¡Bienvenidos!

Bienvenidos a nuestro blog de fanfics acerca de "El Internado". Aquí podréis encontrar textos en todas las categorías posibles, desde los puramente románticos a aquellos que resuelven parte de la trama, pasando por los minifics o el humor.

El blog ha sido diseñado para haceros la navegación por él lo más sencilla posible. Por ello, en la columna de la derecha podéis encontrar todos los fics disponibles, con una breve sinopsis, la categoría o categorías a la que pertenece el texto y los personajes en los que se centra, además del autor del mismo.

Debajo podéis encontrar enlaces directos a todos los capítulos de la historia, de modo que podéis leer a vuestro ritmo y sin necesidad de buscar la entrada por donde os quedasteis, ya que se puede acceder a ella directamente. Así, cuando clickeis en un capítulo, ésa entrada aparecerá justo debajo de esta cabecera que estáis leyendo.

En cuanto a las categorías, vais a encontrar un código que os dirá de qué tipo es el texto que vais a leer. Dentro de estos diferentes tipos, encontraréis:

[ROM] Estos fanfics se centran en el desarrollo de una relación amorosa y los sentimientos de los personajes.

[ANGST] Fanfics para sufrir, para pasarlo mal con nuestros personajes favoritos.

[RES] El Proyecto Géminis y Ottox están más presentes que nunca en estos fics, centrados en resolver parte de la trama.

[HUM] Fanfics para reír.

Encontraréis también los tag [WIP] O [COMPLETO]. El primero hace referencia a "Work in Progress", es decir, que el fic está en fase de publicación, mientras que los fanfics con el segundo término ya se pueden leer enteros.

CONTACTO

Si tienes alguna duda o te apetece publicar tu fanfic en este blog, sólo tienes que ponerte en contacto con nosotras a través del Blog de Marta Torné o bien a través del Blog de Raúl Fernández, en las direcciones de correo que encontraréis en las mencionadas páginas.

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A Contrarreloj. Capítulo XXII.

Rebeca no advirtió el Renault negro hasta que no completaron los tres primeros kilómetros. Viajaban por una comarcal estrecha, bordeada de pinos a ambos lados, que desembocada en la M40 seis kilómetros después. Aceleró con suavidad y metió la quinta, sin sobrepasar en ningún momento los ciento diez kilómetros por hora.

- Corre más. Están cerca.

Se volvió hacia Daniel, que hacía las veces de copiloto, y le regaló una media sonrisa confiada y segura de sí misma.

- No puedo. Si nos detecta un radar, tendremos a ésos detrás y a un coche de policía. Y eso no nos interesa.

La explicación no le convenció demasiado, pero guardó silencio porque le pareció que sabía lo que hacía, y porque su voz le recordaba un poco a la de Elena, que también hablaba flojito y despacio, y pronunciaba muy bien las eses.

El Renault hizo un amago de adelantamiento pero reculó y se pegó al coche que conducía Rebeca. Teodora Raüber, sentada entre Carlos y Julia, sentía el acero frío del cañón pegado a su riñón derecho. No tenía ni idea de adónde la llevaban ni quiénes eran, pero sabía que la cara de la chica le resultaba demasiado familiar.

Sonó un teléfono dentro del coche que se cortó en un par de segundos, el tiempo que Rebeca tardó en descolgar pulsando una tecla bajo el volante.

- Soy Rebeca, estás en el altavoz.

La voz de Saúl emergió de los cuatro rincones del vehículo, inundándolo todo con su gravedad, omnipresente, guiándoles siempre.

- ¿Dónde están?

Carlos tomó el mando para dejar que Rebeca se concentrara en la conducción.

- Les tenemos pegados. Estamos a cuatro kilómetros de la M40.
- Bien. Cogedla en cuanto podáis y luego, la tercera salida.
- Pareces un GPS estropeado. Cogiendo la tercera, tardaremos más en llegar.
- He dicho que la cojáis, ¿desde cuándo discutes cada instrucción que te doy?
- Desde que comparto asiento con la Raüber.

Saúl hizo una pausa, pero esta vez, por el tono de su voz, Carlos sabía que no iba a ceder.

- Haz lo que te digo. No os apresuréis, no se van a arriesgar a que le pase algo.

Rebeca colgó. Sabía que la conversación había terminado.
Teodora Raüber también. Y de repente, lo entendió todo. Supo adonde iban. Supo para quien trabajaban. Y su fortaleza interior, la que le había permitido apretar gatillos, empujar al último niño dentro de la cámara de gas o acabar con los suyos, se resquebrajó de arriba abajo, haciéndose añicos. Sintiendo, como sintieron muchos gracias a ella, que se dirigía hacia el patíbulo. Comprendiendo, por primera vez en sus sesenta y ocho años de vida, por qué los hombres y las mujeres lloraban y gritaban cuando la puerta se cerraba tras ellos. Sólo los débiles deben morir. Y ella ya era, oficialmente, una de ellos.

Por eso, por la propia repulsión que se provocó a sí misma, decidió jugar su última carta. Sabía que no escaparía, pero ante la posibilidad de ser juzgada, su única opción era morir como mártir de su propia causa. Contó hasta tres interiormente y se lanzó contra la puerta que quedaba al lado de Julia, rezando porque el disparo que vendría del ángulo contrario fuese rápidamente mortal.

Sin embargo, aunque Carlos no esperaba el movimiento, sí que sabía cómo funcionaba su mundo interno y entendió rápidamente lo que Teodora quería. Lo que jamás hubiera esperado, nunca, era que Julia reaccionara como lo hizo. La vio agarrarla por el pelo y lanzarla contra el asiento, cerrando la mano izquierda alrededor de su cuello, y la dejó hacer.

- ¿No te acuerdas de mí, Lourdes?

Fermín trató de detenerla sin demasiado énfasis.

- Julia…

Ella pareció no oírle. Su voz ascendió un par de tonos cuando volvió a hablar mientras aumentaba casi imperceptiblemente la presión que ejercía con la mano.

- He dicho que si te acuerdas de mí…

La mujer guardó silencio, sin saber si no podía hablar por la presión sobre la garganta o por el miedo que sentía.

- Soy Julia Medina. Una vez me cogiste por el cuello como yo hago ahora… porque te dije que habían matado a mi padre, y tú apretaste…
- Julia ya basta…

La mano de Carlos se posó suavemente sobre la suya, en una caricia que pedía en silencio que se tranquilizara, y la retiró despacio. Cuando la vio respirar hondo y relajarse levemente, se volvió hacia Rebeca.

- ¿Por qué cojones nos siguen y no hacen nada?
- Quieren llegar a la sede, Carlos. Actuarán cuando lleguemos, saben que pueden hacernos mucho más daño allí… ¿Qué hacemos?
- Haz lo que dicho Saúl, suele funcionar.

Permanecieron en silencio seis kilómetros más, con el Renault siempre a la misma distancia, mientras seguían las instrucciones marcadas. Acababan de tomar la tercera salida cuando, ochocientos metros más adelante, alguien arrancó su coche y metió la primera.

Un minuto más tarde, el sonido les llegó antes que la visión. Fue un estruendo con sonido a muerte, devastador, de los que se quedan en la mente haciendo eco durante años. Cuando Carlos se volvió, sólo alcanzó a ver dos amasijos de hierros inertes, rojos y negros. Supo que Rebeca había visto lo mismo al percibir cómo disminuía la velocidad del coche.
Teodora Raüber lloró en silencio. Los mártires estaban del otro lado.

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