¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

Blog no oficial de Marta Torné

Déjame que te cuente (V.2). Capítulo XVI.


Cartas amarillentas, ajadas por el paso del tiempo; dos o tres fotos en las que reconoció a un Fermín niño acompañado de, supuso, sus padres; una cajita pequeña negra, una llave, un reloj.
Asistió desconcertada a la última hoguera. Él agarró la papelera que había bajo el escritorio y lanzó las cartas, para adornarlas después con el fuego de una cerilla, en un gesto que a ella le recordó a ése día en que decidió que ya no podría marcharse de su lado nunca, aunque quisiera.

- ¿Qué son esas cartas?

Seguía sentada sobre la cama mientras él contemplaba inmóvil, frente al fuego, el crepitar del papel consumiéndose. Antes tenía miedo a preguntar, a saber. Ahora no. Ya había aprendido a procesar el dolor de él, conocía la historia que tanto le había dañado y ahora sabía que todo aquello que desconocía, eran pequeños detalles que debía ir aprendiendo poco a poco.

- Una historia que está muerta. Nada más.

La pequeña lumbre se consumió en cuestión de segundos, dejando en el cuarto un olor a papel quemado y a amores ya inexistentes. Él parecía hallarse muy lejos de aquel lugar, y ella se entretuvo en contemplar las fotos mientras su mano acariciaba, inconscientemente, la caja negra. Era ella la que estaba ensimismada cuando percibió el peso de su cuerpo a su lado, sentándose en la cama.

- ¿Quieres quedártelas?

Ella asintió con la cabeza y las sostuvo entre las manos, asombrada ante la idea de que, alguna vez, él había sido feliz. Las dejó sobre la mesita y se volvió hacia él, que sostenía la caja pequeña abierta, ya vacía. Le vio dejarla sobre la cama, con los ojos cerrados, y entendió que estaba luchando, una vez más, contra sí mismo.

Permaneció así un instante, y cuando se volvió, ella se encontró con una mirada turbia, poderosa, que hablaba por sí misma, y su puño cerrándose con fuerza en torno a lo que quiera que hubiera en la cajita. Levantó las manos para sostener la de él entre las suyas, acariciándole los dedos para aliviar la presión que él mismo ejercía. Cuando consiguió doblegar su puño, se encontró dos alianzas, una más grande, otra más pequeña, intactas.

- Eran de mis padres…

Fue un gesto instintivo, absurdo, pero innato y, por tanto, inevitable. María no entendió por qué hizo lo que hizo hasta mucho tiempo después, cuando empezaba a asimilar su pérdida. Sólo entonces comprendió el simbolismo de su propio gesto.

Cogió con suavidad las dos alianzas con los dedos y las sostuvo un segundo entre sus manos, antes de coger la de mayor tamaño y cogerle a él de la mano. Le miró con convicción, demostrándole que conocía el significado de lo que se disponía a hacer. La deslizó sobre el dedo anular de él, y la empujó hasta el fondo…

- Te quiero. Y no sé qué va a pasar a partir de ahora, pero sí sé… – Sintió que las lágrimas subían por su garganta, pero no les dejó paso. Se detuvo un segundo y dejó que su alma siguiera hablando. – Sé que te voy a querer siempre. Vine aquí a por mi hijo, no buscando una gran historia de amor. Pero te encontré… y no sabes cuánto me alegro…

Él le puso un dedo en los labios, silenciando sus lágrimas, suplicándole que no dijera nada porque él ya lo sabía, y recogió la alianza pequeña que ella aún tenía entre la mano izquierda.
Cogió su mano derecha y lo deslizó hasta el final de su dedo anular.

- Voy a volver a por ti María. No sé cuánto voy a tardar, ni qué tendré que hacer para conseguirlo, pero lo primero que haré cuando sepa que estáis a salvo será buscaros.
- Te voy a estar a esperando. Te lo prometo.

Y su promesa se ahogó en su boca cuando se estrelló con la de él, que la embistió con ansiedad, necesitado del sabor a calma que sólo podía paladear entre sus labios. Un sabor que nunca, hasta que la besó por primera vez, había conocido.
Él se dejó caer sobre la cama, haciendo que el cuerpo de ella cayera sobre el suyo, poseído por la inconsciencia de tenerla más allá de su simbólica unión, en lo más íntimo. Y esa misma necesidad fue la que le hizo llamarla mientras la desvestía, como si al decir su nombre en voz alta, sellara de forma definitiva lo que ella había comenzado.

Unos minutos más tarde, cuando él ya no la esperaba, se encontró de bruces con su respuesta. Se había imaginado a María mil veces llamándole por su nombre, por el de verdad, para creerse que era de él de quién se había enamorado. Pero nunca soñó que lo haría en aquellas circunstancias, en un susurro tembloroso, en su oído, mientras se hundía en ella por última vez en mucho tiempo.

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