INTERNADO “LAGUNA NEGRA”
PASADIZOS SUBTERRANEOS
12:38 AM
Carlos empujó el pánico a un lado, y forzó tranquilizar a su mente. La cara de Iván estaba pálida y gotas de sudor le cubrían la frente. La linterna alumbró el charco de sangre que brotaba de su pierna izquierda. Rápidamente, Carlos rasgó los pantalones del chico a la altura del muslo y asesoró la herida. Para su gran alivio, parecía ser sólo superficial. La bala había atravesado tejidos y músculo, pero milagrosamente no había dañado la arteria ni ninguna vena importante. Parecía haber atravesado limpiamente la pierna de atrás a delante. Y, aunque debía dolerle un huevo (tal y como Iván expresaba con la retahíla de palabrotas que salían de su boca), lo único que necesitaría serian primeros auxilios. Joder, ¡Menos mal!
Con la destreza de un experto, Carlos hizo un torniquete por encima de la herida para parar la sangre utilizando un pedazo de pantalón roto. Julia le miraba en silencio, todavía aturdida por lo que estaba pasando. Las manos de la chica reposaban sobre el brazo de Iván, intentando confortarle sin palabras.
_ Tienes que intentar ponerte de pie, _ dijo Carlos. _ Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
_ Pero, ¿podrá andar? _ preguntó Julia con voz temblorosa.
_ Va a tener que intentarlo, _ dijo Carlos cogiendo a Iván por el antebrazo. _ Ven, apóyate en mi.
Iván le miró por un segundo con desconfianza, pero luego pareció pensárselo mejor y dejó que Carlos le ayudase a levantarse. Tras un gran esfuerzo y un par de gruñidos de dolor, Iván logró ponerse en pie. Con bastante dificultad comenzaron a caminar hacia la salida siguiendo las direcciones del GPS, aunque Carlos estaba convencido que los chicos no hubiesen necesitado la ayuda del aparato. Estaba claro que se conocían los pasadizos bastante bien. ¿Y si supiesen el paradero de los laboratorios?
_ ¿Que coño haces tu aquí abajo, Arguiñano? _ preguntó Iván, jadeando. Esta vez el apodo lo había dicho sin su desprecio habitual.
_ Salvando vuestros pescuezos, al parecer.
_ ¿Nos estabas siguiendo?
_ Si, no tengo nada mejor que hacer que seguir a dos adolescentes en sus excursiones nocturnas, ¡no te jode! _ dijo Carlos con una media sonrisa.
_ Entonces como sab—
_ Shhhhh! _ interrumpió Carlos, clavado en el sitio y mirando hacia atrás.
Los chicos mantuvieron silencio. Iván cada vez cojeaba más de la pierna izquierda. Carlos giró la cabeza intentando escuchar mejor, y sus peores sospechas fueron confirmadas. El estómago le dio un vuelco mientras un escalofrío le recorría la espalda.
_ Empezar a correr, ¡ya! _ exclamó.
Iván comenzó a protestar. _ Y cómo coño pretendes que—
Pero su objeción fue ahogada por los distantes ladridos de una jauría de perros. En ese mismo instante, Julia tiró de él, y comenzaron a correr como pudieron hacia la salida de la biblioteca. Ya estaban a corta distancia de la trampilla, pero los perros venían a gran velocidad, cada vez se les oía más cerca.
Con el último giro a la derecha llegaron al pasillo que les llevaba a la salida de la chimenea. La pierna izquierda de Iván le falló, y este cayó al suelo con un gemido de dolor.
_ ¡Levántate, ya casi estamos! _ le suplicó Julia.
Pero a Iván se le hizo imposible mover la pierna. Los perros gruñían y ladraban cada vez más cerca. Carlos miró en dirección a los pasillos que habían dejado atrás, y en ese momento dos ojos amarillos brillaron en la oscuridad a menos de treinta metros. El gruñido fue tan feroz que sintió como si su sangre se hubiese congelado en sus venas. En una fracción de segundo, Carlos pensó en sus opciones. Si sacaba su pistola y disparaba al animal, puede que se cargase al primer doberman, pero venían otros detrás y Carlos dudaba tener suficientes balas como para pararlos a todos. Lo mejor sería intentar salir de los pasadizos de inmediato.
Tan pronto como le fue posible, Carlos agarró a Iván por las axilas y se lo cargó al hombro como un saco de patatas. Julia ya había visto al perro, el cual venía galopando hacia ellos, y comenzó a correr hacia la salida. Fue un alivio para Carlos el que la muchacha corriese tan rápido. En el momento en que Julia llegó a la trampilla, tiró de la palanca y la puerta de la chimenea se deslizó abriéndoles camino a la biblioteca. Primero salió Julia, momentos después, Carlos logró arrojar a Iván a través de la chimenea, pero no pudo sacar su arma antes de que el perro se le abalanzase y agarrase su antebrazo con su potente mandíbula.
Carlos sintió como los colmillos del animal penetraban su piel a través de la ropa. El nivel de adrenalina pulsando por su cuerpo impidió que sintiese ningún dolor. Tres perros más se acercaban amenazantes por la galería. Carlos vio la palanca de la trampilla, pensó en cerrarla antes de que la jauría pudiese llegar a la biblioteca, donde le estaban esperando Julia e Iván.
Pero un golpe de suerte hizo que el perro le soltase el brazo momentáneamente y Carlos le atestó una patada bien fuerte, enviándolo varios metros de distancia. Fue entonces cuando Carlos aprovechó para deslizarse por la trampilla, donde Julia estaba ya con la mano en la piedra para cerrarla. Faltó medio segundo para que uno de los perros se colase por la apertura.
Una vez a salvo, Julia se quedó mirando la entrada de la chimenea donde todavía se podía oír a los perros ladrando en la lejanía. Tanto Carlos como Iván permanecieron en el suelo durante varios segundos, jadeando.
Cuando pudo controlar el temblor de su cuerpo, Carlos se incorporó y le dijo a Julia:
_ Llévate a Iván a su dormitorio. Yo voy a por alguien para que le cure esa herida.
Julia titubeó. _ Pero, tiene que ir al hospital. No puede—
_ El agresor no os vio la cara, _ explicó Carlos en voz baja. _ Si se da cuenta de que erais vosotros los que estabais en los pasadizos, estaríais muertos antes de que llegase la ambulancia a buscar a Iván.
La cara de Julia empalideció aun más. _ Pero—
_ Julia, haz caso a Fermín, _ dijo Iván, poniéndose de pie y apoyándose en una de las sillas.
_ No te preocupes, _ añadió Carlos con voz tranquilizadora. Es sólo una herida superficial. Le dolerá bastante durante un par de días, pero para la semana que viene podrá caminar sin problemas.
_ Tío, yo no sé quien serás, _ dijo Iván, abrazando a Julia por los hombros y usándola de muleta. _ Pero si sabes algo de lo que pasa en este puto internado, ya puedes empezar a decírnoslo. Un amigo nuestro necesita respuestas, y las necesita ya. Y si nuestras vidas están en peligro, como tu dices, mas vale que nos digas el por qué.
Carlos asintió lentamente con la cabeza. _ Esperadme en el dormitorio. Voy a llamar a María para que te mire la pierna y hablamos.
_ ¿A María? _ dijo Iván con el ceño fruncido. _ Resulta que ahora la chacha es Mata Hari ¿o qué?
Carlos le encaró, dispuesto a que se tragase esas palabras, pero el chico no estaba en condiciones para sermones ni antagonismos, y tampoco era su batalla. Eso se lo dejaría a María.
_ No tardaré mucho _ dijo Carlos, sujetándose el brazo derecho. Le estaba empezando a doler como un condenado, y tanto él como Iván necesitarían la antitetánica. A ver como se las apañaba para conseguir una dosis. Aunque, teniendo caballos y cuadras en el internado, era de esperar poder encontrar esas vacunas en la enfermería.
_ Fermín, _ llamó Iván cuando Carlos ya iba bajando hacia las habitaciones del servicio. Cuando se dio la vuelta, Iván añadió:
_Gracias, tío. Te debo una.
PASADIZOS SUBTERRANEOS
12:38 AM
Carlos empujó el pánico a un lado, y forzó tranquilizar a su mente. La cara de Iván estaba pálida y gotas de sudor le cubrían la frente. La linterna alumbró el charco de sangre que brotaba de su pierna izquierda. Rápidamente, Carlos rasgó los pantalones del chico a la altura del muslo y asesoró la herida. Para su gran alivio, parecía ser sólo superficial. La bala había atravesado tejidos y músculo, pero milagrosamente no había dañado la arteria ni ninguna vena importante. Parecía haber atravesado limpiamente la pierna de atrás a delante. Y, aunque debía dolerle un huevo (tal y como Iván expresaba con la retahíla de palabrotas que salían de su boca), lo único que necesitaría serian primeros auxilios. Joder, ¡Menos mal!
Con la destreza de un experto, Carlos hizo un torniquete por encima de la herida para parar la sangre utilizando un pedazo de pantalón roto. Julia le miraba en silencio, todavía aturdida por lo que estaba pasando. Las manos de la chica reposaban sobre el brazo de Iván, intentando confortarle sin palabras.
_ Tienes que intentar ponerte de pie, _ dijo Carlos. _ Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
_ Pero, ¿podrá andar? _ preguntó Julia con voz temblorosa.
_ Va a tener que intentarlo, _ dijo Carlos cogiendo a Iván por el antebrazo. _ Ven, apóyate en mi.
Iván le miró por un segundo con desconfianza, pero luego pareció pensárselo mejor y dejó que Carlos le ayudase a levantarse. Tras un gran esfuerzo y un par de gruñidos de dolor, Iván logró ponerse en pie. Con bastante dificultad comenzaron a caminar hacia la salida siguiendo las direcciones del GPS, aunque Carlos estaba convencido que los chicos no hubiesen necesitado la ayuda del aparato. Estaba claro que se conocían los pasadizos bastante bien. ¿Y si supiesen el paradero de los laboratorios?
_ ¿Que coño haces tu aquí abajo, Arguiñano? _ preguntó Iván, jadeando. Esta vez el apodo lo había dicho sin su desprecio habitual.
_ Salvando vuestros pescuezos, al parecer.
_ ¿Nos estabas siguiendo?
_ Si, no tengo nada mejor que hacer que seguir a dos adolescentes en sus excursiones nocturnas, ¡no te jode! _ dijo Carlos con una media sonrisa.
_ Entonces como sab—
_ Shhhhh! _ interrumpió Carlos, clavado en el sitio y mirando hacia atrás.
Los chicos mantuvieron silencio. Iván cada vez cojeaba más de la pierna izquierda. Carlos giró la cabeza intentando escuchar mejor, y sus peores sospechas fueron confirmadas. El estómago le dio un vuelco mientras un escalofrío le recorría la espalda.
_ Empezar a correr, ¡ya! _ exclamó.
Iván comenzó a protestar. _ Y cómo coño pretendes que—
Pero su objeción fue ahogada por los distantes ladridos de una jauría de perros. En ese mismo instante, Julia tiró de él, y comenzaron a correr como pudieron hacia la salida de la biblioteca. Ya estaban a corta distancia de la trampilla, pero los perros venían a gran velocidad, cada vez se les oía más cerca.
Con el último giro a la derecha llegaron al pasillo que les llevaba a la salida de la chimenea. La pierna izquierda de Iván le falló, y este cayó al suelo con un gemido de dolor.
_ ¡Levántate, ya casi estamos! _ le suplicó Julia.
Pero a Iván se le hizo imposible mover la pierna. Los perros gruñían y ladraban cada vez más cerca. Carlos miró en dirección a los pasillos que habían dejado atrás, y en ese momento dos ojos amarillos brillaron en la oscuridad a menos de treinta metros. El gruñido fue tan feroz que sintió como si su sangre se hubiese congelado en sus venas. En una fracción de segundo, Carlos pensó en sus opciones. Si sacaba su pistola y disparaba al animal, puede que se cargase al primer doberman, pero venían otros detrás y Carlos dudaba tener suficientes balas como para pararlos a todos. Lo mejor sería intentar salir de los pasadizos de inmediato.
Tan pronto como le fue posible, Carlos agarró a Iván por las axilas y se lo cargó al hombro como un saco de patatas. Julia ya había visto al perro, el cual venía galopando hacia ellos, y comenzó a correr hacia la salida. Fue un alivio para Carlos el que la muchacha corriese tan rápido. En el momento en que Julia llegó a la trampilla, tiró de la palanca y la puerta de la chimenea se deslizó abriéndoles camino a la biblioteca. Primero salió Julia, momentos después, Carlos logró arrojar a Iván a través de la chimenea, pero no pudo sacar su arma antes de que el perro se le abalanzase y agarrase su antebrazo con su potente mandíbula.
Carlos sintió como los colmillos del animal penetraban su piel a través de la ropa. El nivel de adrenalina pulsando por su cuerpo impidió que sintiese ningún dolor. Tres perros más se acercaban amenazantes por la galería. Carlos vio la palanca de la trampilla, pensó en cerrarla antes de que la jauría pudiese llegar a la biblioteca, donde le estaban esperando Julia e Iván.
Pero un golpe de suerte hizo que el perro le soltase el brazo momentáneamente y Carlos le atestó una patada bien fuerte, enviándolo varios metros de distancia. Fue entonces cuando Carlos aprovechó para deslizarse por la trampilla, donde Julia estaba ya con la mano en la piedra para cerrarla. Faltó medio segundo para que uno de los perros se colase por la apertura.
Una vez a salvo, Julia se quedó mirando la entrada de la chimenea donde todavía se podía oír a los perros ladrando en la lejanía. Tanto Carlos como Iván permanecieron en el suelo durante varios segundos, jadeando.
Cuando pudo controlar el temblor de su cuerpo, Carlos se incorporó y le dijo a Julia:
_ Llévate a Iván a su dormitorio. Yo voy a por alguien para que le cure esa herida.
Julia titubeó. _ Pero, tiene que ir al hospital. No puede—
_ El agresor no os vio la cara, _ explicó Carlos en voz baja. _ Si se da cuenta de que erais vosotros los que estabais en los pasadizos, estaríais muertos antes de que llegase la ambulancia a buscar a Iván.
La cara de Julia empalideció aun más. _ Pero—
_ Julia, haz caso a Fermín, _ dijo Iván, poniéndose de pie y apoyándose en una de las sillas.
_ No te preocupes, _ añadió Carlos con voz tranquilizadora. Es sólo una herida superficial. Le dolerá bastante durante un par de días, pero para la semana que viene podrá caminar sin problemas.
_ Tío, yo no sé quien serás, _ dijo Iván, abrazando a Julia por los hombros y usándola de muleta. _ Pero si sabes algo de lo que pasa en este puto internado, ya puedes empezar a decírnoslo. Un amigo nuestro necesita respuestas, y las necesita ya. Y si nuestras vidas están en peligro, como tu dices, mas vale que nos digas el por qué.
Carlos asintió lentamente con la cabeza. _ Esperadme en el dormitorio. Voy a llamar a María para que te mire la pierna y hablamos.
_ ¿A María? _ dijo Iván con el ceño fruncido. _ Resulta que ahora la chacha es Mata Hari ¿o qué?
Carlos le encaró, dispuesto a que se tragase esas palabras, pero el chico no estaba en condiciones para sermones ni antagonismos, y tampoco era su batalla. Eso se lo dejaría a María.
_ No tardaré mucho _ dijo Carlos, sujetándose el brazo derecho. Le estaba empezando a doler como un condenado, y tanto él como Iván necesitarían la antitetánica. A ver como se las apañaba para conseguir una dosis. Aunque, teniendo caballos y cuadras en el internado, era de esperar poder encontrar esas vacunas en la enfermería.
_ Fermín, _ llamó Iván cuando Carlos ya iba bajando hacia las habitaciones del servicio. Cuando se dio la vuelta, Iván añadió:
_Gracias, tío. Te debo una.
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