- Mamá, ¿cuánto falta?
Se giró sobresaltada, arrancada de sus recuerdos por la misma ansiedad que a ella la hacía añicos. Le vio llegar vestido como a un niño grande, con sus vaqueros favoritos, algo cortos ya, y una camiseta en la que se leía algo de una universidad americana.
- No lo sé, cariño. Ven aquí.
Saltó sobre el sofá y se acurrucó junto a su madre, replegándose sobre sí mismo y haciéndose aún más pequeño de lo que era. Tenía una sensación extraña en el estómago, de vacío, aunque él no habría sabido definirlo así. Le faltaban recuerdos de su padre, cosas que recordarle, aunque su madre y su hermano, en estos años, le habían contado mil historias. Sabía que su padre estaba en la cárcel porque se equivocó, y porque tenía que protegerles a ellos, aunque esa parte no la entendía demasiado bien. Sabía también que solían llamarle Fermín, en vez de por su nombre de verdad, pero esta parte tampoco le quedaba demasiado clara. Y luego estaban todas ésas historias, la del huevo que mamá tenía en su habitación, la del ése día que quemó un cuadro para decirle a su madre que la quería, cosa que no comprendía tampoco pero que a ella le parecía lógico por la forma en que lo contaba. Sabía muchas cosas, pero no veía nada cuando las recordaba.
- Mamá, ¿papá sabrá llegar a nuestra casa?
- Sí. – Le acarició el pelo y trató de darle una explicación convincente. – Papá siempre sabrá llegar adonde estemos nosotros.
- ¿Y entonces por qué aún no ha venido?
No supo qué responder. Era ya casi mediodía y empezaba a tambalearse la convicción de que él llegaría allí por sus propios medios. Creía saber quién le conduciría hasta allí, si es que aún vivía…
- Mamá…
Un golpeteo en la puerta, suave, rápido, inconfundible, detuvo la frase para siempre.
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