustia y esa impotencia.
3) Sabe que él no va a volver. Lo sabe. Sin más. Quiere imaginar que es su mente, el arma más mortífera que ella creó para destruirse a sí misma, quien intenta hacerle pensar así. Pero no es la cabeza quien se lo dice. Son las campanas. Las doce. Aqui ya me tienes llorando a moco tendido. No puede ser!! Noooooooo!!!! Me niegooooooo!!!!!
Enhorabuena por otro fic que te ha salido DE CINE! :-)
Se me han puesto los pelos como escarpias leyéndote. Es habitual que me pase cuando lo hago, pero ya se me había olvidado el manejo de la palabra que tienes, maja.
Es que has conseguido la misma sensación de angustia y pánico que los guionistas y Marta consiguieron con esa expresión de María al oír el sonido de las campanas, pero multiplicado por tres, y lo tuyo tiene más mérito por aquello que dicen del poder de la imagen. ENHORABUENA.
Publicar un comentario