Se despertó de repente, aterrorizada por un sueño en el que no pasaba nada. Un sueño eterno en el que los años seguían pasando y ella seguía esperando, como una estatua de sal, sin que nada ocurriera. Miró el reloj digital de la mesita de noche, que le reprochó su ansiedad. Sólo hacía dos horas que se había metido en la cama. Se levantó y apoyó los pies descalzos en el suelo, dejando que el frío se expandiera por todo su cuerpo y le ayudara a despejarse. Caminó despacio hacia la puerta del baño, con la estúpida sensación de que era una novia que camina hacia el altar. Miró la alianza que coronaba su dedo anular y la acarició con los dedos de la otra mano. Quizá algún día consiguiera tener esa sensación de verdad.
Su intención era meterse directamente en la ducha, pero por el rabillo del ojo, su reflejo la llamó desde el espejo. Se miró de frente, y examinó su rostro despacio. Para ella, el tiempo se había detenido. No era capaz de descubrir marcas, arrugas, señales que no hubieran estado allí seis años antes. Pero le asustó la idea de que él sí pudiera verlas. La invadió un miedo atroz, construido a base de noches de espera, de ansiedades que no se cumplen, de soledad. Huyó de su propia imagen y se duchó con agua hirviendo, arañándose la piel para que se llevara el rastro de su vida sin él.
Cinco minutos más tarde se envolvió en una toalla y salió al pasillo. Pasó de largo por su habitación y se paró en la de al lado. Oyó a Carlos respirar despacio dentro. Se apoyó en el quicio de la puerta y cerró los ojos, dejando que el sonido la envolviera. Entonces entendió que no había otro lugar mejor para pasar aquella noche que se le antojaba tan eterna. Empujó suavemente la puerta y se metió en la cama junto a su hijo, que ya tenía los ojos abiertos de par en par cuando ella se dejó caer a su lado.
- No quería despertarte…
Le pasó los dedos por la frente, apartándole el flequillo que caía sobre ella, y le besó.
Él le respondió con una sonrisa espontánea, con la dulzura de la duermevela, y se acomodó a su lado para cerrar los ojos de nuevo. Cuando amaneciera el día, por fin, su hijo cumpliría con su mayor sueño. Y le envidió, porque ni eso conseguía turbar sus noches…
Su intención era meterse directamente en la ducha, pero por el rabillo del ojo, su reflejo la llamó desde el espejo. Se miró de frente, y examinó su rostro despacio. Para ella, el tiempo se había detenido. No era capaz de descubrir marcas, arrugas, señales que no hubieran estado allí seis años antes. Pero le asustó la idea de que él sí pudiera verlas. La invadió un miedo atroz, construido a base de noches de espera, de ansiedades que no se cumplen, de soledad. Huyó de su propia imagen y se duchó con agua hirviendo, arañándose la piel para que se llevara el rastro de su vida sin él.
Cinco minutos más tarde se envolvió en una toalla y salió al pasillo. Pasó de largo por su habitación y se paró en la de al lado. Oyó a Carlos respirar despacio dentro. Se apoyó en el quicio de la puerta y cerró los ojos, dejando que el sonido la envolviera. Entonces entendió que no había otro lugar mejor para pasar aquella noche que se le antojaba tan eterna. Empujó suavemente la puerta y se metió en la cama junto a su hijo, que ya tenía los ojos abiertos de par en par cuando ella se dejó caer a su lado.
- No quería despertarte…
Le pasó los dedos por la frente, apartándole el flequillo que caía sobre ella, y le besó.
Él le respondió con una sonrisa espontánea, con la dulzura de la duermevela, y se acomodó a su lado para cerrar los ojos de nuevo. Cuando amaneciera el día, por fin, su hijo cumpliría con su mayor sueño. Y le envidió, porque ni eso conseguía turbar sus noches…
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