
Con decisión, alzó la mano y presionó en el lugar correcto, sin necesidad de pararse a pensarlo.
Cuando la entrada cedió, ella tuvo la sensación de que estaba dentro de una película, y que ella no era más que una mera espectadora que ve pasar cada fotograma ante sus ojos con impasibilidad. Hasta que Héctor no le tendió la mano desde dentro, ni siquiera se movió.
Caminaron por los pasadizos durante más de veinte minutos, asegurando cada paso, tratando de abstraerse del sonido aterrador de sus propio caminar. Sus pies, en cada roce con el suelo, sonaban a miedo, a humedad, a abandono, a desolación.
Le costaba imaginar que en aquel inframundo pudiese existir la vida, y por un momento, pensó que estaba en una especie de infierno habitado por demonios, de los de cuernos y rabo, que pueden emerger de cualquier esquina y llevarte con ellos.
Se hallaba sumida en su propio terror cuando Héctor la agarró con fuerza por la muñeca y tiró de ella hacia atrás. Una enorme bifurcación se abría ante sus ojos y al final del pasillo de la izquierda, un pequeño resplandor blanco les avisó de que habían llegado.
Se intuyeron con la mirada bajo la luz de la pequeña antorcha y no tuvieron que decirse nada. Caminaron despacio hacia ella mientras las voces de dentro se iban haciendo más nítidas.
- Tenía tantas ganas de encontrarme cara a cara contigo, Carlos... No te lo imaginas.
Habría podido jurar que a Héctor se le había helado la sangre. La voz que rompía aquel silencio era terriblemente familiar, y hasta ése día, ella sólo la asociaba con amables peticiones de arroz blanco. Dio un paso y se colocó delante de Héctor, mientras en los ojos le ardían las lágrimas que querían asomar antes siquiera de ver nada. Acopló su cuerpo a la abertura de la puerta y miró hacia adentro. Ante ella, el hombre que hace sólo unas horas la abrazaba en la cama con infinita ternura, encañonaba un arma como el que lo ha hecho toda la vida. El cuerpo recto, el brazo extendido, el gesto frío.
- Te voy a matar, Camilo. Te voy a matar con la misma sangre fría que mataste a mi padre.
Como única respuesta, recibió una carcajada sonora, vibrante, pesada. Le atravesó los oídos y se instaló en su cerebro, con exactitud, para que pudiera recordarla siempre.
- Yo no maté a tu padre, imbécil. Aunque me alegré de ello, no te lo voy a negar.
Fermín permanecía inmóvil en el centro de la sala. Camilo aparecía y desaparecía de su campo de visión, como si diera vueltas en círculos. Un leve movimiento hacia la izquierda le permitió ver alrededor de qué giraba. De su propio hijo, sentado en una silla, con las manos atadas atrás y el gesto descompuesto. Se lanzó hacia la puerta, pero Héctor la sujetó por los hombros y le impidió que se suicidara estúpidamente.
- Tu padre era un idealista de ésos capaces de morir por sus principios. Las obras de arte acumulaban polvo en aquella tienda, sin que nadie reparara en ellas. No era justo, Carlos, y tú lo sabes. Creo que entiendes bastante de arte, ¿no?
- Eres un puto cabrón, y te voy a matar…
Dejó caer el dedo índice sobre el gatillo y aumentó la presión sobre él.
- ¿De verdad crees que vas a salir vivo de aquí? ¿Qué vas a hacer cuando me mates? ¿Crees que te van a dejar salir de aquí con el chico? No te compliques, Fermín.
El sarcasmo de su voz sólo pretendía hacer daño, como si de verdad estuviera pidiéndole que apretara el gatillo.
- Si nos traes a Samuel, coges el chico y te lo llevas, te vas con la chacha y a ser feliz. Sin rencores…
Miró a su hijo, sentado en la silla. El ángulo de la puerta apenas le permitía distinguir sus labios apretados, sus piernas agitándose sin control. El ruido de pasos le hizo volver la mirada. Fermín había cruzado la habitación y ahora, sostenía el arma sobre la frente de Camilo, que apenas podía moverse, aprisionado contra la pared.
- ¿Sabes qué? Lo único que siento es no tener el tiempo suficiente para concederte una agonía justa. Créeme, disfrutaría viendo como te mueres durante las mismas horas que yo pasé llorando junto al cuerpo de mi padre. Es una pena que tenga que ser así…
El disparo hizo añicos el mundo y se confundió con el grito de Iván, un grito desgarrado que le hizo pensar que se había roto la garganta para siempre.
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