¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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Amistades peligrosas (Capítulo XXI)



María estaba furiosa consigo misma. ¿Cuántas veces le había advertido Carlos que cerrase la puerta con llave? Tal era su cabreo que el miedo había pasado a un segundo plano. Caminaba por los pasadizos en zapatillas y camisón, no le había dado tiempo para ponerse nada más decente. Iba siguiendo el reguero de luz creado por la linterna. Con las manos amarradas a la espalda, no podía retirarse el cabello que caía como una cascada sobre su cara.

Tampoco había podido ver la cara de su secuestrador con claridad. La pistola había nublado todo lo demás. Sólo sabía que era un hombre mayor con voz profunda. Lo único que le había oído decir fue “vístete”, “vamos”, “aligera”, “por ahí”… Palabras cortantes y llenas de autoridad. Al llegar a una puerta enorme de hierro, el hombre la obligó a detenerse. La puerta se abrió con un áspero sonido al deslizarse sobre la piedra, y dio paso a una habitación que había plagado las pesadillas de María durante casi un mes. Dos individuos se encontraban sentados a esa enorme mesa de madera. Uno de ellos era el hombre que les había provisto el todoterreno antes de cruzar la frontera.

_ Ahora sólo nos queda esperar, _ dijo su acompañante ignorando el gemido de María.

Obviamente todos ellos eran hombres de pocas palabras. Se sentaron a la mesa tras atar a María a una de las sillas, cruzando breves comentarios que ella apenas podía escuchar.

_ Si mi yerno hubiese sido un poco más competente hubiésemos tomado medidas mucho antes.

_ A decir verdad yo nunca me fié de ese gabacho.

_ ¿Estas absolutamente seguro?

_ Entonces el proyecto tuvo éxito. Después de tantos años y tantos intentos fallidos, quién iba a suponer que la respuesta se encontrase en la descendencia y no en la clonación. Nos podríamos haber ahorrado décadas de investigación.

_ La madre naturaleza nunca deja de sorprenderme.

Los minutos se alargaron hasta casi la medianoche, cuando el ruido de unos pasos cautelosos se oyeron acercarse. María giró la cabeza, aunque sabía que era él. Había venido a buscarla. ¿Acaso pudo dudarlo? Sus miradas se cruzaron en un momento agonizante, y una vida que no había tenido la oportunidad de existir se deslizó entre ellos, escapándose como agua entre las manos. Fue Carlos quien rompió el contacto. Su atención fue arrastrada hacia el otro lado de la sala donde dos de los hombres estaban sentados con sonrisas de satisfacción. Pero fue sólo cuando vio al tercer individuo dar un paso adelante que reaccionó.

_ Saúl, _ murmuró, escupiendo la palabra como si de veneno se tratase.

_ Te advertí que liarte con la limpiadora te traería problemas, Carlos.

Un hombre mayor con barba, el que había traído a María a punta de pistola hasta ese sitio, se levantó acercándose a ellos lentamente.

_ Así que es verdad, _ dijo abiertamente fascinado. _ Entonces. . .

_ David Almansa tuvo un hijo, _ atestó Saúl sin levantar los ojos de Carlos.

Esa simple declaración inundó de silencio el lugar durante varios segundos. Fue Carlos quien terminó rompiéndolo.

_ Es a mí a quien queréis. Dejad que ella se vaya.

El hombre que permanecía en las sombras soltó una carcajada. Los otros dos se unieron al breve coro de risas que había incitado sus palabras.

_ ¿De verdad crees que estas en una posición para negociar? _ preguntó Saúl.

El rostro de Carlos ocultaba toda emoción. Tan sólo sus ojos de acero templado delataban una furia interna que únicamente María pudo percibir. Con un rápido movimiento de su brazo derecho sacó la pistola de la espalda donde acostumbraba a cargarla, pero uno de los viejos había anticipado su intención y ya estaba apuntando a María con su propio revólver. Los brazos extendidos de Carlos a su vez sujetaban la pistola con firmeza apuntando a Saúl.

_ Aprieta el gatillo y está muerta, _ dijo el viejo sin mostrar el más mínimo temor.

El tiempo pareció congelarse en ese crudo instante. Después de varios interminables segundos, Carlos esbozó una enigmática sonrisa, relajó su postura y con desgarradora lentitud se llevó el arma a la sien.

María no se percató de que se le había escapado un grito hasta que oyó el eco de su pánico como una violenta cacofonía. Los tres hombres parecían haberse quedado de piedra, incapaces de reaccionar.

_ Voy a contar hasta tres, _ dijo Carlos. Su voz era tenue, sorprendentemente firme. _ Si no la veo salir sana y salva por esa puerta, aprieto el gatillo, y adiós a las pruebas sólidas que necesitabais para vuestro puto Proyecto Géminis.

_ No seas impulsivo, Carlos, _ advirtió Saúl, aunque su voz había perdido esa calma, y un ligero temblor había subido a la superficie.

_ Uno. . .

_ ¡No! _ gritó María, furiosa, aterrada.

_ No se atreverá. . . _ dijo el hombre de la barba. Pero la pistola que sujetaba ya no apuntaba a María y la arrogancia se había esfumado de su mirada.

_ Dos. . .

El ruido que hizo el revólver cuando Carlos quitó el seguro resonó en el cuarto con un “clic” estridente.

_ ¡Carlos, no por favor! _ suplicó María. _ ¡Piensa en el bebé! ¡No lo hagas!

La serenidad que había poseído a Carlos hasta ese momento se evaporó en un instante. Sus ojos aterrados se enfocaron en ella, mientras su rostro palidecía por segundos. María sólo se dio cuenta de que otros tres pares de ojos la estaban estudiando cuando se vio rodeada por los tres hombres.

_ No será verdad, _ exclamó uno de los viejos en voz baja. La vil carcajada que soltó a continuación le puso la carne de gallina a María. _ ¿Y de cuánto estas?

Ella titubeó un instante. _ De casi tres meses, _ dijo, mordiéndose el labio inferior al ver el movimiento de cabeza de Carlos indicándola que no dijese nada más.

Al viejo de la pistola se le iluminó la cara. _ Vaya, vaya. . . ¡Cómo pueden cambiar las cosas en el canto de un duro!

_ Si la hacéis daño. . ._ Carlos se mojó los labios nerviosamente, su amenaza ahogada en un pozo de desesperación. _ Os juro. . .

Se había derrumbado. Había dejado que el pánico se apoderase de él. No merecía la pena seguir luchando, pero al menos estaba vivo, y por ello María dejó escapar un suspiro de alivio. Uno de los hombres se acercó sin decir nada, quitándole la pistola de la mano con facilidad y entregándosela a Saúl. _ Ocúpate de ellos, _ dijo con desdén. _ Puedes descapacitarle por ahora, pero recuerda, le necesitamos vivo.

Saúl extendió su brazo apuntando a Carlos a la altura del pecho. Su expresión era tan fría como sus ojos azules. Carlos desvió su mirada hacia María, arropándola con una serenidad de la cual ella fue incapaz de contagiarse. Ni siquiera esa sonrisa imperceptible y efímera pudo frenar las lágrimas que comenzaron a recorrer sus mejillas. Esa sonrisa que comunicaba tanto sin necesidad de palabras.

La pistola dejó escapar un sonido silbante y opaco, totalmente diferente al macabro estruendo al que ya estaba acostumbrada María. Tardó un segundo en reconocerlo como un silenciador. Dos segundos en darse cuenta que quien se había desplomado no fue Carlos, sino el viejo de la barba. Y antes de que nadie pudiese reaccionar, Saúl ya había disparado contra el otro individuo.

Tanto Carlos como María observaban atónitos a los dos cuerpos desparramados en el suelo de piedra. Un charco de sangre rodeaba a cada uno, oscuro como la laguna que reposaba a varios metros por encima de la sala.

_ Le prometí a tu padre que haría lo imposible por protegerte, _ dijo Saúl con voz áspera. _ Él ya se ocupó de pagar sus honorarios a la organización durante años para asegurar tu protección.

Carlos todavía estaba algo aturdido. _ Cien mil pesetas mensuales, _ murmuró casi sin aliento.

Su respiración era aún algo agitada. Se apresuró junto a María, deshaciendo los nudos de la cuerda que cortaba sus muñecas, restregándolas suavemente para hacer circular la sangre. Una vez libre de ataduras María se echó a sus brazos, todavía temblando de miedo, de alivio. . . Apretó su cuerpo contra el de él, sin importarle que estuviesen en presencia de Saúl, porque necesitaba sentir su calor al igual que sus pulmones necesitaban oxígeno.

_ Ya te dije una vez que lo sabía todo sobre ti, Carlos, _ dijo el viejo en voz baja, su intrusión discreta. _ Ahora te toca a ti proteger la vida de tu hijo.

Carlos cerró los ojos, luchando con su propio conflicto interno. María sabía que estaba preocupado. Y aunque creía saber por qué, en realidad no tenía ni idea hasta qué punto llegaba su ansiedad.

_ El bebé. . . _ comenzó a decir Carlos, pero fue incapaz de continuar.

Saúl lo hizo por él.

_ Estás aterrado, lo sé.

_ Hemos visto las fotos, _ dijo María, su voz casi inaudible. _ Sabemos que puede que el bebé. . .

_ Eso no es lo que le preocupa a Carlos, _ dijo Saúl respondiéndole a María pero con sus ojos fijos sobre Carlos. _ Lo que le aterra de verdad no es que el bebé nazca con algún problema, sino que nazca como él, ¿no es cierto?

Tenso e inquieto, Carlos sólo pudo tragar un par de veces en seco.

_ ¿Cuándo lo supiste? _ preguntó Saúl llenando el silencio. _ Sé que las fotos que te dí de tu padre fueron la última pieza que te quedaba del rompecabezas, pero has debido tener tus sospechas durante mucho, mucho tiempo.

La mirada de María viajaba entre los dos hombres, desconcertada. ¿De qué estaba hablando el viejo? ¿De qué se había dado cuenta Carlos?

_ Aquel día en el bosque pensé que no había llegado a tiempo, _ dijo Saúl, su mirada tan penetrante que sobrecogió a María. _ Por supuesto sabía que tu cuerpo podría sintetizar el antídoto con mayor eficacia que cualquier otra persona. Aunque normalmente el P14 deja secuelas, sobre todo si llega a afectar al organismo hasta ese punto. Pero tú te encuentras en perfecto estado de salud, ¿verdad?

María estaba perdida. ¿Qué día en el bosque? No tenía idea de qué iba la conversación, ni por qué el cuerpo de Carlos estaba cada vez más rígido. El viejo siguió hablando con gran calma, como quien comenta el tiempo.

_ Una herida de bala en el brazo tarda meses en curarse por completo. Y eso con ayuda de terapias intensivas y rehabilitación. ¿A ti te ha quedado siquiera una cicatriz como recuerdo? ¿Cuántas costillas te has fracturado estos últimos meses? _ La mirada del viejo se suavizó, al igual que su voz. _ Carlos, tu padre no fue un proyecto fracasado. Los experimentos fueron un éxito, pero los resultados sólo se manifestaron una vez que te tuvo a ti.

_ Mi hijo no puede caer en manos de esos cabrones, _ dijo Carlos de repente, lívido, desesperado. _ Haría lo que fuese por evitarlo. Lo que fuese. No pienso dejar que le utilicen de cobaya.

_ Y no dudarían un segundo en hacerlo, créeme, _ asintió Saúl.

_ ¿Qué quieres a cambio?

_ Quiero que sigas trabajando para mí. Ahora ya te vas dando cuenta de lo que significa hacer justicia. Me parece que tu idea de justicia hoy en día, es mucho mas parecida a la mía.

Carlos miró a María, su cara primero y luego su vientre. _ ¿Podrás protegerlos?

_ Llevo protegiéndote a ti durante años, ¿no? _ Saúl agachó la cabeza, por un instante ese escudo de frialdad le abandonó, regresando casi de inmediato. _ Ahora ya sólo quedáis tú y Aurora. Por desgracia Nora no tuvo tanta suerte. Fue. . . Su verdadero nombre era Elisa.

_ Era tu hija, ¿verdad?

Carlos bajó la mirada, pero no dijo nada más. En realidad no podría haber dicho gran cosa sin que sonase vacio o insignificante. María ignoraba que le hubiese pasado algo a la profesora de historia. Lo único que sabía era que un buen día desapareció, para el gran disgusto de Elsa, quien todavía se lo seguía reprochando hasta el día de hoy.

_ ¿Cuál será mi misión? _ preguntó Carlos tras un largo silencio.

_ Regresarás al internado. Aun queda mucho trabajo por hacer en ese lugar. Por el momento, tu tapadera sigue intacta. No me falles.

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