_ Entonces, lo que le hicieron a tu padre. . . _ María movía con el tenedor tres hojitas de menta que habían sido la guarnición y ahora era lo único que quedaban en su plato. La comida era suculenta, y había devorado cada bocado a medida que Fermín relataba su historia. Era curioso. No recordaba haber tenido tanto hambre en su vida. _ ¿Crees que esta gente sigue experimentando con niños hoy en día?
_ Estoy seguro de ello, _ dijo Fermín. De nuevo sus ojos habían adquirido ese tono oscuro y peligroso.
_ Pero, están. . . _ intentó decir María tragando con dificultad. _ Están muertos. No lo entiendo, Fermín. ¿De quién estamos huyendo?
Fermín la miró de la misma forma que la había mirado aquel día en que descubrió lo que había pasado en su habitación en Nochebuena y le preguntó dónde se encontraba el coche de su contacto. Su ingenuidad había sido evidente entonces, y al parecer estaba siendo evidente ahora.
_ Este proyecto tiene cientos de colaboradores por todo el mundo. En Europa, Estados Unidos, Canadá, Argentina. . .
María se quedó pensativa durante varios momentos. Había algo que no terminaba de entender. _ Pero ¿no les sería mas fácil irse a países subdesarrollados para hacer este tipo de cosas? ¡No sé! _ dijo encogiéndose de hombros. _ Sería menos arriesgado para ellos, ¿no?
_ María. . . ¿Aún no sabes con quién nos la estamos jugando?
El rostro de María era un signo de interrogación abierto. Fermín se acercó la copa a sus labios, terminó el poso de vino que quedaba.
_ Están especialmente interesados en niños con ciertas características, digamos. _ La voz de Fermín era apenas un susurro. _ Rubios, ojos azules. . . Llevan experimentando con células madre desde hace un par de décadas. Tratan de encontrar la cura de muchas enfermedades crónicas, y viéndolo así su trabajo podría incluso tener su mérito. El problema, es que no sólo experimentan con células madre, y su meta no es tan noble como aparenta. Parte de su objetivo es perpetuar la raza aria.
_ La raza aria, _ repitió María, atónita. _ Pero ¿eso no era lo que querían los Nazis?
Fermín se limitó a mirarla, dejó que sacase sus propias conclusiones.
_ Pero, vamos a ver, _ dijo María llevándose la palma de la mano a la frente y tratando de organizar sus pensamientos. Todo esto estaba siendo bastante difícil de digerir. _ Pero tu padre no era rubio. ¿Por qué lo escogieron a él? Además, ¡los Nazis ya no existen!
_ Sí, María, _ dijo Fermín asintiendo para acentuar su convicción. _ Todavía existen. El movimiento Nazi nunca fue completamente erradicado. Y últimamente están adquiriendo un gran número de seguidores. En cuanto a mi padre. . . _ El tormento que María llevaba viendo en sus ojos desde hacía un par de meses regresó. _ Mi padre era el tipo de sujeto que no suele sobrevivir a ese tipo de experimentos.
María empezaba a comprender. Las palabras de Gloria le vinieron a la mente, cobrando un sentido que no habían tenido antes.
De quince niños, sólo tres consiguieron salir de ese sitio con vida. Uno de ellos fue tu padre. No fueron considerados una gran perdida. Sus vidas siempre fueron desechables.
No hacía falta hacer la pregunta. María sabía por qué la vida de su padre fue considerada “desechable”. Fermín tenía la servilleta encaramada alrededor de sus puños. Hacía y deshacía un nudo con indomable furia. Ella nunca había visto tanto odio en su rostro. Cierto era que su humor en ocasiones podía ser bastante irascible, y María ya se había topado con el ciclón de su temperamento varias veces, pero ¿odio? No. Nunca tan abiertamente.
La mano de María se deslizó suavemente sobre el mantel, buscando la de él. Sus nudillos acariciaron tímidamente el puño izquierdo, todavía cabreado con la servilleta. Al sentir su tacto, ese puño se relajó. Fermín abrió la mano aceptando la muda invitación, y entrelazó sus dedos con los de ella.
_ María, voy a hacer todo lo posible para que puedas volver a ver a tu hijo cuanto antes, _ dijo con tajante certeza. _ Te lo juro.
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